Carta abierta a Carla Antonelli
«La gente empieza a entender que la ‘ley trans’ no tiene nada que ver con los transexuales y sí con una ley mordaza y el establecimiento de una red clientelar»
La primera vez que te vi -y tú probablemente no lo recuerdas- fue en el Festival de Cine Gay y Lésbico de Madrid, en 1995, que creo que se celebraba en el desaparecido cine Bogart. En aquella época, quien iba allí se la jugaba. Se la jugaba a que se enteraran sus padres o a tener problemas en el trabajo. Y desde luego no apareció ningún actor de cine ni de televisión medianamente conocido. Ningún actor o actriz se hubiese jugado el trabajo asumiendo que le colgaran el sambenito de ser homosexual. Me pareciste una mujer muy guapa, y hago constar que yo no tenía ningún problema en llamarte mujer. Nos presentaron, no te parecí lo suficientemente importante porque aún no era famosa. Después nos hemos ido encontrando en multitud de circunstancias sociales. En general te portabas siempre bien conmigo y eras amable, pero ya alguien me advirtió desde tu partido: «Ten cuidado, que a esta persona solo le interesa una cosa: su culo». Pensé que era envidia, porque también hablaban muy mal de mí, y no le di más importancia. Qué equivocada estaba.
Cuando se rumoreó que pretendíais sacar adelante una ley basada en la autodeterminación de sexo registral no di crédito. Me leí el borrador de ley y aluciné. Recuerdo que una amiga común, Maite, te preguntó cómo podía ser que, por ejemplo, para determinar que mi hija es hipoacúsica (prácticamente sorda, para entendernos, algo que se aprecia a primera vista puesto que lleva implante coclear) se requirieran años de evaluaciones y un rosario burocrático para determinar su incapacidad, pero vosotros propusierais que un hombre no tuviera que acreditar su situación de transexualidad para cambiar de sexo en el registro, y cómo podía ser que esa ley garantizara un logopeda gratuito y pagado por la Seguridad Social para una «persona trans» (no un transexual, que eso es una cosa muy diferente) cuando ni a mi hija, ni a muchos otros niños sordos o hipoacúsicos, la Seguridad Social les paga un logopeda. La respuesta que me transmitió Maite me sonó a la que diría una persona con rasgos psicopáticos: «Pues que los niños sordos se busquen sus castañas y no se metan en nuestros asuntos».
Pero aún me esperaba lo peor. Lo que de verdad nunca me vi venir era ese vídeo en el que aparecías aplaudiendo muerta de risa al lado de la ministra de Igualdad mientras incitaban a tirarme un ladrillo, entre gritos de «terfa,» «tránsfoba» y «plagiadora» por haberme limitado a publicar en mis redes noticias canadienses sobre violadores en cárceles femeninas y testimonios de detransicionadoras. Por haberme atrevido a publicar datos contrastados, datos que tres años después todo el mundo, menos tú, reconoce que eran reales, datos que ahora avalan el Colegio Oficial de Médicos de Madrid o la Asociación Española de Psiquiatría.
Todo esto sucedía en un acto del COGAM, entidad que viene a recibir alrededor de medio millón de euros en subvenciones cada año. Resulta que ese acto en el que se me acosaba lo había pagado yo con mis propios impuestos, o al menos había pagado una parte. A ti se te llenaba la boca exigiendo respeto, cuando tú nunca me lo diste a mí. No digo ya respeto, sino el más mínimo de sentido común, ética o compasión. Desde luego, ni rastro de solidaridad femenina.
Después vino lo de bloquear a medio Twitter sin avisar. Una mañana, cientos, quizás varios miles de militantes femeninas socialistas, se despertaron descubriendo que, no se sabe mediante qué herramienta tecnológica, les habías bloqueado. Luego vino lo de llamarnos a las feministas críticas con el género «chupacabras sedientas de sangre» y «gólems pútridos». Y más tarde vino lo de insultar a los padres de la Asociación Amanda, que intentaban que sus hijas no se sometieran a un tratamiento experimental e irreversible siendo menores de edad y lo de decir que había que avisar a trabajadores sociales para que les retiraran a esos padres la custodia de sus hijos.
Lógicamente apareció en redes una petición para que te expulsaran del PSOE. Por insultar a militantes y por perseguir a padres y madres, pero por supuesto aquella petición fue minoritaria, y nadie se enteró fuera del ámbito del partido, porque tú nunca has sido muy conocida a nivel nacional. De lo que sí se enteraron en el partido -pero no quisieron hacerlo público- fue de que varios miles de militantes de base de Madrid se habían dado de baja. Y que en su mayoría eran mujeres.
