Fantaseo con que llegue un día en que la política sea aburrida
Un mundo rutinario donde políticos sencillos con trajes grises se convierten en prescriptores de largos bostezos
Mañana es día de elecciones. Y saldré a votar como siempre he hecho desde que alcancé la mayoría de edad. No votaré por convicción, porque no existe ningún partido o candidato que suscite en mí el más mínimo magnetismo. Saldré a votar para echar de La Moncloa a un narcisista embustero, cuya inclinación hacia la megalomanía no pasa inadvertida para buena parte de la sociedad española. No me quiero ni imaginar lo que pueda pasar tras el escrutinio. Si suma la derecha arderán las calles y, si suma Sánchez, posiblemente también. Yo, sin embargo, fantaseo con que llegue un día en que la política sea aburrida:
¡Oh, qué deleite sumergirse en los dominios oníricos de la política coñazo y encontrarse con esos seres magnánimos, esos legisladores aburridos adornando nuestra realidad cotidiana! ¡Qué regalo de dioses se me antoja la oportunidad de soñar con profesionales de lo público banales y anodinos, cuyos discursos nos arrullan en un letargo interminable! A veces me dejo caer en los brazos de Morfeo para adentrarme en un universo trufado de palabras insípidas pronunciadas por tecnócratas de la disuasión, especialistas en la abulia política, orfebres de naderías. Sin fuegos artificiales retóricos, sin zascas facilones, sin fanfarronadas mediáticas. Un mundo rutinario donde políticos sencillos, desaboridos y flemáticos, con trajes grises confeccionados a medida y sonrisas plásticas, se convierten en prescriptores de largos bostezos. ¡Ay, cómo anhelo cada noche sumergirme en un sopor profundo, en una sinfonía monocorde de extraordinarias letanías sin interés!
En mi sueño naíf, los políticos —pocos en número, por supuesto— son ignorados y tienen escasa capacidad de perturbar nuestras vidas. Algunos incluso arreglan problemas en vez de crearlos. Y los arreglan sin que nadie se entere. Pero todos, sin excepción, han aparcado sus egos y pronuncian peroratas kilométricas de carácter técnico que son un festín para los oídos de aquellos que buscan el éxtasis en la monotonía. Cada palabra es elegida con cautela, con la intención de no sacudirnos ni violentarnos; sin decir nada en absoluto, y aun así, capaces de mantenernos cautivos en una danza hipnótica de letras, sílabas y palabras. El tedio es el rey y el gestor su cortesano más fiel. ¡Y ay de aquellos políticos que se perfilen como redentores y se atrevan a inyectar un poco de chispa en sus discursos, a deleitar a la audiencia con ideas y propuestas rompedoras! Estos intrusos —en mi sueño— son rápidamente desterrados al limbo de los parias, condenados al ostracismo de los oportunistas.
¡Oh, políticos aburridos, sueño con vosotros día y noche! Permitidme vivir en vuestra somnolencia perpetua, en vuestro verbo adusto y vuestros rituales sin sustancia. No os esforcéis por emocionarnos, no os afanéis en sorprendernos. Sed fieles a vuestra naturaleza descafeinada y adormecedora, pues en vuestro letargo yace el verdadero encanto de la política.
Quiero que mi sueño de políticos aburridos perdure. Quiero seguir contando con mi particular oasis de tedio en medio de un mundo de navajeos y caras irritadas. Quiero aventurar esta ilusión en la que no existen mandatarios engorilados, ni eslóganes incendiarios prefabricados, ni consignas que traten de tensionar a esas infelices bases de votantes que los partidos toman como rehén. En lugar de arengas impetuosas y debates ruidosos, soñemos con ministros que nos regalan monótonas alocuciones y con portavoces cuya prosodia no inyecte odios africanos en nuestro espíritu. ¡Qué fantasía! Nunca hemos de olvidar el valor incalculable de la aburrición política, la medicina perfecta para aquellos que buscan refugio en el buen humor, la indiferencia y la serenidad; una vía de escape del estado de enfado permanente, sin perder horas interminables enganchados a discursos inflamados y disputas tramposas.
Vislumbren por un momento la posibilidad de disfrutar de una vida sosegada, sin el constante desgaste emocional que nos provoca la política crispada. Imaginen un mundo donde los políticos aburridos nos liberan de la esclavitud de la indignación constante, un mundo dedicado a otros menesteres más gratificantes. ¿No sería maravilloso? Vale, es posible, pero mañana toca votar.