Aitana y Cristina Pedroche están hasta el mismísimo
«Llama la atención lo fácil que nos escandalizamos a estas alturas de la película por un baile»
El pasado 12 de septiembre, durante la gala de los MTV Video Music Awards, Shakira protagonizó un espectacular show de diez minutos en el que repasó sus grandes éxitos con motivo del Video Vanguard Award. Era la primera artista latina en ganar el premio y la ocasión merecía un momentazo de puro lucimiento personal. La colombiana hizo bailar a todo el mundo, incluso a Taylor Swift. En una de las coreografías, la de Barranquilla parecía fornicar con el escenario con un perreo en el suelo que provocó el aplauso enfervorecido de un público entregado. Y todos encantados.
Hace unos días, Aitana hizo algo parecido en el primero de sus conciertos de la gira Alpha y se lió la mundial: que si es una provocación para el público familiar, que si hipersexualiza a los niños… Ya tenemos el debate en todas las tertulias televisivas y el chorreo de hate en las redes sociales, al que se suman los medios en busca del clickbait con titulares tipo «El tour de Aitana desata la polémica», primero; y «Aitana se derrumba en el escenario tras las críticas», después. Pobrecita. Y los carroñeros, encantados. Objetivo cumplido.
Primero, llama la atención lo fácil que nos escandalizamos a estas alturas de la película por un baile. Ni que Aitana fuera Bin Laden (lo sé, es apropiación cultural). De Shakira no dijeron nada porque en su coreo no se metía con Piqué, que es lo único que da que hablar: si llega a frotar su entrepierna con una foto del futbolista no sale viva de la actuación. Aitana, que como Chabeli ha pasado de niña a mujer ante los ojos de su público, ha tenido que salir al paso a dar explicaciones, sobre todo del tema de su llanto desconsolado: «No, la verdad que no, mi estado emocional ahí es por una canción de mi setlist que me da esa emoción cuando la canto. Nada que ver con lo otro, lo otro bien».
«Pedroche, como Aitana, está hasta el coño. Y también se le nota. Es que no nos extraña. Como para no estarlo. ¡Qué pesados!»
Aitana está hasta el coño, se le nota. No es para menos. Que una cosa es que te monten un tribunal de la Inquisición por un bailecito y otra es que se metan en tu cabeza para interpretar tus sentimientos sin tener ni pajolera idea de lo que de verdad estás pensando.
A Cristina Pedroche le pasa tres cuartos de lo mismo. Y ya lleva mucho tiempo, desde que el tema de su vestido de Año Nuevo se convirtiera en cuestión de Estado: que si es una mujer objeto, que si enseña mucho… Siempre igual. Tras la maternidad, la presentadora colgó un vídeo «tres semanas y dos días» después de dar a luz luciendo tipito, recalcando que su cuerpo tenía memoria. Su posado en bikini despertó la bestia de las redes, la misma que la acompañó los nueve meses anteriores y que la llevó a cuestionarse cerrar su cuenta: «Hoy casi sin querer he leído las burradas que me ponen en Twitter (…) y no os voy a engañar, me duelen (…) No sé si estoy lista para enfrentarme a críticas sobre mi cuerpo por el embarazo o cosas peores que no voy a mencionar».
Cada paso que da es una excusa para ponerla a parir. Pero Cristina ha seguido alimentando el monstruo, no sé de si manera consciente, en plan provocación o porque sencillamente no quiere renunciar a su libertad de usar las redes para estar en contacto con sus seguidores. Sea como fuere, lo último ha sido su imagen amamantando a su pequeña, Laia, cubriéndola mientas le da el pecho. Los haters la han atacado cuestionando que lo enseñe todo con las uvas y se tape tanto para algo tan natural como dar el pecho. Y ella ha dejado bien clara las razones: «Si no tuviera 100 ojos mirándome y móviles con cámara para sacarme la foto de la teta y la niña, claro que no me taparía. Y digo claro que no me taparía porque a mí no gustaría no tener que hacerlo. Pero hay mujeres a las que les gusta taparse y también está bien. Porque cada mujer es libre de decidir lo que quiere hacer con su cuerpo (…) De verdad, dejemos de juzgar». Pedroche, como Aitana, está hasta el coño. Y también se le nota. Es que no nos extraña. Como para no estarlo. ¡Qué pesados!