Después llegó el Congreso de Valencia, en octubre de 2021. Fue durante el transcurso de la Comisión 2 del 40 Congreso, una comisión en las que iban a tratarse las enmiendas feministas a la ley trans. Enmiendas que habían sido elaboradas por una diversa y nutrida representación de delegadas feministas que habían trabajado arduamente en su redacción y aprobación. Las feministas se encontraron con lo nunca visto: se les denegaba el derecho a votar las enmiendas relativas al bloque del cambio de sexo registral. Con dos cojones, nunca mejor dicho. Varias delegadas pidieron la palabra para pedir que se leyera el texto final. Y, por supuesto, para exigir que se votara. Pero desde la mesa de la Comisión ni siquiera se aceptó la posibilidad, ¡la posibilidad! de votación.
Censura pura y dura
El 21 de agosto, al menos medio centenar de mujeres militantes o simpatizantes del partido presentaban un escrito de tres folios ante la Comisión Federal del PSOE. Un documento en el que reclamaban el cese inmediato del secretario LGTBI del PSOE, Víctor Gutiérrez, miembro, no lo olvidemos, de la Ejecutiva Federal, recordando que el señor Gutiérrez «ha hecho gala de una ostentosa misoginia inaceptable en las filas de un partido que ha hecho bandera de la igualdad efectiva entre mujeres y varones». Hablaban de su misoginia, de las mofas que hacía a costa de Carmen Calvo, del hecho de que en su comisión LGTBI no se incluyera a lesbianas, de que Víctor consideraba la prostitución un trabajo sexual o de que hablaba de que había «varones que tenían relaciones con hombres» para no utilizar la palabra «homosexual». Y no sé si se decía claramente en el texto, pero mucha gente se preguntaba cómo había conseguido tanto poder un tránsfuga que venía de Ciudadanos, cuya única carrera era la de haber sido waterpolista profesional… ¿Cómo había ascendido tan rápido a la Ejecutiva Federal?
Después llegó el famoso informe anónimo (anónimo es un decir), dirigido a la Comisión de Ética y Garantías del partido. Informe en el que se reclamaban «castigos» para las feministas del PSOE críticas con la futura ley trans. Un documento de 19 páginas que exigía la apertura de expediente y la imposición de sanciones a una veintena de militantes con nombre y apellido acusadas de «infringir gravemente y de forma reiterada» los estatutos internos. A esa veintena de mujeres se les atribuía un «hostigamiento constante» hacia ti y hacia otras personas del partido. Un acoso que «pone en peligro la imagen del partido». Y se les achacaba el infame crimen de haberse atrevido a discutir «una postura política acordada en el 40º Congreso sobre la que hubo consenso total». No, esa postura no había sido acordada, ni mucho menos había habido consenso total. Ya digo que no había habido votación. Que ni siquiera se permitió que se debatiera sobre la posibilidad de la votación.
El documento anónimo -anónimo es un decir- ponía en el punto de mira a la organización Feministas Socialistas y en concreto a Amelia Valcárcel, a la que consideraban su «máxima representante». Hablaban de «delirio totalitario» y de falta de respeto hacia ti. Pero, ¿cómo te atreves a reclamar respeto, tú? Tú, que has aplaudido (literalmente, con esas manitas y tus abalorios) que me insulten a gritos en un acto público subvencionado por los impuestos del contribuyente, tú que has pedido que se envíen trabajadores sociales a los padres preocupados por sus hijas para que les quiten la custodia, tú que has llamado chupacabras sedientas de sangre a las militantes… ¿Cómo te atreves a exigir respeto si no lo das?
Tú negaste la autoría del informe. Estoy absolutamente segura de que decías la verdad. En tus tuits se ve que no sabes poner puntos y comas en su sitio, que tienes serios problemas a la hora de establecer la concordancia de tiempos verbales y que te cuesta mucho escribir. Sé que tú no escribiste el informe, pero no me cabe ninguna duda de que lo impulsaste. Llegaste a declarar al diario de la competencia que «si me hubieran dado a firmar ese expediente lo habría firmado con los ojos cerrados».
El 22 y el 23 de septiembre de este año, en el Teatro Principal de Valencia se celebró la sexta edición del Feminario de la Diputació que, bajo el título ‘Mujer, feminismo y democracia’, reunía a destacadas referentes de la perspectiva de género en un foro de debate. Filósofas, juristas, psicólogas, docentes, trabajadoras sociales, responsables de la administración pública… Amelia Valcárcel, Ángeles Álvarez y Paula Fraga entre otras. El teatro recibió una llamada exigiendo que se cancelara el feminario. La llamada procedía de un sector del partido. El tuyo. Pero el teatro, obviamente, hizo caso omiso y las jornadas finalmente se celebraron.
