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Opinión

Costes, retos y estrategia de la inmigración en Europa

«El problema no es la inmigración en sí misma, sino la integración y la capacidad de la sociedad para digerirla»

Costes, retos y estrategia de la inmigración en Europa

Ilustración de Alejandra Svriz.

Desde una perspectiva liberal, se ha abogado siempre por la libertad de movimiento de los individuos, pero sujeta a su viabilidad práctica. Las comunidades políticas comparten valores que fortalecen la cohesión, pero la llegada masiva de inmigrantes con culturas distintas puede cuestionar principios básicos de convivencia. Aquí entra en escena la advertencia de Hayek sobre el riesgo de una inmigración excesiva y descontrolada que podría avivar tanto reacciones nacionalistas como un quiebro de la libertad, que definía como una «conquista intelectual» que no necesariamente estaría presente en otras culturas

Europa afronta una situación compleja en relación con la inmigración, propiciada por diversos fenómenos como desastres naturales, crisis políticas y conflictos internacionales. Marruecos, con el reciente terremoto que acabó con la vida de miles de personas y segó las oportunidades de otras; Libia, con las inundaciones recurrentes, el África subsahariana en su conjunto, o Ucrania y Siria con sus conflictos bélicos enquistados son algunos de los lugares afectados, impulsando flujos migratorios hacia países como España e Italia en algunos casos, y hacia Alemania y Reino Unido en otros. Aunque los países de origen experimentan graves dificultades sociales, políticas o abiertamente crisis humanitarias fruto de guerras, los países de destino preferente también afrontan problemas económicos, como la caída del PIB, la lenta recuperación de la actividad económica post-covid-19, una alta inflación que perdura en el tiempo y amenaza con convertirse en un fenómeno relativamente estructural, salarios bajos y, especialmente en el caso de España, una alta tasa de desempleo.

En esta coyuntura económica de estancamiento, se observa un aumento de la inmigración, especialmente en los países del sur de Europa. En España, aunque el porcentaje de personas nacidas en el extranjero sobre la población total ha variado poco, sí que se han producido cambios significativos en la morfología de la inmigración, con un incremento de personas de fuera de la UE, representando el 78,2% en 2019, según Eurostat, frente a un 62,5% en 2015; una tendencia que persiste tras la pandemia.

La pregunta clave es si la inmigración es un problema en sí misma. La respuesta es no; siempre ha existido y seguirá existiendo. O nuestros padres lo fueron, en mayor o menor medida, o nosotros lo somos o nuestros hijos lo serán. El problema no es la inmigración en sí misma sino la integración y la capacidad de la sociedad para digerir esa integración. La atención debe centrarse en la inmigración ilegal y los costes asociados con la integración de esas personas. En el caso de España, el aumento de extracomunitarios puede generar conflictos debido a diferencias en los valores que sustentan la Unión Europea y los de las culturas de origen, exceptuando, en nuestro caso, una integración más sencilla de la inmigración iberoamericana, que comparte idioma y, en gran medida, el esquema de valores.

«Resulta aún más manifiesta la inacción del Gobierno español en este momento en que se ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea»

La inmigración ilegal en las costas europeas, especialmente en España e Italia, presenta una situación insostenible, tanto por el aumento de la presión fronteriza como por los elevados recursos que el Estado debe emplear para proteger las fronteras y combatir a las mafias, como los empleados para facilitar la integración de la inmigración, un proceso en muchas ocasiones lento y, en la mayoría, muy costoso, tanto económica como socialmente. Centros de acogida diseñados para 400 personas albergan cinco veces mayor número de personas, en algunos casos, y generan notables protestas ciudadanas, como en el caso de Lampedusa. Resulta sorprendente que, con la frecuencia e intensidad de fenómenos relacionados con la inmigración ilegal que está viviendo nuestro país, no exista una verdadera política de Estado que dé respuesta a esta realidad.

A nivel europeo, la inmigración es el principal problema para el 25% de los europeos, según el Eurobarómetro, siendo destacada por los ciudadanos la falta de coordinación y asimetría en la financiación comunitaria para controlar la inmigración desde Oriente Medio y el norte de África. Resulta aún más manifiesta la inacción del Gobierno español en este momento en que se ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea. No se puede ignorar ni obviar el debate sobre inmigración, pues es una de las principales reivindicaciones que los ciudadanos echan en cara a la UE, y puede convertirse en el principal elemento de discusión en la campaña de las próximas elecciones europeas. Sin olvidar que la estabilidad social y un marco legal estable en el que se desarrolle la actividad económica son dos elementos fundamentales para que una sociedad pueda avanzar hacia la prosperidad. 

Según expone Alexis de Tocqueville en La democracia en América, el asistencialismo estatal denigra a las personas, las hace dependientes del poder en el contexto electoral y demuele la cultura del trabajo. En el caso de la inmigración, y como apuntaba al inicio a propósito de Hayek, el asistencialismo per se, sin entrar en sus costes, no puede solucionar los problemas derivados de la inmigración, pues podría avivar reacciones nacionalistas a la par que poner en riesgo nuestro esquema de valores.

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