España no es Gran Bretaña
«Mientras en el Reino Unido el discurso se escucha con respeto y simpatía, y aquí siempre hay algún portavoz de guardia que se despacha con un exabrupto pregrabado»
Parece evidente: España no es Gran Bretaña. Y pongo el ejemplo inglés por ser una monarquía parlamentaria europea. Aquí el Príncipe Heredero no llama al Primer Ministro pidiéndole que retiren una ley; ni tampoco escribe cartas a los ministros exigiendo que cambian tal o cual aspecto de un proyecto legislativo que no les gusta; ni siquiera critican a los diputados ni cargos de la administración por sus declaraciones o decisiones. No. Es verdad que, desde que Carlos III llegó al trono está más discreto y callado, buena penitencia es por tantas declaraciones y entrevistas pronunciadas hasta ahora.
Pero no. En España, al menos desde que está Felipe VI, el Rey no habla de política, ni en su vida privada ni siquiera en sus discursos como éste de Navidad. A algunos les gustaría que lo hiciera. Y quizá no solo que hablara de política sino que también pronunciara una quasi homilía como las que desgranaba -con tanto acierto- Isabel II en sus discursos navideños. Pero aquí el monarca no es cabeza de ninguna iglesia, por mucho que ostente el título de Católica Majestad. Y sin embargo es inevitable que, año tras año, algunos se empeñen en que el Rey diga, advierta, señale, levante el dedo para que su palabra ajuste cuentas entre tanto griterío político y mediático. Pero no. España no es Gran Bretaña.
Y tampoco lo es porque, mientras en el Reino Unido el discurso se escucha con respeto y simpatía, y aquí siempre hay algún portavoz de guardia que hace los honores a su vigilia y se despacha con un exabrupto tan pregrabado como el discurso. Nada nuevo.
Pero vayamos con el discurso. Once minutos y treinta y ocho segundos. Salón de actos del Palacio de La Zarzuela. Árbol de Navidad y Misterio con el nacimiento del Niño Jesús, la Virgen María y san José, de la colección privada de la Familia Real. A la derecha del Rey, una fotografía de familia previa a la cena ofrecida por los Reyes en el Palacio Real de Madrid a los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la Cumbre de la OTAN. En el discurso se referirá a ella. Felipe VI viste traje azul marino, camisa celeste y corbata granate a rayas.
Y empieza el Rey por donde debía, por la guerra de Ucrania. Cinco veces citó el soberano al país europeo y al pueblo ucraniano. Ninguna a Rusia. Recordó el apoyo y solidaridad con los refugiados y el apoyo a Ucrania en el marco de la OTAN. Ahí aludió a la cumbre de Madrid.
Y de ahí pasó a la crisis económica y su golpeo a los más débiles; aunque también recordó que de la incertidumbre solo se puede salir confiando en nosotros mismos y comprometiéndonos con la democracia y con Europa. Pero fue en esa «confianza en nosotros mismos» donde intercaló una de las partes fundamentales de su discurso: recordó el éxito de la Transición a la democracia y señaló que esa «confianza» también se había conseguido gracias a la Constitución. Fue el comienzo.
Porque lejos de dar por concluida la alusión a la Carta Magna, se permitió incidir en que había tres riesgos que afectaban a todas las democracias incluida la española sobre los que quería detenerse: la división, el deterioro de la convivencia, y la erosión de las instituciones.
Sin duda, esta fue la almendra del discurso. En esta parte se permitió aludir varias veces más a la Constitución y a las leyes como garantes de la solidez y eficacia de las instituciones, Corona incluida. No se mueve el Rey de la Carta Magna y del cumplimiento de la ley en ninguno de sus discursos y, con lo que hemos visto estos últimos días, en nuestra vida parlamentaria, no solo no es un vano recuerdo sino -según el monarca- la mejor lucha contra la división, el deterioro de la convivencia y la crisis institucional. El gran remedio.
Podría haberse quedado ahí. Ya estaba todo dicho pero quiso volver. Y recordó los 45 años transcurridos desde la aprobación de la Constitución y, aunque reconoció que han cambiado muchas cosas, reivindicó el «espíritu que la vio nacer, sus principios y sus fundamentos que son obra de todos y que no pueden debilitarse ni caer en el olvido (…) Es el lugar donde hemos convivido y donde convivimos en libertad«. Y aunque la alusión a Europa también fue importante, la Constitución destacó como la solución para resolver los problemas, también los más recientes.
No se anda por las ramas Felipe VI. Sabe que los quieren dinamitar esa convivencia centran en la Constitución su batalla. Constitución y Europa. El remedio. También en Navidad.