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Viento nuevo

El beso entre Ayuso y Barbón

«Altas velocidades, en trenes y ordenadores, es lo que puede llevarnos a sacar la cabeza del barro»

El beso entre Ayuso y Barbón

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón. | Europa Press

La mayor tormenta es un ceño fruncido. La borrasca empieza con la boca haciendo puchero. La peor sombra es la que, como un fantasma con pasos quedos y risa fina de cristal, cruza los espejos diurnos. Ayuso, princesa de los bares y las calles capitalinas, a quien Nacho Cano comparó con Isabel la Católica, se siente despreciada por no haber sido invitada a la inauguración del AVE a Asturias. Barbón, presidente autonómico más contento que un tonel de sidra, quiso besarla.

La única salida a la España vacía y vaciada, a los pueblos y ciudades despoblados, es la vacuna inmediata de las buenas comunicaciones. Con una conexión a Internet eficaz y transporte veloz, cualquiera puede platearse levantar la tienda en un erial. Las grandes ciudades solo producen conejeras, un sueldo mínimo de mil pavos no permite más que una habitación y cumplir años implica querer ganar espacio. El AVE que conecta norte, sur, este y oeste, es la gran oportunidad para todos, y semejante red de alta velocidad es cotizada, aplaudida, querida, deseada y respetada.

Señaló Óscar Puente, recientemente, sus orígenes dentro del municipalismo de cercanías más inmediato, Valladolid y su ayuntamiento, señalando además lo grato que es desde una ciudad planificar una obra y verla cumplida en poco tiempo, asunto que no pasa con las grandes infraestructuras, porque yo ahora a lo de Asturias: «Voy a llegar a mesa puesta». Una mesa puesta a la que Ayuso quería ir y no fue invitada, tal y como Sánchez quiso ir a lo de Macron y tampoco fue invitado, y los no invitados ahora la lían parda.

Óscar Puente, que inaugura como ministro la línea norteña, donde todos iremos en AVE a los premios Princesa de Asturias y al mar frío con personalidad («Yo no me baño en el pis caliente de Murcia-Herzegovina», dijo el músico Igor Paskual, guitarrista de Loquillo), añadió algo más aquel día de intercambio de carteras que no se usan («¿Alguien vio algún ministro por ahí alguna vez con la cartera ministerial?», preguntó Miguel Ángel Aguilar): «Yo estoy en política para hacer y no para estar. El día que no pueda hacer prefiero no estar». No sabemos, ni sabremos, si ir a mesa puesta, a algo hecho por otros pero que inauguras tú, es «hacer» o «estar». Pero el fiestón mola, cortar una cinta siempre es festivo, aunque sea la que nos ata a un matrimonio pasado, porque luego siguió, días más tarde, con las metáforas de mujeres encinta, y prefiero no meterme ahí, porque no soy padre. 

«Una sociedad donde hay más perros que niños es un pueblo ya suicidado, suicidándose, enfermando»

En las comunidades autónomas, igual que en los pueblos, igual que en las ciudades, siempre se votó más a la persona que al partido. Todos los analistas sitúan en distintas frecuencias moduladas (AM/FM) las elecciones nacionales de las locales y regionales. Soy gran admirador de tres presidentes autonómicos (Adrián Barbón, Emiliano García-Page, María Chivite) que tienen la fuerza de los votos y dicen los que les da la gana, dentro y fuera de filas, jamás arrodillados. Barbón quiere estabilidad, y huye de toda confrontación, apostólico y romano como Ayuso, y en una pasión por Winston Churchill que excede todo apetito lector. Dijo el bulldog inglés, mientras pintaba un domingo y desayunaba whisky: «En esta bancada están los enemigos y en la de enfrente los rivales».

El AVE es una gran respuesta nacional, vaya quien vaya a la mesa puesta o desnuda. Andan las hojas volanderas bautizando a la generación sin hijos como «Herodes», donde aluden a factores internos o egoístas, pero es que todo atañe a lo externo, con un sueldo pequeño y sin espacio no se puede tener ni un hámster. Zumban los buenos titulares al oído goloso («Ser padre se ha convertido en un acto de heroísmo en una sociedad que ha sacralizado la autonomía personal»; «Tener hijos es la última prioridad entre los menores de 45 años, por detrás de su profesión, viajar o ampliar sus estudios») pero como decía Agustín García-Calvo, que fue al 15-M a reírse de Iglesias: «La realidad es mucho más de lo que hay». Al ver lo que había (15-M) se dio cuenta el ácrata de la mayor: «Vosotros no queréis ninguna revolución sino una nómina en Telepizza». Entrar en el sistema, no salir. Claro.

No existe ahorro en las grandes ciudades, y por eso mismo en Irlanda se miden los buenos curros justo por eso, meter en la buchaca 100.000 pavos anuales, ajenos a erosión y pérdida. Una sociedad donde hay más perros que niños («Generación Herodes») es un pueblo ya suicidado, suicidándose, enfermando. Los que desdeñan la inmigración se olvidan que nos salva el culo en trabajos que no quiere nadie: la asistencia geriátrica (limpiarle el culo a un viejo, eso mismo, por seguir aquí en la barra).

Altas velocidades, en trenes y ordenadores, es lo que puede llevarnos a sacar la cabeza del barro y, como el barón de Munchausen, seguir tirando de los pelos hacia arriba, a mesa puesta, sin perder oxígeno ni apetito visceral, luchadores. Invitados y no invitados bailan en corro a ver cuál y no es mi silla, incluso quitan una, al mismo tiempo que la música ambiental (Nacho Cano o Sabina), para ver quién se queda en pie. Lo importante, no son ya las cosas previstas, sino hechas. El AVE a Asturias, recién inaugurado, es un relámpago de futuro. Y estamos seguros de ese beso abacial, fraterno, institucional entre Ayuso y Barbón, sin mayores vetos ni flashes de ocasión, propiciado incluso por el segundo, en la elegancia y buen hacer que le caracteriza, en también grata respuesta con la primera. Muac, muac. ¡Vaya tren!

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