Algo sigue oliendo a podrido en el caso Plus Ultra
Un equipo de peritos independientes ratifica que la aerolínea estaba quebrada antes de la pandemia
Pantallazo 1. En España superamos los escándalos a base de sobredosis con nuevos escándalos. Así desaparecen sumergidos por la propia actualidad. Pero todos, tarde o temprano, vuelven a la superficie cuando hay novedades periodísticas y, sobre todo, judiciales. En algunos casos nos sorprende, cada vez menos, que sigan oliendo tan mal o peor que al principio. Especialmente, cuando vemos que los mecanismos democráticos de nuestro Estado de derecho se meten en aguas turbias que todo lo enlodan.
El Plus Ultra acumula desde hace más de un año pantallazos impregnados de mal olor. Y lo vivido en esta semana aumenta ese mal olor. No ya porque se «decidiera en su día regalar» 53 millones de euros a una compañía que estaba en quiebra. La sorpresa viene de lo que ha ocurrido esta semana cuando el equipo de peritos independientes ha declarado y confirmado ante la juez instructora que la compañía no cumplía los requisitos para ser rescatada por el Gobierno. Han ratificado que Plus Ultra estaba quebrada antes de la pandemia. Y que recibió un préstamo de más de seis millones de euros en Panamá justamente para evitar que pareciera que la compañía había entrado en causa de disolución. Es decir, los peritos han confirmado en sede judicial, todo lo que algunos medios informativos venían avisando desde hace meses. Pero el Gobierno insiste en el rescate.
Estamos hablando de una compañía que tenía antes de la pandemia una cuota de mercado insignificante, el 0,1%. Una compañía que antes de la pandemia era la número 166 de las aerolíneas que operan en España. Una compañía controlada por una sociedad radicada en Panamá, un territorio que para la Unión Europea es un «paraíso fiscal». Una sociedad formada por destacados empresarios venezolanos muy cercanos a Maduro, pero sobre todo, cercanos a la vicepresidenta, y gran amiga de José Luis Rodríguez Zapatero, Delcy Rodríguez. Una mujer que protagonizó con el por entonces hombre fuerte del Gobierno y del PSOE, José Luis Ábalos, la misteriosa noche de maletas y salas VIP del aeropuerto de Barajas. Pero el Gobierno insiste en el rescate.
Y aún más, como publicó en su día THE OBJECTIVE, el Gobierno tramitó y concedió el rescate a Plus Ultra sin haber inspeccionado sus declaraciones fiscales. Y si ya era una imprudencia temeraria no haberlo hecho, el riesgo fue mayor cuando se ve que el impuesto de sociedades lo había diferido en una cantidad escandalosa, nada menos que 21 millones de euros de bases imponibles negativas. Pero el Gobierno insiste en el rescate.
No es normal, aunque es cierto que a veces ocurre, que la fiscalía y la abogacía del Estado se niegan a aceptar todo lo dicho y en especial, el informe de los peritos independientes y que pidan el archivo del caso. Un «contranatura» en toda regla ordenado por alguien que insiste en que se regalen los 53 millones de euros.
Y esto es una alerta roja. Porque si eso ocurre con un caso tan público y publicado, es que nuestro sistema de controles y balanzas no funciona bien. Puede que haya historias similares a esta, y más en estos meses de reparto de fondos de ayudas contra la covid, que sean todavía invisibles a la opinión pública. Que estén por debajo de cualquier radar, no ya de fiscalización, sino incluso de observación y control político. Por eso es imprescindible una prensa libre y que no sea vetada por nadie, menos por el Gobierno.
Vivimos años en que aceptamos con cansancio, o simplemente lo dejamos ir, la evidente desaparición de controles políticos e institucionales. No creo que ningún otro país que vaya a recibir ayudas de los fondos europeos tenga un control interno del reparto y distribución tan pobre como aquí. Directamente, no existe. Y por eso, para muchos, la decisión política en la distribución territorial empieza también a oler raro. Así que ojo con Plus Ultra, que puede ser solo el indicio en forma de olor, de que en España el sistema de contrapesos institucionales funciona muy mal.
Pantallazo 2. Del algo huele a podrido que nos evoca a la Dinamarca de Hamlet cambiamos de pantallazo, pero seguimos con Shakespeare y su tragedia de Macbeth, la que para muchos es su obra cumbre. Macbeth ya había sido llevada antes al cine, pero la versión dirigida por Joel Coen para AppleTV, había generado mucha expectación. Por un lado, porque Joel rompía una tradición de toda una carrera al dirigir en solitario la película sin la intervención de su hermano Ethan. Y por otro, para ver si mantenía su estilo libre y sumergido en un particular humor negro.
Pues bien, Joel Coen se olvida de todo lo hecho con su hermano y nos presenta un Macbeth sobrio, riguroso, solemne. Con una estética fría, en blanco y negro, llena de sombras, y contraluces. Unos decorados geométricos, minimalistas, sin un solo adorno, para resaltar por encima de todo el texto y la soberbia interpretación de todos los actores encabezados por un contenido y sensacional Denzel Washington en el papel de Macbeth.
Estamos ante una de las grandes obras sobre el poder y a la traición. Una historia desencadenada por los vaticinios de las tres brujas, de las tres «hermanas fatídicas» que le dirán a Macbeth que será rey de Escocia. Una revelación que él mismo provocará llegando a asesinar para poder ser rey. La película de Coen refleja la tragedia de la locura por el poder, pero también el drama del complejo de culpabilidad que martiriza a los protagonistas.
No parece que en la isla británica se mantengan vivos esos sentimientos de culpa entre los que ostentan el poder. Algunos modernos han sido también capaces de todo, obviamente no del asesinato, pero sí de todo tipo de mentiras para lograrlo. No se le ve muy arrepentido al rey de las fiestas. Pero en el caso de Boris Johnson, lo que sí gratifica es ver como los mecanismos de control del propio partido conservador, se activan. Y eso ya es muy importante y revelador de la salud de una democracia.
Pantallazo 3. Y todavía en exhibición en las pantallas de cine, una delicia francesa. Delicioso, una película que nos lleva a los meses previos a la Revolución Francesa. Los tiempos estaban cambiando y eso se vivió hasta en la gastronomía. Esta película de Éric Besnard nos cuenta la historia de uno de los primeros restaurantes modernos del mundo. Rompiendo con el la esclavitud que exigían las cocinas de los señores feudales, la revolución llega cuando un cocinero y una vitalista mujer aprendiz, deciden crear un nuevo entorno abierto a todos, para dar salida a su amor por la cocina. Y disfrutamos viendo nacer cosas tan comunes como el origen de las mesas separadas, los manteles, las mesas puestas a la espera de la llegada de clientes, la creación de los menús con platos y precios escritos y fijos. Un lugar donde todos podían ir, sin sitios cerrados o reservados solo para la aristocracia. Llegaba la igualdad, la libertad y la fraternidad también a la cocina. Una película muy agradable de ver y que te deja muy buen cuerpo. Todo antes de que los estrellas Michelín volvieran a crear una gastronomía aristocrática y con reservados solo para bolsillos grandes.