Si Julio Iglesias hubiera sido feo y cojo
«Si viajara en catamarán eléctrico y no en un jet privado, Iglesias encarnaría el arquetipo del héroe de la izquierda de este país»
He apuntado en mi cuaderno de notas que Julio Iglesias ha cumplido ochenta años como un ser imposible. Felicidades. En el Congreso de México exhibieron los insólitos cuerpos de unos extraterrestres chiquititos, resecos y muy graciosos que así, metidos en unas cajas y espolvoreados con un polvillo blanco, me recordaban a los higos de Gredos en su bolsita. La vida fue del todo injusta con ellos. Supongamos que naces en un planeta tan lejano que orbita alrededor de otra estrella, que desarrollas la tecnología necesaria para lanzarte al espacio hace miles de años, que cruzas el vacío y logras, sorteando meteoritos y gravedades, aterrizar en otro planeta para terminar expuesto desnudo en el congreso de un país gobernado por un tipo que siempre parece recién salido del tendido de sol de Pamplona.
Visto con distancia, es más probable que hayan llegado hasta nuestros días dos extraterrestres de otro planeta metidos en salmuera que Julio Iglesias intacto en su esencia de traje sin bolsillos, gafas de sol, moreno y embarcadero en el jardín de la casa de Fisher Island en Miami. Julio, más julio que el mes, incluso, se hizo la pregunta que se debería poder hacer cualquier hombre cuando tuvo que elegir entre «psiquiatra o Bahamas», y eligió Bahamas, que es por lo que optaría cualquier persona con dos dedos de frente.
Yo celebro el milagro de que Julio haya sobrevivido a la ola de los reproches de los neopuritanos sobre si amó demasiado, si cantó demasiado, si ganó demasiado, si vio demasiadas veces amanecer entre las palmeras de Nassau, o si acaso era demasiado deseado. Si unas mujeres que los odiadores imaginan bobas, rendidas bajo el yugo del heteropatriarcado y sofronizadas por los cánones de la belleza del hombre occidental, le arrojaron al escenario más bragas de lo estrictamente razonable.
«El día en que terminen con él, de verdad se habrá roto España»
Si Julio Iglesias hubiera sido feo y cojo. Si en lugar de gritar ‘¡Wea!’ llorara como Rozalén, o pidiera perdón por los pecados del ser humano y el daño irreparable que le hace al planeta, si fuera por el mundo presentándose como un artista racializado y oprimido y no como el mayor follador de la historia de la decimoquinta potencia del mundo. Si viajara en catamarán eléctrico y no en un jet privado, si fuera todas esas cosas, Iglesias encarnaría el arquetipo del héroe de la izquierda de este país, pero de momento aguanta el tirón, y aquí vengo a celebrarlo.
Julio Iglesias siendo aún Julio Iglesias es la Biblioteca de Alejandría en pie. Su sonrisa de felicidad descarnada representa a día de hoy una fuerza prepolítica contra la que aún no se atreven. Los destructores de España y de Occidente andarán ya buscándole la estatua para pintarle con espray el reproche de que fue demasiado feliz, de que lo pasó demasiado bien. Acosado por los tristes y los cenizos, sobrevive a sus ochenta incólume en la celebración de una vida que otros movidos por la envidia hacen lo posible por extinguir.
Digo que el hecho de que no hayan derribado su estatua, si es que la tiene, da medida de que hay esperanza. Porque el día en que terminen con él, de verdad se habrá roto España. Contra el desvarío teníamos al PSOE, teníamos el CIS, teníamos Europa y teníamos a los jueces. Ya solo nos queda Julio -Hulio, con jota muda-.