Arenas cuenta garbanzos negros
«A Feijóo le queda enorme Madrid, su distancia era de cercanías regionales o redes sociales, en plan Óscar Puente»
Desconocía el término Almendro. Los jóvenes lo expulsan por sus bocas de espanto con algo de bala o puñal o proyectil vengativo: ese es un almendro, y ese también, otro puto almendro. Dícese de aquel que vuelve a casa por Navidad, presuntamente después de haber triunfado fuera, la cara alegre, el paso firme, la billetera llena, la sonrisa desafiante. Un almendro. Turrones El Almendro vuelven a casa por Navidad. Para sorpresa de todos, Javier Arenas es ya de facto el almendro de la bancada azul. Durante un tiempo el problema nacional fueron las puertas giratorias, ahora lo son las apariciones marianas. Tremendo.
Recordemos todos los cargos pasados del recién llegado: tres veces ministro, vicesecretario y secretario general, presidente del partido en Andalucía, diputado y senador. El ascensor que baja, sí, también sube. Otros, en las comunidades autónomas, después de ser presidentes de las mismas, también se presentaban a alcaldes de un pueblo perdido. La garrafa del poder no se suelta. Hay una sed con la pensión máxima española, 2.500 o 3.000, y paseando el palmito se gana mucho más. Los jóvenes hablan de Generación Tapón, que es la de los momios, pero un Tapón y Almendro, es algo extraño para todos.
Pregunto a una senadora jamona, rubia, muy amiga del tintorro de reserva. «Javi llega para contar garbanzos negros, Chati». Mi silencio es blanco como el albariño blanco de Feijóo, subida la ceja como ZP, afónico como Iceta durante cuatro años de no decir nada. «Todo el mundo necesita personal de confianza para contar los garbanzos negros que siempre estropean el cocido, Chati». El desconcierto es mayúsculo entre los dirigentes de peso, presidentes autonómicos, bedeles y camareros, compañeros de escaño y escoltas. Feijóo recupera a Arenas como secretario general del grupo parlamentario en el Senado y, lo más grave, le da una silla en el comité de dirección del PP, que es una silla nueva y vieja, para almendros.
Su aparición de lunes, me cuentan, fue mariana. Qué hace éste aquí. Hola, hola, Caracola. Hola, hola, cómo te va. En el núcleo duro del presidente popular confirman que tiene la potestad, según los estatutos, de invitar a quien considere a las reuniones de la dirección de manera puntual o permanente aunque no ostente un cargo orgánico. En el caso del almendro, por supuesto, será permanente, porque para venir para nada, no se viene, es tontería. La relación de Arenas con el pasado PP, con algunos capítulos oscuros, y la sensación de tener al Padrino, según publican varios medios con letra pequeña, manejando el poder interno, no gustan a nadie. Hay un complot negro y garbancero contra el dedo que quiere apartar sobre el mantel de hule, uno a uno, a los buenos de los morenos. El descojono.
La escandalera es todavía mayor en el PP andaluz. Llevan descolocados desde el verano con el nombramiento de portavoz en el Senado. El ascenso de Arenas, según los teóricos, coincide en el tiempo y en el espacio con las horas más bajas de Bendodo, y así en las filas de Juan Manuel Moreno hay quien une ambos sucesos con pañuelo de pitoniso en la calva, los ojos espantados y una bola de niebla sobre la mesa, junto a las lentejas amarillas o garbanzos negros. Vuelve la policía política, Chati. Llamo a mi senadora jamona, a mi rubia de bote, a mi espía de rioja de ful, a mi risa preferida sin mucho ruido, a mis labios sin beso. «Oye, Chati, ¿no vendrá el Almendro a por los Ayusos secretos y de tapadillo en el mogollón?». «Qué cosas se te ocurren, tronado mío, nasti de plasti, es solo una voz autorizada, firme y sabia».
Vuelve el fantasma que nunca se fue, a Feijóo le queda enorme Madrid, su distancia era de cercanías regionales o redes sociales, en plan Óscar Puente. Madrid requiere a un fenómeno social que Feijóo, prudente y gris, tecnócrata y discreto, no es. Los ayusos agazapados entre las sombras pueden hacer mucha pupa y es hora de traer a los viejos almendros del ayer a su caza y captura. Vuelve la policía política, secreta, que señala con el dedo y canta en los mejores oídos los caldos que bebe mientras no hace nada en despachos sin cartera pero pagados dabuten. Vuelven los tanteos, las fintas y el lenguaje de los abanicos, de palco a palco, dentro de la misma bancada, porque aquí pasa un poco que falta el acelerón, y el personal se cansa de ir en tercera.
Uno respeta que en la empresa privada sigan los momios a las 80 y 90 años escribiendo artículos, a pesar de que cuando salen a la calle suelen despeinarlos voces airadas: «Retírate, coño, que cortas el flujo y envenenas la sangre». Los partidos políticos parecen privados pero en su mayoría son todos públicos. Maman de la teta pública, de la ubre estatal, donde no cabrían ascensores que bajan y suben, sillas viejas y nuevas, puertas giratorias y apariciones marianas. Javier Arenas llega con un cometido bajo el brazo de viento. Las lámparas tiemblan a su paso como las peores pupilas. Una niebla en las mesas quietas comienza a ocultar lo que el comisario puede registrar en apenas un parpadeo. El diablo lo sabe todo por viejo y no por diablo. Arrebujados bultos, sin rastro ni aliento, se concentran en los cuartos de baño por temor a la siega de orejas. No será la intemperie quien nos dañe —avisan— porque las mejores invernadas acarician más que dañan. Ojos grandes entre las sombras. Garbanzos negros como melones.