THE OBJECTIVE
Opinión

Toda la verdad sobre Tamara Falcó e Íñigo Onieva

Él no estaba enamorado. Pero deseaba estarlo. Su novia era guapa, simpática, inteligente, ingeniosa… y le suponía el pasaporte a una vida que no podía tener sin ella

Toda la verdad sobre Tamara Falcó e Íñigo Onieva

Tamara Falcó posa en el Teatro real. | Atilano Garcia (Zuma Press)

Ustedes probablemente no lo sepan, pero yo estoy trabajando en prácticas en un gabinete de psicología. En este gabinete yo colaboro en un proyecto en el que tratamos con personas que no tienen ninguna patología de salud mental. Lo que intentamos es prevenir. Darles las herramientas para que, cuando se encuentren con un problema, ese problema no se acaba convirtiendo en un problema más grande.

En una de las conversaciones que mantuvimos con los voluntarios del proyecto, estos debían responder a esta pregunta: ¿por qué elegiste la carrera que has estudiado?  Uno de ellos respondió que lo hizo por presión familiar. Literalmente. Esa fue su respuesta. Presión familiar. Después, nos contó su historia. 

Nadie le había puesto una pistola en la cabeza, nadie le había amenazado con desheredarle o echarle de casa. Pero, desde que estaba en la ESO, su familia le iba inoculando muy poquito a poco, como si fuera un prion (un agente infeccioso que se te instala en el cerebro), una serie de ideas: le iban comentando cada día que qué maravilloso sería si estudiara una ingeniería, que qué orgullosos se sentirían sus padres si pudiera llegar a la Politécnica, que se fijara en su hermano, que su hermano había estudiado ingeniería y hay que ver lo bien que le iba y lo contento que estaba… Este chico sufría tal presión que nunca se atrevió a decirles a sus padres que él quería estudiar Historia del Arte. Sólo cuando acabó ingeniería decidió estudiar por su cuenta historia del arte en la UNED.

Ahora vamos a pensar un poco en la historia de Tamara Falcó e Íñigo Onieva.

Tamara es una chica que estudió comunicación y visual merchandising. Pero de pronto descubrió que no tenía trabajo. Y es entonces, en 2013, cuando le ofrecen hacer un reality sobre su vida en un pequeño canal. Ella accede (se llamó We Love Tamara, no precisamente el título más original del mundo). El reality funciona. Entonces, a alguien se le ocurre proponer a Tamara para que concurse en Masterchef.

 Yo he estado en un reality, por eso les puedo decir de primera mano que lo que ustedes ven en pantalla en nada se parece a lo que se vive dentro. Escribí un artículo en su día sobre lo que le había pasado a Verónica Forqué. Forqué se sometía a sesiones de grabación de doce horas diarias, bajo condiciones muy difíciles, y era una mujer mayor. Entre el agotamiento y el hecho de que ya venía arrastrando una depresión, era lógico que de vez en cuando saltara. Pero esas jornadas de doce horas, a razón  de cinco días cada semana, se extractaban en un programa de una hora semanal,  y era fácil editar el resultado y encadenar los momentos en que Verónica aparecía como más desencajada y más loca. El resultado es que nosotros vimos una imagen de Verónica Forqué que nada tenía que ver con la realidad. Y lo digo porque yo tuve la suerte de conocer en persona Verónica Forqué. Y era una mujer muy dulce, en nada parecida a la mujer que nos presentaba Masterchef.

Ahora imaginen ustedes que son los directores del programa Masterchef. Y que alguien les garantiza que, si Tamara Falcó gana el concurso, Isabel Preysler y Vargas Llosa acudirán a la final. Pues obviamente ya les dirán ustedes a los guionistas y a los editores del programa que hagan lo que sea para que la chica gane. Y la chica gana.

 Atención:  que yo no afirmo con seguridad que editaran  el programa para que Tamara ganara.  Solo digo que es lo que yo hubiera hecho si yo hubiera sido directora de Masterchef. Y que por eso en mi cabeza existe la sospecha de que eso fue lo que pasó.

