Las ratas y Rubiales
Quizá muchos en la RFEF salven su puesto después de acuchillar al jefe, aunque habrán perdido la dignidad
Los has visto. Están en tu oficina, se sientan contigo a tomar café, critican al jefe, sonríen al verte llegar a tu mesa. Se las saben todas. Han visto ya las fotos de tu viaje a Torremolinos con los suegros y hay poco que saber más, pero te preguntan por él: «Ha tenido que ser muy duro, eh, figura». Ríen, como ríen los que quieren saber que se sepa que están riéndose. A carcajadas, con la boca abierta. Saben cuál es tu nombre, sí, pero utilizan los «figura», «monstruo», «crack», «máquina», «fenómeno», para demostrarte hombría. «No busco compañeros de curro, busco amigos. Si al final pasamos más tiempo aquí que con la familia». Son ingeniosos, o creen ser ingeniosos. Siempre les gusta decir de sí mismos—su tema favorito de conversación—que son amigos de sus amigos. Los has visto, pululan por las oficinas, por los bares, por la calle y también por la Real Federación Española de Fútbol.
Luis Rubiales, por más sainete que quieran montar los parientes del lobo de Motril, está cadáver. Y no porque la justicia haya determinado que obró con su beso de una manera penalmente reprobable, eso aún no ha pasado. Esto último deben recordarlo algunos políticos—y políticas—de lengua vivaracha y tuits incendiarios, que luego pasa lo que pasa. Rubiales, una especie de Lopera del siglo XXI, ha fenecido—ya de manera definitiva— como presidente de la Federación gracias a los que hace apenas unos días le aplaudían puestos en pie, al finalizar la comparecencia—surrealista, victimista, paranoide—del mandatario granadino en Las Rozas. Torcieron el morro los presidentes territoriales de la Federación, y ya le han pedido a Rubiales, suspendido momentáneamente por la FIFA, que se marche. A Motril, a Salobreña, a donde quiera, pero lejos de los despachos de la RFEF. «No es nada personal, solo negocios, fenómeno, crack, monstruo».
Sabemos que donde hay poder y dinero, hay vileza y traición. En el fútbol hay mucho poder, demasiado dinero, y por lo tanto, no pocas dosis de vilezas y traiciones. Y entre tantos poderosos hay cobardes. Lo has visto. Están en tu trabajo. Ratas que en lugar de huir del barco cuando este empieza a encallarse en la orilla, muerden la mano del capitán que les había guiado en la travesía. Son cobardes, y no solo, también son cómplices. Colaboradores necesarios para que la máxima entidad del fútbol español se haya convertido en un polvorín. En la vergüenza que abre periódicos de medio mundo. Rubiales ya es el granadino más internacional desde Federico García Lorca. Y perdón por la equiparación, pero si Bernarda ordenó el encierro en la casa de sus hijas durante ocho años para llevar el luto por su difunto marido; la madre de Rubiales, Ángeles Béjar, se ha encerrado ella misma en una iglesia de Motril, para acometer una huelga de hambre por la «cacería inhumana y sangrienta» que sufre su hijo.
«Los que aplaudieron el viernes a Rubiales con toda su batería del falso feminismo, hoy piden su dimisión. No cuela»
Los que aplaudieron el viernes a Rubiales con toda su batería del falso feminismo, su retahíla de «no voy a dimitir», el uso de sus hijas como parapeto frente a los ataques, la propuesta de subida—alucinógena, pero real—del sueldo de Jorge Vilda a medio millón de euros al año, hoy piden su dimisión. No cuela. Quieren hacer pasar como convicción lo que es abyecto oportunismo. La mejor defensa para los presidentes de las federaciones territoriales es su anonimato, el no llenar portadas con su rostro o su nombre. Pero fueron palmeros de su jefe, «amigos de sus amigos», hasta que vieron que la FIFA entró y mandó parar al mandatario granadino. Y anonimato es justo lo que no tienen Jorge Vilda y Luis de la Fuente, seleccionadores nacionales, palmeros ambos del presidente durante ese viernes rojo. Convertidos el sábado, justo después de saberse la sanción de la FIFA, en feroces críticos de Rubiales. ¿Qué aplaudieron entonces el viernes? Quizá se les obligó a estar allí, pero nadie les forzó a levantarse y aplaudir. Y hay aplausos de los que no se vuelve.
Hubo una vez, quizá ya no lo recuerden, un líder popular llamado Pablo Casado Blanco. Lo echaron de la presidencia del partido, aunque se despidió de una manera honrosa en sede parlamentaria. Allí fue aplaudido por su grupo parlamentario, y por quienes pidieron su marcha. Muchos de ellos cobardes que habían sacado los puñales ante el hombre al que unas horas antes habían prometido defender. Seguro que de ese tipo de compañeros que te preguntan por las vacaciones en Torremolinos, por si pueden rascar algo en el futuro. Cuando Casado abandonó el Congreso, apenas le siguieron tres personas. Entre ellas, Pablo Montesinos, que, con ojos lacrimosos, había escuchado las últimas palabras de la vida política del hombre que le fichó para el PP. Montesinos pudo ser un cobarde. Pudo. Quizá muchos en la Federación Española de Fútbol salven su puesto después de acuchillar al jefe, aunque habrán perdido la dignidad. Pero ¿quién come de dignidad? ¿A qué sabe la coherencia? ¿Cuál es ese olor que emanan los dirigentes del fútbol español?