Después, tu amigo Víctor Gutiérrez, miembro de la Ejecutiva Federal y secretario general de Políticas LGTBI, lanzó un tuit arremetiendo contra Amelia Valcárcel y Paula Fraga, y empezó la risa. A alguien se le ocurrió chequear quién había dado like a semejante tuit desproporcionado y anti estratégico (porque dejaba en muy mal lugar a un partido en el que parecía que unos se despellejaban a otros). ¡Oh, sorpresa! Todos los likes venían de bots. Cuentas sin foto, con nombres y apellidos raros y escasos seguidores. Según parecía, esa secretaría general LGTBI del partido, que se mantiene con fondos pagados -entre otros – por mis impuestos, había comprado bots para engordar su cuenta.
Al día siguiente, ¡oh, casualidad! la cuenta de Twitter de la secretaría de políticas LGTBI del partido desapareció.
El PSOE anunció que había decidido cerrar las cuentas de Twitter de sus secretarías LGTBi e Igualdad. Desde Ferraz le quitaban hierro al tema y aseguraban que simplemente se debía a una «estrategia de comunicación digital» para «unificar el mensaje» en la principal cuenta del partido. Nadie se lo creyó.
«El bloqueo de pubertad y la hormonación cruzada a menores es el mayor escándalo médico del siglo»
Hay muchas encuestas internas que no salen a la luz porque nadie quiere que salgan. La pérdida de militantes del partido es pública y notoria, pero lo que nadie dice es que las que se van borrando son en su mayoría mujeres. Y se borran en un partido que en su día alardeaba de ser el que más militantes mujeres tenía en España. De un partido que blasoneaba de ser el más feminista de España. También hay varias encuestas en las que se pregunta a los futuros abstencionistas a qué partido votaron en las pasadas elecciones. El 75% responde que votaron al PSOE o a Podemos. Y en su gran mayoría son mujeres.
Mujeres que están hartas de purgas estalinistas, de desprecios, de insultos, de cancelaciones, de ataques de bots, de campañas de desprestigio, de actos públicos organizados para humillar a mujeres y pagados con el dinero del contribuyente. Mujeres que se presentaron en la manifestación alternativa a la oficial el ocho de marzo pasado, que casi era más numerosa, a pesar de toda su campaña institucional de muchísimos ceros de publicidad y propaganda. Mujeres que salieron a la calle reclamando políticas feministas de verdad, y no leyes trans que van contra sus derechos y contra los de los menores, y desde luego no a favor de los derechos de las personas transexuales.
La plataforma ‘Habrá ley trans’ ha dicho que va a salir a las calles. Que lo hagan. Que se vea cuántos son. Que se vea de una puñetera vez, obvio y claro, que pese al muchísimo dinero que el Ministerio de igualdad se ha gastado en hacer publicidad y propaganda de su ley trans y en colocar a calzador a personajes trans en cada reality, cada programa, cada serie de televisión, el común de los mortales empieza a entender que la ley trans no tiene nada que ver con las personas transexuales y sí con una ley mordaza y de establecimiento de una red clientelar.
Una ley mordaza que amenaza con multas e inhabilitación a cualquiera que se atreva a decir que cree en lo que ven sus ojos y no en los delirios autosentidos de señores que se sienten mujeres, pero que no quieren hormonarse, no sea que no se les levante su «pene femenino». O a cualquiera que se niegue a que su hijo o hija menor de edad pase por un tratamiento experimental e irreversible. O a cualquiera que no quiere que entren violadores en cárceles o que no quiere que una deportista pierda su beca o su lugar en un equipo porque va a entrar un señor que se siente mujer (pero que no se hormona no sea que pierda las erecciones) a ocupar su lugar.
Y una red clientelar que impone que se den clases de presunta educación sexual o de educación en género en los colegios y a los aspirantes a oposiciones a cuerpos del Estado. Chiringuitos en los que os colocaréis tú y tus amigos cuando ya no os vote ni el tato.
Quizá lo que más ha asustado a la población es cuando por fin se ha desvelado lo que yo dije hace tres años y que me valió que tú aplaudieras mientras incitaban a tirarme un ladrillo: que el bloqueo de pubertad y la hormonación cruzada a menores es el máximo escándalo médico del siglo. Y que la historia lo verá así y os señalará con el dedo a todos aquellos que lo promovisteis.
En fin, Carla, que supongo que te fuiste porque no te concedían la importancia que tú creías que necesitabas y merecías. Y doy por hecho que ya tendrás apañado otro puestito en un sitio donde puedas vivir del erario público.
Las militantes mujeres del PSOE están encantadas con tu marcha y piensan que al enemigo que huye, puente de plata, y que tanta gloria lleves como paz dejas. Yo personalmente te agradezco que gracias a ti he entendido la frase de Diógenes: los buenos amigos nos enseñan a apreciar lo bueno y los enemigos nos enseñan el camino que nunca debemos seguir.