 Seguimos .

Tamara empieza a colaborar en El Hormiguero. Tamara es guapa, es graciosa, es diferente, da juego… y entonces se le ofrece un reality en Netflix.

Vamos a ponerles a ustedes en contexto.

¿Tamara es millonaria? No. No lo es.

Las bodegas Marqués de Griñón forman parte de una sociedad que maneja Manolo Falcó Girod, el primogénito de los cinco hijos que tuvo el Marqués de Griñón, padre de Tamara, con tres mujeres diferentes. Carlos Falcó aparecía, en vida, en varias empresas en el Registro Mercantil. Pero no todas arrojaban beneficios. Y  la más representativa, Marqués de Griñon Family Estates, ya no era suya, sino que estaba administrada por dos sociedades al cincuenta por ciento: The Haciendas-Company Limited y Cotos del Valle del Pusa SL. Esta segunda empresa es propiedad al cien por cien del hijo mayor Manuel Falcó. El primogénito. El hereu.

Tamara hereda pues el título de Marquesa de Griñón y un palacete. Un palacete precioso y divino en el que se ruedan de vez en cuando algunas series y anuncios. Pero el palacete no es tan precioso ni tan divino. Ahora mismo tiene goteras,  problemas de mantenimiento,  y se dice, se rumorea y se comenta que en el piso superior hay que tener cuidado a la hora de entrar en según qué habitaciones, porque se puede deshacer el suelo bajo tus pies, literalmente. En fin, que el palacete necesita una reforma. Y una reforma de un palacete no es como una reforma de tu piso de 60 metros en Carabanchel. Es cara. Y hace falta cash.

Las lenguas viperinas de los mentideros de Madrid dicen que por eso Tamara  necesita hacer el reality de Netflix (como he dicho anteriormente, ella ya había hecho otro reality titulado We love Tamara, en el 2013) . Y no porque le encante ser famosa. Sino porque necesita el dinero.

En pleno momento en el que Tamara acaba de ganar Masterchef y en el que le están proponiendo todo tipo de contratos conoce a un chico.

 Hablemos del muchacho en cuestión.

El muchacho en cuestión estudia diseño en la universidad Antonio de Nebrija. Con todos mis respetos hacia dicha universidad, en la que sé que hay profesionales maravillosos, puesto que varios de mis amigos trabajan allí, todos sabemos que es mucho más fácil sacar una carrera en una universidad de pago que en una pública, y que también los requisitos de entrada son mucho más flexibles en una universidad de pago que en una pública. Una ingeniería técnica en diseño industrial no es una ingeniería de minas ni una ingeniería de energía. Si ustedes tienen en la cabeza que Íñigo Onieva es muy inteligente porque es ingeniero deben ustedes tener más de 50 años y pertenecen a esa generación en la que creíamos que los ingenieros eran gente muy inteligente. Íñigo no es tonto, no, pero tampoco es Einstein. Íñigo empieza a trabajar en la Seat. El sueldo medio de un diseñador de ese tipo en una empresa así es de unos 35.000 euros al año. Que para mi hija sería un sueldo maravilloso, pero no para un chico como Íñigo, born and raised en La Moraleja, una de las zonas más caras de Madrid , que es a su vez una de las ciudades más caras de España.

Cuando Íñigo conoce a Tamara se le abre un campo desconocido. No, Íñigo no habría sido director artístico de Wow Concept (unos modernos grandes almacenes inaugurados) ni director de desarrollo de negocios en Mabel Hospitality, tal y como se lee en su currículum. No, cuando Íñigo conoce a Tamara, Íñigo no es socio en ninguna discoteca ni en ningún restaurante. Pero cuando empieza a salir con Tamara le ofrecen comer gratis en restaurantes de ochenta euros al cubierto con tal de que se deje ver, se haga una foto y publique una reseña en su perfil de Instagram. Luego empiezan a regalarle ropa con la única condición de que la use y se pasee con ella. Después a Íñigo le ponen sobre la mesa un sueldo bastante más jugoso que el que cobraba como diseñador industrial a cambio de que pasase las noches en el restaurante Totó y en el Lula Club, la discoteca más pija y más carísima y más divina de la muerte de Madrid.

