Muchas cuerdas para un violín
El germen de la discordia entre los asociados a la causa de Sánchez está en sus propias exigencias
La tupida telaraña de compromisos que está tejiendo Pedro Sánchez en torno a sí mismo me ha recordado una magnífica película de Pietro Germi titulada por los censores españoles Muchas cuerdas para un violín (1967). En ella, un violinista iluso sueña con reunir a toda su compleja familia, que consta de su esposa y tres hijos, su amante y dos hijos más y su nueva amante, a punto de darle un sexto hijo. Sergio (Ugo Tognazzi) hace lo imposible por estar en las celebraciones de todos, por ser puntual con sus regalos, por atender a sus necesidades económicas. Miente, engaña y sigue tocando su violín.
No voy a revelar el final de la película, cuyo título original es L’immorale, pero sí puedo entrever lo que le puede ocurrir a Pedro Sánchez enredado como está en su propia trampa. El secretario general del PSOE ha urdido acuerdos con los confusos cristianos del PNV, con los marxistas de Sumar, con los independentistas de izquierda de ERC, con los independentistas burgueses de Junts, con nacionalistas progresistas gallegos, con las secuelas de ETA y con la aristocracia de su propia grey socialdemócrata para conseguir una investidura que todo el mundo da como hecha (estando los restos de Podemos por medio yo no me arriesgaría a asegurarlo). ¿Y el día después?
El día después, el Gobierno que se constituya tendrá que desvelar los Presupuestos Generales del Estado que ha elaborado el equipo de la ministra y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero, enredada en compromisos que todos ellos pasan por caja. Como se supone que, al menos para aparentar, los recursos no serán ilimitados, lo que consigan unos será a expensas de lo que no reciban otros. El germen de la discordia entre los asociados a la causa de Sánchez está en sus propias exigencias.
«Sánchez ofrece una imagen de nuestro país más que sospechosa para los inversores respecto a la vigencia de la seguridad jurídica»
Con este despropósito presupuestario bajo el brazo, Sánchez debe apurar los días de su presidencia europea para conseguir in extremis que el Consejo Europeo restablezca las normas fiscales, pero con plazos especiales para España que le permitan aparentar que puede cumplir las generosas promesas que ha hecho a sus socios. Convencer a Europa será un difícil empeño cuando es el presidente de turno de la Unión quien escamotea a Bruselas la lista de beneficiados con los fondos europeos, a lo que ha sido reiteradamente requerido.
En otro escenario enmarañado para Sánchez se interpreta el desconcierto que protagonizan Telefónica, la SEPI e Indra, con el concurso de Prisa. Los mangoneos desde el Gobierno en funciones llevan meses sin resultados tranquilizadores y ofrecen una imagen de nuestro país más que sospechosa para los inversores propios y extraños respecto a la vigencia de la seguridad jurídica, muy dañada por los incumplimientos de los arbitrajes internacionales.
Los espectadores están aturdidos por mensajes fiscales amenazadores, por edulcoradas promesas de trabajo a la carta, por datos bastardeados sobre la evolución económica (¡pobre INE, en qué lo han convertido!), por una inflación que no cesa y porque la información de la que ahora disponen les interpela sobre lo que votaron hace apenas cuatro meses. De aquel programa que ofreció a los votantes no se ha salvado nada. No me extraña su ofuscación porque yo mismo estoy estupefacto desde que oí a Sánchez afirmar ante la aristocracia de su partido que cualquier cosa, incluso la amnistía forzada, es mejor que volver a las urnas en enero. ¿Desconfianza? No. Angustia.
En esta película de Pedro Sánchez el final es funesto.