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Opinión

Julio Iglesias, símbolo de la España feliz

«Ya es octogenario el hombre que vivía en una juventud eterna, hasta que los dolores le fueron retirando de los escenarios»

Julio Iglesias, símbolo de la España feliz

Julio Iglesias, en una imagen de archivo. | Europa Press

Habrá que contarles a los que vengan quién fue Julio Iglesias. Incluso habrá que contárselo a los que ya están aquí, creciditos y hasta desvirgados, y solo conocen a Julito por sus memes. Sí, el del dedo índice enhiesto donde se lee «y lo sabes», y los que llegan cada verano por WhatsApp cuando el mes de julio arrecia sumado a las bromas con el rostro del cantante. Generaciones de chavales que no saben que el último conquistador español no fue Pizarro o Cortés, sino un madrileño que iba para portero del Real Madrid, de moreno perenne y sonrisa nívea. Un figurín que tampoco tenía una gran voz. Pero en la música, y a veces en la vida, el tamaño no importa tanto como el uso que se le dé al aparato. Al fonador, al aparato fonador. 

Julio Iglesias cumple 80 años este sábado. Ya es octogenario el hombre que parecía vivir en una juventud eterna, hasta que los dolores le fueron retirando de los escenarios. «Condenado» a vivir en terribles parajes de República Dominica o «soportando» el horror climático de Miami. El artista vivo más vendedor de la historia, junto a Elton John y Madonna, es español. Cosa que tiene especial mérito, en un siglo XX en que el inglés dominaba aún más que hoy las listas de éxitos. Allí llegó Julio, a porta gayola, con un inglés un pelín mejor hablado que Rufián hablando el catalán, y triunfó. Tras las infinitas coñas, hay un artista internacional. El apodado «Sinatra español», ese «Napoleón del amor», el «Humperdinck hispano». Sí, jóvenes, antes de que Rosalía estuviera con Jimmy Fallon, Julio Iglesias hizo lo propio con Johnny Carson.

Iglesias, con su manera de cantar y dar el cante, es símbolo de una España feliz, algo desinhibida. De cuando los cantantes no tenían que hacer alegatos antifascistas ni defender la lucha racial de Oklahoma. Les tendremos que enseñar a los que vengan ese especial de TVE en las primeras elecciones libres y democráticas tras la muerte de Franco, allá por junio de 1975. Cuando en las noches electorales no había tertulianos y sí cantantes, en eso hemos ido claramente a peor. José María Íñigo, con su bigotón, desde el Florida Park del Retiro, fue dando paso a Manolo Escobar, Lolita, Bigote Arrocet. Y entre canción y canción, hubo datos de participación, los votos o el ambiente en las sedes. Aquella noche, Julio, estrenó uno de sus mayores temas «Soy un truhan, soy un señor». La nostalgia es un veneno, pero ya nadie se atreve a mezclar la ligereza con el día de la democracia porque nos hemos vuelto un país más avinagrado y las elecciones, de igual cuales, son siempre «las más trascendentes de nuestra historia».

«En algo se ha quedado añejo Julio a los ojos de hoy, en su masculinidad. Va contra el espíritu de los tiempos»

En algo se ha quedado añejo Julio a los ojos de hoy, en su masculinidad. Va contra el espíritu de los tiempos. Sí, a ti te puede gustar más o menos, pero reconocerás que ya se condena (socialmente) al machito español, al que se ligaba a las suecas, al que habla de las mujeres como un trofeo. Recuerden que le llovieron palos a C. Tangana por posar rodeado de mujeres en un yate. Ya lo hizo Julio antes, pero era otra época. Y muchos españoles aspiraban, ay, pobres ilusos, a parecerse a él. Quién canta hoy el «Me gustan las mujeres, me gusta el vino. Y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido» es un artista verdaderamente contracultural, revolucionario, underground. Aunque las letras que silabea Julio sean poesía fina en comparación con muchos de los temas que encabezan los tops musicales.

Fue Julio, les diremos a los novicios en la materia, un tipo ligero, que no buscó nunca cantar epopeyas ni defender la democracia con sus letras. Tan solo quiso entornarle palabras al amor perdido de la chica que amaba, a la hija que ve crecer, al tiempo en que se olvidó de vivir, a su querida Galicia. Esto último con ayuda del gran Pepe Domingo Castaño. Ni tan siquiera ha sido un dogmático de la política. De derechas, claro, siempre lo fue, pero incluso llegó a ser algo felipista, y nunca se convirtió en un deslenguado crítico de Zapatero o de Pedro Sánchez. Julio fue un adelantado a tantas cosas, estilismo, manejo de su carrera, conquistar las Américas, la publicidad, que lo fue hasta de la salud mental. Cuando ahora no hay artista que vomite su mensaje populistoide sobre la importancia de ir al psicólogo, él, en plena portada de ¡Hola!, dijo: «Tuve que elegir: o el psiquiatra o las Bahamas». El cantante recibió a la revista en su casa del Caribe. Siempre hubo clases, pero Julio solo habrá uno.

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