Los encapuchados
«En Democracia se puede perder todo menos la cara. No cabe ningún discurso de enmascarados, ninguna fantasmagoría de mafiosos»
«Qué pureza la de aquel que pierde la memoria», dijo Gimferrer en sus versos febriles, aunque ahora trasponga la cita, en este domingo de duelo y cerveza caliente. Cada uno puede votar lo que estime, cada uno puede pensar como considere, los rojos al tambor («nadie más tonto que un pobre de derechas») y los azules a la guitarra («gobierno de rojos, hambre y piojos»). Pero lo que no cabe en Democracia es perder la cara. Lo que no cabe en Democracia son pasamontañas. Lo que el espejo no te puede devolver son ojos de odio, sin rostro.
Vuelve el negocio que siempre estuvo ahí, el de vender o cobrar por la cerilla junto al bidón de gasolina, sea de Ariza, Kike Monasterio o secuaces, según el libro de Olona. Lo que no vale es el caos como negocio y en el libre mercado pasamos por todo, los sesenta mil pavos al mes de Anson en Ariza, el clan informativo de los 11 millones de Vox, las asociaciones en la trola y el trile, y más bengalas, y más quema de contenedores, y más robar sillas, y más cesta para pocos, y más carnaval fuera de la ley y el orden. No, no cabe.
En pleno festín de las asociaciones fantasmas, de las acampadas tímidas, de los tiros de Irán, de las «putas y varios» de Tizona, de la pasta larga, hay que recordar, pienso, en Democracia, que se puede perder todo menos la cara. No cabe ningún discurso de enmascarados, ninguna fantasmagoría de mafiosos y ningún terrorismo solo de ojos incendiados en odio. Revuelta, como asociación que viene a vender la cerilla junto al bidón de gasolina, no tiene nada que hacer con la buena gente, piense lo que piense, vote lo que vote.
Hay un negocio en seguir con el odio, y una pena y una misión que es la de rebajar el odio. Los primeros mendigos lo que hacen al llegar a la puta calle es borrarse el rostro con una barba larga, amplia, borrascosa. Otro tipo de mendigo, en las dificultades, lucha por el aseo diario, por el afeitado diario, por la supervivencia digna. La mafia de los enmascarados y encapuchados es dantesca. Los emboscados, desde el Siglo de Oro, aguardan en la esquina para darnos el palo. La Democracia, como la hemos conocido hasta la fecha, es respeto al diferente, ley y orden. El negocio de las bengalas arde en las cuentas corrientes de cuatro, arruinados tras no pagar ni al lechero, y ahora en lo otro, esa violencia callejera por la que cambia el tono de todo, donde el propósito es romper la valla, donde lo crápula aniquila toda mirada limpia a los ojos buenos.
«Nadie asume el hachazo hasta verse por televisión en algo que no era lo pensado»
Siempre hubo algo muy poético, una grita en la mole, una esperanza en unos ojos, un brillo en una mirada debido a humedades nobles. El viejo concepto comunista de «frente de masas» causa muchas bajas, por hacer el pareado fácil. Viene a consistir en lo que siempre hubo, una manifestación que se pretende parasitar, que se pretende colonizar, y llegan unos de fuera y colocan una pancarta en la cabecera, y otra causa entra en escena distinta a la principal. Nadie asume el hachazo hasta verse por televisión en algo que no era lo pensado. El negocio de vender la cerilla junto al bidón de gasolina sigue siendo muy goloso, por parte de los mafiosos oficiales, todos arruinados, sin pagar ni al lechero, entre los polvos sin condón de la Virgen de la Candelaria y ni una nómina seria que no tuviera felaciones varias.
La Democracia española solo toleró pasamontañas con ETA, a la fuerza, donde un reguero de sangre llevó siempre a la mentira desde la política, que jamás pagaron ellos, cómo no, no jodas, porque también fue un negocio popular. Los poetas, y gente de bien, y gente común, el procomún que dijeron tantos, están y estamos al lenguaje exacto de las nubes. Mejor eso que un tío enmascarado donde las pupilas son de otro. Nada que ver: nada, nada, fuera, fuera, pasamontañas y encapuchados en nuestra Democracia digna de todos. Siguen en la retórica de la confrontación quienes buscan nuevos patrocinios para sus empresas rotas. Rebajar el odio, agua para el vino, hoy y ahora no sale rentable. La minoría violenta no sabe que es manejada por intereses altos. Las manifestaciones pacíficas no pueden evitar ser parasitadas. Incendiar la calle, el negocio, la cerilla junto al bidón de gasolina, para solucionar la empresa rota junto a las promesas aéreas. Qué más da, cojones, hostia, si yo voy a lo mío. Todas las pelotas de goma estallan en unos ojos ciegos. Una Democracia –mayúscula, importante- jamás consistió en ser otro para decir lo que piensas.
«No hay Democracia, en mayúsculas, sigo, donde los encapuchados llevan la brújula mientras otros gastan el mapa»
No más ventas de cerillas junto a bidones de gasolina. Basta del negocio de los mismos, los intermediarios, los del pollo al amparo de la noche, los de la mordida que quieren a las huestes aqueas mordiendo a dos carrillos, profundamente ignorantes, manipulables y manipuladas. Paga lo que debes, Julito. No hay Democracia, en mayúsculas, sigo, donde los encapuchados llevan la brújula mientras otros gastan el mapa. La brújula de Julito, claro, la de los arruinados, la de los desesperados, frente de masas, lo más útil, colocarse a la cabeza, mientras vendemos la burra en las traseras, donde mama el negocio caliente, en las subvenciones de toda la partitocracia como golpe electoral de la hostia a mi cuenta corriente, en mi propia lógica aplicada o ejecutada como enemigo, porque el lenguaje del enemigo es principal rédito, no jodas, y cuál va a ser otro. No caben en ningún duelo al natural los encapuchados. No caben en el trile y el burle los encapuchados. No caben ahora los encapuchados.