Se necesita camarero
«Cerraremos los ojos y amanecerá un país sin bares. Para ligar, divertirse o informarse no hace falta ya ir a ningún bar»
El dato es ya oficial. Faltan 100.000 camareros en España. 70.000 no se incorporaron tras la pandemia, aromados de subsidios, estimulados por paguitas, orlados por ayudas. Otros 30.000 renunciaron a presentarse. Dicen ‘no’ a estar dados dos horas de alta y 15 de curro fino. Dicen ‘no’ a 12 horas sin libranza. Dicen ‘no’ a cobrar en negro. Dicen ‘no’ a cuatro horas sin parar en cocina por 20 pavos. Mucho se habla de la fuga de cerebros pero ya hay huida de manos y pies.
Por un lado, resulta gracioso, no falta quien echa la culpa al Gobierno: «Si no dieran pagas, trabajaría todo Dios». Por otro lado, y por abajo del sector, los implicados aseguran que faltan empresarios: «Muchos de los dueños de bares no son profesionales, es gente que tiene un dinero y montó eso». Cádiz, por ejemplificar un sitio turístico, ya vio la oportunidad en contratar personal marroquí. Les ofrecen lo que pone en el contrato, 1.200 brutos y a 12 euros la hora extra. El 40 por ciento de los contratos en España son temporales, otro secreto a voces.
Un chiste antiguo ejemplificaba la situación. Dos borrachos hablan en un banco de montar un bar. Dos borrachos a punto del coma etílico, aturdidos y vencidos por el alpiste, planean abrir un bar. Eso, eso, eso es lo que necesitamos, montar un bar. «¿Y si nos va mal?», pregunta uno de ellos, en un rapto de lucidez. «Si nos va mal, lo abrimos al público», responde el otro, solemne y serio. Muchos de los empresarios de bares abrieron esos negocios para bebérselos: ellos y sus amigotes. Son graciosos, también, los alterados: «No tengo personal porque, es que, vienen sin afeitar. Es que, sí, vienen sucios o con la camisa arrugada. Es que, a uno tuve que pagarle la boda, y a otro dejarle un piso». Pura picaresca española.
En Irlanda ya hay 12.000 españoles que ganan 2.500 euros, y casi 500 más con las propinas. Tienen que vivir diez juntos en una casa del tamaño de una cajita de cerillas, porque una habitación vale 700 pavos, pero compensa. Hay bares que facturan 100.000 euros diarios en Guinness. El camarero español es apreciado: tenaz, educado, amable, simpático. Hay cartas que tienen más páginas que Don Quijote. Saberse la carta entera de memoria, con las diversas combinaciones y añadidos, son casi unas oposiciones a notario. El precio medio es de 950 euros por una habitación alquilada. Diez personas comparten un baño. Dos personas llegan a compartir una cama. En Cork, Irlanda, el personal duerme en literas. La mayoría llegan a ahorrar 15.000 euros anuales.
En España sube la vida y cierran los negocios. Los camareros se quejan de la falta de ascenso laboral dentro del lector: «Empiezas fregando y, diez años después, sigues fregando». En Irlanda lo cuentan a doble espacio y sin negritas: «Aquí hacemos el trabajo que no quieren los irlandeses, pero son 40 horas a la semana, ni una más». En el Temple Bar, Dublín, el que menos cobra embolsa 1.500 euros. La mano de obra española no quiere ni oír hablar del posible retorno. Es un viaje sin vuelta, como el de una vocación literaria o artística, rechazan el concierto rutinario de promesas incumplidas y mentiras gordas. Las miserias que pagan los empresarios españoles a veces las justifican de forma sintética: «Mejor algo que nada, oye». Las escuelas de hostelería marroquíes no paran de coger el teléfono: «Es que los españoles son muy flojos».
Cerraremos los ojos y amanecerá un país sin bares. Según estadísticas, el español común pasa seis horas diarias en redes sociales, ahí ya está el mayor bar del mundo. Para ligar o divertirse o informarse no hace falta ya ir a ningún bar. Son digitales y no analógicos. Todo está en la pantallita. Las broncas, los piropos, los sonrojos, y el ascua por el que brillan y se agrandan las pupilas más pequeñas. España, país de bares, cierra.
Pocos tienen diez pavos para una copa. Muchos lo explican tocando la flauta: «El negocio no es la venta de bebidas sino la explotación laboral». No son bares sino chiringuitos, montados por cuatro perras, donde pagan miserias y el dinero vuela en otros vicios al cerrar la caja. Me decía un rotulista que gana 10.000 euros mensuales: «Lo que hoy es una peluquería, mañana es un bar y pasado una clínica dental. No damos abasto». Cierran los bancos. Tremendo.
Lo de una cañita, miarma, y pon aquí unos boquerones, miarma, y luego unas patatitas bravas, se acaba. Lo de 50 horas a la semana y cobrar 20, se acaba. Lo de gastarse el bote de los demás en vicios propios, finaliza. 10.000 contratos fraudulentos se firmaron en España entre el 2018 y 2020. El sur, coloreado de turismo, ya puso en marcha la llamada «Marea del café con leche» para implicar al sector en oportunas subidas salariales y condiciones dignas de trabajo. Jesús Soriano Coto, de Alzira, Valencia, ha dedicado sus dedos por redes sociales a dar cuenta de las tropelías hosteleras y cuenta con medio millón fijo de seguidores en las redes (su novela gráfica Soy camarero, Grijalbo, es brillante). Cerraremos los ojos y no habrá bares, por lo que tendremos que montar unos cuantos propios y, si nos va mal, los abrimos al público, pero mientras nos los bebemos entre muchas risas. Irlanda vive apretada de pisos pateras y carcajadas enlatadas. Pepe, vente pa Alemania. Somos pobres migrantes.