THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Un gemelo de mentira

«Si Puigdemont tuviera un hermano gemelo ahora, aunque fuese de mentira, ya estaba todo resuelto»

Un gemelo de mentira

Emiliano García Page y su hermano gemelo.

Dice Carlos Alsina, referido al hermano gemelo de Emiliano García-Page de baja inmediata socialista, que el propio Emiliano se ha inventado un hermano para poder ir a la manifestación del domingo contra la amnistía, recién peinado, recién duchado, con las manos en los bolsillos y tarareando alguna canción pintona de moda. Un hermano gemelo, bien dibujado, nos puede salvar de muchas. El doble es y no es el yo. 

Imaginemos que bebemos: el personal lo sabe, nos ve por ahí de esas trazas, nos increpa con la mirada feroz y herida, nos acusa con el dedo índice duro como un mástil, llega entonces un hermano gemelo abstemio y está todo solucionado. Cómo ha cambiado este hombre, si parece otro, quién le ha visto y quién le ve, parece increíble, habrá venido de alguna clínica cara de desintoxicación, si parece que ha ganado algo de peso, sonríe hasta de otro modo, antes parecía acartonado, antes parecía una gárgola o momia de pergamino, da gusto verle, sonríe hasta para ir a comprar el pan, sonríe en el ascensor y en el garaje, qué tío, cómo me alegro. 

Imaginemos que somos tacaños, agarrados, y que jamás invitamos a nadie, y que jamás sacamos la cartera en público y cuando lo hacemos escapa una mosca por la abertura, cuánto nos solucionaría un hermano gemelo generoso, un hermano gemelo dadivoso, alguien espléndido sin tasa ni cupo, pero qué altruista es éste muchacho, si parece otro, entré en el bar y ya estaba preguntándome al oído qué iba a ser, salí del portal y ya estaba con que si hacía un cafelito, venía cargado de bolsas a las tantas y me las coge y me dice que un copazo ahora refresca lo suyo, tonifica y, como decía Umbral, es vasodilatador.

Imaginemos que no nos definimos por nuestro humor, somos hoscos, somos huraños, somos misántropos, rehuimos el trato social, como cuando Carlos Barral se encontraba con Pere Gimferrer por Barcelona, llamándolo lagarto pegado a las paredes, por la parte siempre de la sombra. Cómo nos arreglaría la vida un hermano gemelo que no dejase de contar chistes. ¿Cuál es el último animal que subió al arca de Noé? El del-fín. ¿Cómo se dice pañuelo en japonés? Saka-moko. ¿Qué le dice un gusano a otro? Voy a dar una vuelta a la manzana. ¿Dónde va una pulga cuando se muere? Al pulgatorio. ¿Por qué las focas miran siempre hacia arriba? Porque ahí están los focos. 

A mí me lo dijo mucho Sánchez Dragó, que estaba empeñado en meterme en La Gaceta: «El yo no tiene nada que ver con la vanidad». Lo que es vanidad, explicaba en la vinatería La Copla, frente a su casa madrileña en Jesús del Valle, es el ego. El ego es vanidad, malo malísimo, amigo de los espejos, de la jactancia, del exabrupto, de la arrogancia y del despotismo (ilustrado o no). El yo es conocerse: saber quién eres, profundizar ahí, hasta en tus últimas consecuencias, no dejarte llevar por el rebaño, no militar en ninguna trinchera, no dejarte arrastrar por la marea. Al yo, la memoria de su propio pasado sujeta, y la atención y estudio por todo cuanto viene de nuevo, mejora. El hermano de García-Page, doble o no, verdad o ful, tiene que existir porque su cartita de despido es puro yo, no quiso fotos, ni alcachofas, ni televisiones, ni rollos. Una cartita de baja y adiós, porque para él la amnistía es muy grave y punto final. El hermanito, Page II, es puro yo.

Me cae muy bien Emiliano García-Page I, pequeñín, claro en la dicción con sus brochazos manchegos, Pepito Grillo de su propio partido, ajeno a los altavoces de otros, ajeno a la tarima de otros (donde otros, sí, te suben para ver cómo te caes mientras te empujan). Habla sin ecuaciones, cuenta lo mismo que se dice en los bares pero en voz alta, no busca sofisticaciones ajenas, no se parece a nadie, ni siquiera a su hermano, va por libre, a su aire, a su bola y, lo más importante, tiene en el bolso la fuerza de los votos, sus mayorías y su gente, la confianza de los otros y su propio voz sin eco del aparato, incluso un hermano gemelo para sacarle todas las dificultades y que pueda ir este domingo a la manifestación pepera.

Pequeñín, sensato, con dos mofletitos que saben remarcar el gesto, el pelo cortadito, la chaqueta tanto abrochada como desabrochada, las manos volanderas, mucha jota entre las sílabas, podríamos decir que Emiliano García-Page es de una pieza. Está a la que salta, en la política-resorte, y eso es garantía de popularidad. Si hay quita de deuda, él también quiere una quita para él y para sus hermanos (no todos gemelos). Si hay amnistía por siete escaños, él quiere la de toda la vida, la rubia y no tostada (la del interés general votada unánimemente por el Congreso de los Diputados, y aplaudida hasta por el último ujier). ¿Y si el que vimos hasta la fecha fuese el gemelo de mentira y no el auténtico? ¡Vaya par de grandes!

Lo único que te salva el pellejo en la vida es un buen hermano gemelo, igualito a ti como dos gotas de agua, como dos uvas o dos yogures. Si Puigdemont tuviera un hermano gemelo ahora, aunque fuese de mentira, ya estaba todo resuelto, lo pondría enviar a España con un beso en cada mejilla y ver desde Waterloo por televisión si lo detienen mientras abre otra botella de Emperador al fuego bajo de la chimenea y sin zapatillas. Un buen hermano gemelo –tiene que ser bueno e irreconocible- es vivir dos veces. Bueno, también hubo cierto lepero que quería suicidarse y mató a su hermano gemelo por error. Nadie distinguirá el domingo a García-Page de su gemelo de mentira.

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