Para ceja, la de Ancelotti
«Hoy, la ceja de Zapatero es un recuerdo porque la de Carlo Ancelotti gana por goleada»
En fútbol, el intermediario de toda la vida trabaja para colocar en un equipo a uno de sus clientes a cambio de un porcentaje, que puede cifrarse hasta en el 10% de la operación. Previamente, los ojeadores del club han estipulado las características del objetivo –no es una norma–, sondean el mercado y cuando menos se lo esperan suena el teléfono. Es el agente: «Tengo lo que necesitáis». Verbigracia: Jorge Mendes media entre el Atlético y el Barcelona y consigue trasladar a João Félix de Neptuno a Canaletas. Todos contentos, o casi todos: el Cholo ya no necesita tomarse una valeriana para dormir, el «menino» dejará de tener pesadillas con su entrenador y Xavi, que sabe que el Barça está más seco que la mojama, traga porque en el paquete está incluido Cancelo, el João por el que suspira.
Los mediadores del fútbol en Suiza sólo tienen la cuenta corriente, no es el suyo un mercado para enriquecerse con la pelota porque la materia prima escasea. El atractivo es la caza mayor, de ahí los bufetes que, bajo el paraguas de la neutralidad helvética, adquieren fama y prosperan. La clientela llega sola porque la mediación, «actividad desarrollada por una persona de confianza de quienes sostienen intereses contrapuestos, con el fin de evitar o finalizar un litigio» (RAE), es aconsejable en casos de guerras entre países o de conflictos de países con terroristas, y caprichosa cuando se trata de marear la perdiz o de contentar a una de las partes, la que no oculta que el chantaje es su sagrada misión. La Fundación Henry Dunant, que no interviene en asuntos tan prosaicos como el fútbol, ha sido elegida por los Junts de Puigdemont y, supuestamente, por el PSOE de Sánchez para mediar en este singular colegueo y para que los acuerdos de Waterloo, firmados en Bruselas, se rubriquen en Ginebra y así limpiar la imagen del prófugo y devolverlo al redil para mayor gloria y disfrute del recién investido presidente español. Bastaría un poco de sentido común y un cambio de «ceja» para resolver un pifostio que no es sino un gol en fuera de juego rematado con la mano y con el entrenador centrando desde la banda.
¿Y lo de la ceja? En 2008, en vísperas de las elecciones generales, se creó la Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ) donde coincidieron cantantes, escritores, actores y cómicos en general que pedían el voto para el líder socialista con el dedo índice doblado en la frente imitando la ceja de Zapatero. El gesto de «los de la ceja» fue un éxito hasta que empezaron a dispersarse. Hoy, la ceja de Zapatero es un recuerdo porque la de Carlo Ancelotti gana por goleada y no es causa de controversia ni siquiera cuando parece que saca los pies de las alforjas.
Escribo antes del Real Madrid-Granada (18:30 horas del sábado). Sorprendentemente, el viernes, en la sala de prensa, Ancelotti se mostraba más preocupado por el encuentro con el Alavés del próximo día 21, a las 21:30. Dicen que en Vitoria hay dos estaciones, la de ferrocarril y la de invierno; a la hora de ese partido el termómetro no subirá de los 3 grados centígrados en Mendizorroza, según previsiones de la AEMET. «Hará bastante frío, no tiene sentido ese horario». Hubiese preferido la hora del vermú o la del almuerzo, porque así los suramericanos de la plantilla podrían «cruzar el charco» sin angustias y sin constiparse; pero es lo que hay. LALIGA maneja los tiempos ajena al termómetro, a los rigores estacionales, a los calores estivales o a las navidades blancas. Hay que jugar, salvo que las condiciones climáticas o las del terreno de juego lo desaconsejen, que no es el caso. Es imprescindible competir, aunque un tercio de la plantilla madridista esté en el hospitalillo. Los horarios se imponen, no se negocian. La tele no necesita la intervención de la Fundación de «monsieur» Henry Dunant, Nobel de la Paz en 1901, para ajustar la agenda. Carletto lo discute, pero lo acepta sin necesidad de mediadores, verificadores o la madre que los parió, aunque la razón esté de su parte.
Las lesiones son inherentes al fútbol, como el calendario, tan sobrecargado que transforma subliminalmente a los jugadores en máquinas. Y no es eso. Lo sabe Ancelotti, quien, con serenidad, profesionalidad y recursos que menguan cada 90 minutos, afronta el porvenir con ocho bajas, algunas tan esenciales como las de Courtois, Militão o Vinicius, y con Bellingham en el umbral de la enfermería. Las vendas y los algodones no acobardan al entrenador porque en su caso hacer de la necesidad virtud no es un recurso engañabobos sino un proceso irreversible. Sabe que puede mirar a la cantera, recurrir a jóvenes promesas, como Nico Paz, y cubrir las ausencias promocionando a jugadores cuya aspiración es llegar al primer equipo.
Dice Leo Harlem que «hay más cohetes para subir al espacio que trenes a Badajoz», tan cierto como que la cantera de cualquier club es un vivero que rinde resultados dispares y que a los canteranos hay que cuidarlos. En el deporte los esfuerzos se pagan; alguien sentenció que ganar un Tour resta años de vida –cuídate, Miguel (Indurain), que tú sumas cinco–, y nada más cierto que la acumulación de partidos revienta las camillas, o que las triquiñuelas políticas ceban las arcas de los bufetes, desesperan a la gente de bien, magrean innecesariamente a los Dunant de turno y gastan fortunas en cohetes cuando pueden viajar en tren. La buena noticia es que la ceja de Ancelotti gana por goleada a la nostalgia; la mejor, que vuelve Nadal –primeros de enero en Brisbane– y esperamos a Carlitos, ilusionados, sin mediadores ni verificadores que valgan.