THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Un gallego con guantes de fregar

«Toca oposición, poca pajarita y menos zapatos castellanos. Toca buscar unos guantes buenos y bajar al barro»

Un gallego con guantes de fregar

Ilustración de Alejandra Svriz.

Feijóo se ha enterado ya, tras dos millones de ciudadanos en la calle y todo el banderamen imaginable, que toca buscar una tienda de guantes. Él venía a gobernar (desde su Galicia natal, Anduriña muy dentro del alma) pero no a hacer oposición. El venía a levantar la sábana e inaugurar la estatua pero no a picar piedra. Ahora solo toca buscar unos guantes buenos, y bajar al barro y al chapapote, sin pololos holgados ni entrañables miopías, como lo pintó Julio Valdeón en aquella vieja semblanza. Toca aterrizar y fregar. Los guantes más baratos son esos: los de fregar.

Hay algo en Feijóo del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, bohemión y parisiense de adopción, que llegó a escribir: «Llego siempre a todas las ciudades como un místico peregrino. Lleno el corazón de ilusiones, la memoria poblada de recuerdos, y una voz misteriosa dentro del pecho: ¡París! ¡París! Y sin acertar a darme cuenta de lo que mis ojos ven, gozo como nunca hasta entonces he gozado». En el caso de Feijóo: «¡Madrid! ¡Madrid! ¡Oh La Lá!». La aritmética parlamentaria permitirá la investidura y un señor, previsiblemente desde Waterloo dirigirá España, según como se levante esa mañana de la cama. 

Dicen los de Junts: «La legislatura durará lo mismo que la palabra de Sánchez». De momento, sí, la cosa anda enquistada, porque Puchi sigue empeñado en salvar a Boye y Borrás, Borrás y Boye, nuestro Dúo Dinámico. Junqueras dice que ni de coña, que Laura Borrás no cabe en ninguna amnistía, lo suyo es otra cosa (tres añicos por prevaricación). Puchi, entre ensalada y ensalada, sigue en lo mismo: «La guerra sucia judicial contra el independentismo» (llamada, aquí y ahora, lawfare, con todos los jueces en contra, abolida toda separación de poderes histórica, preámbulo a la impunidad; el «apreteu, apreteu» de Torra).

Toca bajar a la arena a recoger basura, toca remangarse, toca aflojar la corbata o dejarla colgada de la ducha, por lo que consignas antiguas son ya romances viejos («Repitamos las elecciones hasta que salga yo»). Y en esa misma bisagra de nuevos objetivos, dos problemas surcan el mar cercano a la playa, con la aleta fuera de vivos tiburones. Uno, la ecuación que los alfiles leales repiten al oído cautivo: «A más Sánchez, más Ayuso. Y tú te vas por el precipicio porque ella te come en las encuestas». Dos, la foto fija con llama de contenedor ardiendo por encapuchado desconocido: «Con Vox encendiendo el fuego, la calle no es nuestra, y en toda Europa los ultras se han comido a los sensatos, porque no podemos competir con sus mismas armas». Sudan los dedos como dátiles por la presión del látex rosa y negro del fregón imposible. Rompen, las uñas, a trozos.  

«No hemos visto todavía al señor Feijóo con guantes de fregar la chapa dura de la taberna negra y diaria. No toca más que ley, orden y muchas horas con las botas sucias»

Laura Borrás, mientras, come mejillones  a pocos pasos, echa ribeiro y albariño frío de la jarra, y dice cosas con esa risotada de duelo, desafío y aquí están mis ovarios morenos: «El conflicto ha dejado ser entre catalanes para ocurrir entre españoles. Hemos acabado con el relato gubernamental prehistórico». Boye y Borrás, Borrás y Boye, ambos sudan vino blanco para entrar en la bula de Waterloo, Puchi quiere, Pedro no. El guerracivilismo actual siempre estuvo entre sus planes como un palillo entre los dientes, mitad restos de aceituna, mitad de calamar: dividir entre españoles de primera y de segunda, al saberse unos amnistiados y otros no, para recoger en el río revuelto las últimas pepitas de oro electorales del fondo, grandes como melones, gigantes como sandías. Juzgados, sí, los guardias civiles y policías nacionales, amnistiados los delincuentes, y dos ministros pasmados que son jueces mordiéndose la lengua, porque ningún Congreso del mundo puede aprobar o no a su Judicatura.

La Democracia es una calculadora de Casio y dedos pequeños con guantes: 178 diputados votarán a la señora Investidura, que son doce millones y medio de ciudadanos, mientras que PP y Vox juntan un millón menos. Toca oposición, poca pajarita, ninguna corbata, menos zapatos castellanos, y ni más ni menos que lo que cantan muchos de la otra bancada, señor García-Page: «Veo mucha necesidad de gobernar, mucha necesidad de librarse de la cárcel, y ninguna virtud». La virtud es imprescindible hasta para limpiar un cazo después de calentar la leche del desayuno. La virtud, preñada de laboriosidad, es el camino empedrado a la luz y la excelencia.

No hemos visto todavía al señor Feijóo con guantes de fregar la chapa dura de la taberna negra y diaria. No toca más que ley, orden y muchas horas con las botas sucias. Vestido como un pincel, en la oratoria de las protestas masivas y vacías, no limpia ni la barandilla que conduce al mar. Las responsabilidades judiciales (siempre civiles, penales o patrimoniales) van por su senda. Ningún mitin soluciona nada: ya terminaron todas las campañas, ya se apagaron las luces de la fiesta, no toca embeleco alguno junto al oasis en pleno desierto. El gallego que venía muy sonriente y cantarín a la pluma Mont Blanc, el traje fino, los zapatos caros y el sillón vacuno, le toca calzarse los guantes duros y baratos de fregar. En el barrizal mismo de la oposición tocará el triunfo y la gloria. Feijóo venía a recoger el Premio Cervantes y toca volver al Café Gijón a hacer picaresca, bohemia y poetambre literaria. Lo mejor para empezar a escribir el libro triunfal son eso mismo: unos guantes buenos y baratos de fregar la chapa.

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