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Gravedad de la Corona, 'Vilnis' y el comisario McMillan

«Quitando el hecho de que no son elegidos, los reyes pueden acoplarse al republicanismo político y ser, como ocurre en España, sus garantes»

Gravedad de la Corona, ‘Vilnis’ y el comisario McMillan

Los Reyes, la princesa Leonor y la infanta Sofía abandonan la gala de la 43º edición de los Premios Princesa de Asturias. | Chema Moya (EFE)

1. Algo bueno está teniendo el pifostio español: le ha dado gravedad a la Corona. Se vio en la entrega de los premios Princesa de Asturias, con los discursos de la princesa Leonor y en especial del rey Felipe. Un espectáculo lujoso, íntegramente republicano. Quitando el hecho (no menor, desde luego: Savater lo llamó hace años «lotería primitiva») de que no son elegidos, los reyes pueden acoplarse al republicanismo político y ser, como ocurre en España, sus garantes. Para los republicanos como yo dependerá de cada rey, que habrá de cumplir su función.

2. Le llevé a Bárbara Mingo mi ejemplar de Vilnis para que me lo firmara y, una vez con el libro en la mano, me puse a picotear en algunas hojas. El resultado fue que decidí volver al principio para releerlo entero. Mi primera lectura fue de cuando salió hace dos años (en la editorial Caballo de Troya). Me gustó entonces, pero me he dado cuenta ahora de que lo leí demasiado rápido. Vilnis invita a demorarse, a leerlo con atención: es muy sutil, con observaciones y reflexiones muy finas, de una exquisita delicadeza. Su argumento es que Mingo viaja a Lituania interesada por el músico y pintor de finales del siglo XIX y principios del XX Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, también en búsqueda o espera de algo que va más allá del artista. En la contraportada emparentan a la autora con Sebald y Handke, pero a mí me evoca además ciertos periplos de los surrealistas que aguardaban destellos del mundo: sobre todo los pasos perdidos (y encontrados) de André Breton, quien acuñó su poética de afirmación de la vida en la expresión ‘signo ascendente’. Creo que los cuadros de Čiurlionis mismos hubieran formado parte del canon surrealista si no hubiesen estado fuera de la vista de Breton. 

3. He encontrado el modo perfecto para practicar inglés: ponerme capítulos de las series que veía de niño en la televisión. Muchas están en versión original en algunas plataformas, pero sobre todo en YouTube, que es donde yo suelo verlas. Una experiencia inmersiva en los años setenta del pasado siglo, que casi parece el XIX. Veo Colombo y McCloud. Kung Fu. Lou Grant. Vacaciones en el mar. Starsky y Hutch… También alguna británica como Poldark. ¡Me quedan muchísimas! ¡Es un archivo inagotable! Ahora estoy con Vicky el vikingo, mi serie de dibujos animados favorita de todos los tiempos. ¡Qué feliz fui con Vicky! En esta revisitación crepuscular (¡el niño se marchó!) me fijo en los momentos de calma: el atardecer, las navegaciones, algún paseo, alguna celebración de la aldea… La música ahí es tranquila, como de un paraíso fácil, calmado. Aunque entonces asistíamos a esas escenas deseosos de que volviese la aventura, me doy cuenta de que también me gustaban: a contramano, apelaban a mi pozo contemplativo. El pequeño Montano adiestrándose en las estéticas que luego lo arrastrarían, mientras se terminaba su bocadillo de salchichón. Pero mi gran reencuentro ha sido el de los capítulos de Comisario McMillan y esposa, con Rock Hudson y Susan Saint James. Cuando me los pongo tengo la certeza de que soy el único ser humano en el planeta que está incurriendo en el rescate del entrañable matrimonio. De niño me fascinaban las escenas de la cama. Para mí casarse era eso, estar metidos en la cama charlando, bromeando, discutiendo incluso, pero entre almohadones. Me parecía la felicidad, y eso que aún no tenía ni idea de sus otras posibilidades placenteras. Ya de adulto, no me he metido en la cama con una mujer sin pensar, siquiera por un instante, que soy el comisario McMillan. 

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