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Un patán al mando

«La lucha contra el fascismo produce aquí más destrozos que el fascismo»

Un patán al mando

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)

1. «Guardar y hacer guardar la Constitución». Con esta mentira inaugural ante el Rey (las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas) arranca Sánchez la nueva fase de su franquismo particular. La más letal sin duda. Los españoles se arrepentirán del 23-J. Y cuánto. Cómo lo van a pagar. No hay que ser Casandra para predecirlo.

2. En el ambiente polarizado y embrutecido construido y alentado por Sánchez (al que luego, claro está, se han sumado –nos hemos sumado– todos: la máquina de la polarización y el embrutecimiento, una vez puesta en marcha, marcha sola), lo menos malo ya (siendo muy malo) era que Sánchez siguiese gobernando. Imagínense unas nuevas elecciones ahora y un gobierno de Feijóo: los polarizados y embrutecidos sanchistas hubieran hecho la vida imposible (ríanse de los «fachas» de Ferraz); los nacionalistas, independentistas y proetarras (disculpen el pleonasmo) hubieran multiplicado sus golpes posmodernos, modernos y premodernos. La única solución ya es que Sánchez se achicharre en el poder. La única extinción efectiva del sanchismo ha de ser una autoextinción. No sé si ocurrirá; ni, si ocurre, qué parte del país se habrá achirrarrado y extinguido también. Un error de cada uno de los dos polos es pensar que hay una solución si se impone al otro polo. Pero lo cierto es que no hay solución ya. Solo habría no sé si solución pero sí apaciguamiento si se autodesactivara, por achicharramiento o extinción, el peor polo, el polo que ha desatado la polarización, el de Sánchez.

3. Del mismo modo que existen el votante fino (¡yo!) y el manifestante fino (¡yo!), existe el sanchista fino. Este no incurre en las groserías del sanchista al uso, sino que hace como que cuestiona a Sánchez, aunque en realidad se limita a cuestionar a los socios de Sánchez, como si no tuviesen relevancia ni fuesen decisivos solo por Sánchez, para concluir, tras no pocos cantinfleos, que en cualquier caso la situación no es apocalíptica. Es un término interesante, porque no lo ha empleado ningún antisanchista. Solo el sanchista fino emplea, adjudicado al antisanchista, el término ‘apocalíptico’: así se delata como integrado.

4. Me he asomado a cuatro manifestaciones contra Sánchez: la del recibimiento (hostil) a Sánchez en Málaga y, en Madrid, a la de la Puerta del Sol, a la de Cibeles y una noche a la de Ferraz. En todas lo mismo: una mayoría de indignados cívicos plenamente democráticos desactivados por una minoría de ultraderechistas y hasta carlistas con sus boinas rojas gritando burradas que se lo regalaban todo a Sánchez. Estos no han entendido que la protesta es por cuestiones formales, por la defensa vacía del Estado de derecho, es decir, por la nación de todos: protesta que estropean con su introducción improcedente de contenidos espurios. En las cuatro ocasiones me ha llamado la atención un personaje que se repetía: un viejecillo aislado, había unos cuantos en cada manifestación y en sus estribaciones, sin contacto entre sí, con la bandera de España en la mano o envuelta en el cuello como una bufanda, callado y triste, con una melancolía histórica y una visible pesadumbre, sin ganas de nada, asistiendo sin esperanza, como un simple testimonio inútil, preso de la fatalidad.

5. La risotada de Sánchez contra Feijóo en el Congreso durante la sesión de investidura. Risotada de loco, risotada de tipo mediocre y bajo que no ha llegado alto por sus virtudes (ciertamente desconocidas), sino por sus defectos, potenciados sin piedad (hasta la resistencia y la voluntad son en él defectos). Un patán al mando.

6. La lucha contra el fascismo produce aquí más destrozos que el fascismo.

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