Íñigo empieza a vivir una vida fácil y regalada (regalada literalmente) en la que prácticamente no tiene que abonar un céntimo por nada  de lo que come o lo que bebe, en la que no tiene que pagar por sus outfits, en la que puede salir por todas las noches sin la espada de Damocles que supone pensar, en mitad de la juerga que tienes montada, en que te tienes que levantar a las 8 para ir mañana a la oficina y que no puedes pasarte con la bebida ni con ninguna sustancia porque mañana has de rendir en tu trabajo.

Y  toda esta vida de brillibrilli y purpurina se la ofrecen a cambio de salir con una chica que a fin de cuentas es guapa, simpática y divertida.

A Íñigo le sucede lo mismo que le pasó al ingeniero de mi primer párrafo. Nadie le puso una pistola en la cabeza, nadie le amenazó con desheredarle si dejaba a Tamara. Pero su vida era mucho más fácil con Tamara que sin ella. ¿Estaba enamorado? No. Pero quería estarlo.

Y ¿ cómo puedo afirmar yo con tanta rotundidad que NO estaba enamorado? Pues porque en los primeros estadios del enamoramiento atravesamos por una etapa que se llama «estadio de limerencia», y que dura al menos seis meses. Y luego por una etapa de idealización que dura al menos entre dos o tres años. Y en esa etapa es prácticamente imposible una infidelidad. Por eso, quizá algunos lectores o lectoras se dieron cuenta de que estaban enamorados cuando intentaron tener sexo con otra persona diferente de aquella con la que estaban obsesionados y se encontraron con un gatillazo o con una incapacidad para llegar al orgasmo.

Pues, como decía Íñigo, no estaba enamorado. Pero deseaba estarlo. Su novia era guapa, simpática, inteligente, ingeniosa… y estar con su novia le suponía el pasaporte a una vida que no podía tener sin ella. De hecho,  ya se ha escrito que está a punto de perder el trabajo porque Íñigo no resulta tan interesante sin Tamara.

Pero ¿es Íñigo el malvado malísimo de la muerte, el Darth Vader de la Pijogalaxia, el supervillano integral que nos han querido vender?

 No. Íñigo, como mucho, será un poquito tarambana. Pero el dilema de Íñigo representa el problema de muchas personas con las que yo he estado conversando desde que colaboro en el proyecto que llevo a cabo el gabinete en el que trabajo sin cobrar. (Soy la becaria, para entendernos).  Personas que han acabado estudiando una carrera porque sus padres les fueron inclinando hacia ello. Personas que se casaron con la novia o el novio de toda la vida porque hubo una inmensa presión por parte de las dos familias.  (Ni imaginan ustedes cuántos hombres y mujeres conozco en esta situación, y ya son padres/madres de dos hijos). Personas que se dejaron llevar.

 Los psicólogos sociales llevan casi un siglo demostrando que, al margen de las decisiones individuales y el libre albedrío, existe un elemento externo que marcará en demasiadas ocasiones nuestra vida: el grupo. Como animales gregarios que somos, tenemos mucha necesidad de estar de acuerdo con nuestro grupo. Con nuestra familia, con nuestro grupo de amigos, con la comunidad en la que vivimos.  A veces cedemos para agradar a los demás, a veces cedemos porque no queremos decepcionar, a veces cedemos porque ni siquiera nosotros mismos tenemos claro lo que queremos.

Voy a ponerles un ejemplo. El famoso experimento de Solomon Asch. En el experimento, ocho personas se sentaban alrededor de una mesa pero siete eran cómplices del equipo de investigación. Sólo uno no sabía lo que estaba sucediendo. Y ese uno, o una, iba cambiando en cada nueva versión, así que hubo muchos sujetos que participaron en el experimento.

Esos sujetos creían que iban a realizar una prueba de visión. Se les mostraba una tarjeta con unas líneas en vertical, y se le pedía que respondieran a una serie de preguntas. Preguntas sobre qué lineas eran más cortas, qué líneas eran más largas, cuáles eran rectas y cuáles eran curvas.

