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Xavi, no me des tormento

«Lo malo, o lo peor, es que si al futbolista que no está óptimo le proporcionas una coartada ajena al comportamiento del equipo le das argumentos para relajarse»

Xavi, no me des tormento

Xavi Hernández, entrenador del FC Barcelona. | Felipe Mondino (Zuma Press)

El 105×68 (medida estándar de un campo de fútbol) es el rectángulo de la verdad, ese espacio donde las mentiras sucumben entre la hierba, alta, baja, rápida o lenta, pero siempre con el corte y los cuidados reglamentarios. El fútbol masculino cultiva el trampeo más que el femenino; ellas son mucho más nobles y auténticas, menos quejicas, menos teatrales, menos proclives a engañar al árbitro. Distinto es que en el de ellos el espectáculo y la apoteosis pueblen las gradas y en el de ellas haya que recurrir a la invitación, a los amigos y a la familia, por regla general, para amortiguar el eco de todo lo que se cuece abajo durante un partido. En el terreno de juego las excusas no deberían formar parte de la alineación. Por ejemplo: «Tu equipo tiene un presupuesto de 700 millones y el mío apenas llega al ciento». No juegues. Retírate. Este deporte en la élite no es de ricos y pobres sino de ricos y menos ricos. Como dicen los futbolistas «amateurs» al afrontar una eliminatoria de Copa del Rey contra un Primera: «También nosotros tenemos dos piernas, como ellos»

¡Ay!, si fuera tan sencillo. Pero como no es lo mismo predicar que dar trigo o dedicar toda la semana a la preparación física, al entrenamiento intensivo, al cuidado del cuerpo, que en el fútbol profesional es el templo, a la nutrición y al estudio minucioso del adversario, digamos que quienes apenas sacan tiempo para prepararse entre las obligaciones del banco, la panadería, la gestoría o la pescadería son carne de cañón. Aunque en ocasiones, las menos, suena la flauta. Las excusas abundan sobre todo en el fútbol profesional, porque es donde tienen eco los errores, donde hasta el detalle más nimio se magnifica. Donde cuando el viento deja de soplar a favor aparecen los fantasmas. He ahí Xavi Hernández, quien, a rebufo de la sutil escuela de Cruyff o el grosero manual de Mourinho encuentra siempre argumentos para justificar una derrota, que nunca es un desliz de sus planteamientos, de sus decisiones, de su criterio. Xavi, no me des tormento, ha culpado al césped, al clima, al calendario, al lucero del Alba y, finalmente, a la Prensa de las adversidades culés. Sostiene que la presión de los medios sobre su equipo resulta insoportable. No deja de ser curioso que Lamine Yamal no note ese estrecho marcaje de los mismos medios en la Selección. Quizá tampoco le afecta cuando juega en el Barça.

Lo malo, o lo peor, es que si al futbolista que no está óptimo le proporcionas una coartada ajena al comportamiento del equipo le das argumentos para relajarse. Lewandowski, como cualquier delantero, ha pasado una mala racha hasta volver a encontrarse con el gol. Sin perder la sonrisa ha advertido de que la Prensa en España «vive de situaciones exageradas». ¿Mientras jugó en el Bayern no leía el Bild? Quien a duras penas maneja cuatro palabras de español difícilmente hojeará el Mundo Deportivo o el Marca. La clave de su respuesta no es que ignorara la mano tendida de Lamine Yamal, después de montarle un numerito de «varietés», sino la justificación de su entrenador cuando perdió el «clásico», por ejemplo: «Hemos jugado mejor, por lo menos durante una hora, y no hemos merecido perder. He felicitado a los jugadores por su esfuerzo». Recién terminado aquel partido se preguntaba Gündogan que dónde se ha visto palmar un encuentro tan importante sin que el vestuario fuera un drama: «Yo no he venido al Barcelona para esto».

En fútbol, como en política, las mentiras tienen las patas cortas, aunque en el segundo sector la trola se redime en el Congreso. El balón no engaña. La pasada temporada, en su primera mitad, Simeone sometió a la hinchada atlética a un suplicio propio de un mártir como San Lorenzo. Después de cada partido, cúmulo de despropósitos sin otro objetivo que el aburrimiento, el seguidor rojiblanco terminaba achicharrado y con ganas de quemar el carné. Bueno, no todos. En el Atlético hay aficionados del equipo y forofos del Cholo. «¿Acaso hay un entrenador mejor para el Atleti que Simeone?», se preguntaban cuando era la cabeza del técnico la que olía a chamusquina. Eliminados de la Copa, de la Champions y postergados de la Liga en el primer trimestre, creer en Diego Pablo era un acto de fe. En éstas, comenzó la segunda vuelta y el equipo empezó a repuntar. Más adelante, ya en la presente temporada, aquellos partidos coñazos se transformaron en una sucesión de triangulaciones y ataques que no concluían con el 1-0. El equipo quería más. Este Atlético del Cholo es ambicioso, y excepto en un par de confrontaciones (Valencia y Las Palmas) donde optó por dormir la siesta, el fútbol que está brindando al sufrido seguidor rojiblanco es de calidad suprema. El entrenador ha recuperado a Saúl para la causa, «ha descubierto» a Lino y a Riquelme, ha sentado a Griezmann a la mesa de los dioses y ha vuelto a sacar de Koke la mejor visión del fútbol. El día que la conexión argentina (De Paul-Nahuel Molina) complete la tarea de ensamblarse, para jugar once contra once, habrá que admitir que este equipo también puede discutir la Liga al Madrid y al Barça, sin complejos.

El despegue del Atleti será la losa de Xavi, para quien Frenkie de Jong es la piedra angular de todo su proyecto (hace un año lo querían vender). Al preparador azulgrana se le empiezan a acabar las excusas y a Laporta, que lo ha incorporado a sus oraciones entre golpes de pecho, la paciencia. Y cuidado con que las lesiones no le vayan a vaciar el vestuario, como al Madrid, víctima de una plaga apocalíptica. Parte de bajas: Courtois, Kepa, Militão, Tchouaméni, Camavinga, Ceballos, Bellingham, Vinicius (el último en caer) y Güller, la perla turca con el «templo» a medio edificar, de ahí las lesiones. La escasa fiabilidad del juego que practica el Barcelona, capaz de apagar la mecha a João Félix mientras tramita el despegue, la fragilidad de Xavi, no me des tormento, y la enfermería madridista son la mejor baza del Atleti para luchar por el titulo sin contemplaciones, con permiso del sorprendente Girona y de esa Real que no afloja. Hay Liga, y demasiadas lesiones. Cuando el entrenador de club entrega a sus jugadores a la selección pone velitas para que regresen todos sanos. «Fíjate Vinicius, con Brasil, roto hasta 2024, como Camavinga, caído con Francia». La calidad -ese don que convierte a un futbolista en internacional- tiene un precio, excesivo en determinados casos a tenor de las consecuencias.

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