Volver al cine
Dos películas, ‘Barbie’ y ‘Oppenheimer’, han logrado el milagro de arrastrar al público a la pantalla grande
Parece un milagro. Los espectadores han vuelto/hemos vuelto al cine. Hacía años que no veíamos las salas tan llenas. Se lo debemos a dos películas made in Hollywood, cómo no, que insólitamente han arrastrado a público de toda edad y condición a la pantalla grande. Dos películas que están consiguiendo, por unas horas, que nos olvidemos de las plataformas e incluso del móvil. Salvo aquellos, tan adictos -casos irrecuperables-, que iluminan periódicamente con el smartphone la sala oscura, despertando a los demás del ensueño que es el cine.
Hablamos -no se habla de otra cosa, aparte de la dichosa investidura- de Barbie (Greta Gerwig) y Oppenheimer (Christopher Nolan), dos películas radicalmente diferentes a las que el destino -o alguna cabeza privilegiada del marketing- ha unido contra natura. Esa unión ha dado lugar al acontecimiento cultural del año -no es que lo diga yo, lo dice hasta Variety- o, al menos, a un hito que marca un antes y un después en la industria del entretenimiento.
Se nos acumula el trabajo. Hemos vuelto a sentir la emoción de tener que elegir cuál de las dos ver primero, con quién veo cada una de ellas para luego poder comentar con fundamento, de leer todas las críticas para llegar informado y exprimir todos los detalles. Emociones que creíamos ya perdidas, pero no, estaban ahí, dormidas, a la espera de una ocasión como ésta para manifestarse.
Guerra cultural
Es una lástima que tan alentador acontecimiento se haya visto enturbiado por el enrarecido clima de la polarización, de la guerra cultural, de la intolerancia. Ya hay voces que denuncian que Barbie es un vehículo de propaganda feminista, «un ataque a todos los hombres, no sólo a Ken». Y, desde el otro lado, ya se les ha contestado: «Los conservadores quieren que el mundo entero esté pendiente sólo de ellos y sus creencias», o «cualquier película que haga que los hombres se humedezcan de ira y lágrimas es una película que quiero ver».
Claro que también hay mujeres que se preguntan: «¿Qué pasa con todas las niñas que se han visto afectadas negativamente por la muñeca, que se cuestionaron su belleza todos los días de sus vidas por culpa de Barbie?» Censuran que la película no aborde el daño que en su momento hizo la muñeca. Alegan que «sí, que está muy bien que se promueva la idea de igualdad de todas las mujeres», pero se preguntan: «¿Tienen que ser forzosamente delgadas y estilosas como Barbie?»
«¿Realismo con Oppenheimer o escapismo con Barbie?», titula de forma simplista el semanario británico The Economist. ¿Siempre hay que pronunciarse?, me pregunto. Después nos quejaremos de que estamos presos de la polarización. Como si el dilema fuera tan sencillo. Como si no hubiera escapismo en la película de Nolan y realismo en en la de Greta Gerwig.
Oppenheimer, como buen drama histórico, plantea debates más clásicos y mil veces sostenidos. ¿Hasta qué punto es responsable el creador del uso que se haga de su invento? ¿Eran necesarias las dos bombas cuando Japón ya estaba prácticamente vencido? ¿Se trató de un mero experimento con seres humanos, de una demostración de fuerza o de un aviso a futuros enemigos?
Historia moral
El debate con Oppenheimer se ha centrado más bien en su calidad cinematográfica, sobre lo que se han vertido opiniones encontradas. El crítico de New Yorker, Richard Brody, la define despectivamente como «una película de History Channel con una edición elegante». Y añade: «Insiste tanto en ofrecernos una historia moral que se olvida de la compleja personalidad de su protagonista».
Paradójicamente, ambas películas deben gran parte de su éxito de público a Internet. Las dos historias juntas se convirtieron en carnaza para expertos del meme y bromistas de muy discutible gusto. Así pudimos ver la explosión del icónico hongo gris de Hiroshima teñido de rosa o explotar la bomba atómica sobre la casa de los sueños de Barbie, ofertada por Airbnb en Malibú.
Sea por Barbie, sea por Oppenheimer o incluso por la ola de calor, lo importante es que los espectadores hayamos vuelto a las salas de cine. Algunos, a buscar el mensaje escondido en la muñeca que simbolizó el consumismo y la sociedad de la mujer objeto. Otros, a intentar comprender la capacidad destructiva del ser humano. Y otros, a disfrutar de dos buenas películas y, de paso, a refrescarse.