El turno de respuesta había sido preasignado por el equipo de investigación y siempre se dejaba al inocente como el último para opinar. Los cómplices del investigador daban respuestas equivocadas. Decían que las líneas eran más cortas o más largas de lo que realmente eran , o decían que estaban rectas cuando estaban torcidas. Pues bien, los sujetos inocentes -hombres y mujeres-  del experimento acababan respondiendo lo mismo que los cómplices del investigador. Se dejaban llevar . Seguían al grupo. y respondían también de forma equivocada. No hicieron falta amenazas ni coacciones. La gran mayoría de los inocentes pensaba que tenían problemas de percepción visual, creían  que ellos veían mal y que el grupo estaba en lo correcto.

 Y así se demostró que los humanos tendemos al sesgo de conformidad, un sesgo que se ha venido demostrando en todas las veces que se experimento se ha replicado de una manera u otra.

Así que pregúntense ustedes: Si así reaccionaban los sujetos con gente que no conocían de nada, ¿cómo no habrá sesgo de conformidad con tu endogrupo?

De forma que si a un chico joven le están premiando constantemente por seguir saliendo con una mujer determinada, y resulta que si sale con ella y no con otra le regalan viajes, le envían ropa a casa, le invitan a comer en sitios maravillosos y le proporcionan trabajos ¿no acabará por proponerle matrimonio aunque en el fondo no se quiere casar con ella?

 Sobre todo si le ofrecen participar en un reality de Netflix a cambio de una cantidad con muchos ceros y el gran gancho para aparecer en el reality es la boda en el palacete con la chica guapa, simpática y cariñosa. En esa situación, ¿no acabará usted por creer que se ha enamorado de ella?

 Todos nosotros – usted, yo, Íñigo- somos  personas permeables e influenciables por nuestro endogrupo. Todos en alguna ocasión hemos cometido errores y hemos tomado decisiones equivocadas llevados por la influencia de los que nos rodeaban.

Yo he estado en las dos situaciones. En la situación de Tamara, con una persona que me mentía y me hacía luz de gas, una persona cuyas infidelidades eran notorias y conocidas por todas las personas que me rodeaban, una persona que consiguió que yo desoyera las advertencias de mucha gente, porque yo vivía muy presionada para estar a su lado, porque esa persona representaba muchos de los valores de mi endogrupo. Y porque estaba enamorada.

Pero también he estado en la situación de Íñigo. He pasado mucho tiempo al lado de otra persona que en el fondo no me gustaba, solo para agradar a mi grupo. Porque a mi alrededor me decían que ese hombre era maravilloso y estupendo y que era lo que me convenía y que yo lo que tenía que hacer era casarme y sentar la cabeza. Y esto fue hace tantísimos años que ahora puedo decir que le era infiel a ese hombre, que me enamoré de otras personas mientras estaba con él, y que me encontré presa de un horrible sentimiento de culpa y de confusión. Porque sé que aquel hombre no lo va a leer y que, en el improbable caso de que lea este artículo, ya le va a dar completamente igual lo que yo cuente.

Así que puedo entender tanto a Tamara como a Íñigo. Y sé que cuando hacemos de espectadores del paisaje mediático bigger than life,  cuando atisbamos la hiperrealidad de la que hablaba Baudrillard, todos tendemos a santificar e idealizar, o a denostar y demonizar, a las personas que no conocemos.

 Pero probablemente ni Tamara sea tan santa ni Íñigo sea tan horrible, porque el mundo no se escribe en blanco y negro, sino en diferentes combinaciones y matices de gris. De la misma manera que usted y yo a veces podemos ser unos santos y a veces unos auténticos cabrones.

Dudo que Íñigo Onieva lea esto alguna vez. Pero Íñigo,  si me lees, recuerda. Ante todo, mucha calma. Que, como dijo Antonio Machado, todo pasa y todo queda.

 Pero lo nuestro es pasar. 

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