A la caza del niño digital
«Los móviles en los colegios son un problema pero todavía lo son más estas prohibiciones que empiezan y saben a fascismo»
Pili, nuestra Pili, Pili Alegría, ese cascabel por las escaleras ministeriales, nuestra ministra de pompa de chicle y aro infantil, nuestro yoyó de risa y rubia juguetona, ha visto cómo Mónica García le iba a la zaga con los fumetas, la prohibición de nuestros tiernos y adorables fumetas, y ha dicho no, ni hablar, ahora me toca a mí prohibir cositas en los coles, que para eso hice Magisterio. Volvemos a las prohibiciones, al totalitarismo de aquí mando yo: prohibido el teléfono móvil en Primaria, de seis a doce años, y en Secundaria bajo supervisión del profesor. Todos los cachorros llorando melones porque no pueden leer THE OBJECTIVE, el periódico de los más jóvenes menores de 45 años, en el recreo fiestero y chachi.
Pili, nuestra Pili, es maestra de profesión, así purgamos a Amelia Valcárcel del Consejo de Estado, admirada en todo Latinoamérica, traducida a toda Europa, leída fervorosamente en nuestra España mágica, y metemos a una dama de parvulario como ministra, Pili, Pili, Pili. Vuelve la ceremonia de la confusión a empañar lentes y nublar entrecejos cejijuntos. Cuando se metían con Raúl del Pozo en el Café Gijón siempre decía lo mismo: «¡Tenéis que follar más! ¡El semen se concentra en el cerebro y nubla las mentes!». Las confusiones ministeriales se solucionan con otras confesiones junto a la barra, todas fumetas, muy fumetas, para Mónica y Pili, dos batas blancas que ejercen con brío de generales en la reserva (poco rango, hacia arriba, el de una maestra y una anestesista). En los colegios no se educa, la función del maestro no es educar sino enseñar, son los padres quienes educan, chatis. Lo decían los viejos maristas: «La educación del infante empieza en la mesa y en el cuarto de baño». La función del maestro no es la de enseñarle al baturro a comer espaguetis ni a jiñar sentado.
En mi adolescencia de fumetas y billares, cercana al cine de Eloy de la Iglesia y Saura, había una cosita llamada walkman, que eran unos vulgares cascos para escuchar música, algo más pequeños que una cajita de puros de los preferidos por la ministra Mónica. Todo el mundo llevaba su walkman y el personal lo escuchaba indiscriminadamente, salvo en las horas lectivas. Si alguien se enchufaba a Pink Floyd mientras la tiza empezaba su canto sobre el verde encerado, lo echaban de clase y amonestaban con papá y mamá al otro lado del teléfono (fijo). Los móviles en los colegios son un problema pero todavía lo son más estas prohibiciones que empiezan y saben a fascismo (podemita, resentido, pura ley del embudo, unos en la oposición y otros ya al mando). Los que compran los teléfonos son los papis, no el maestro, y los que tienen que legitimar sobre los mismos son los papis, ajenos a titubeos. No puede el maestro común investirse de detector para móviles, con aduana electrónica incluida, mientras papá fuma su Cohiba en el sofá caliente.
«Pili Alegría, Pili profe, Pili ministril, también deportiva y de FP, no puede exigir a los maestros más de lo que dan, ni meter un policía en las aulas»
Los nórdicos, que son fríos pero fuman azul, suecos, daneses, finlandeses, ya han dado marcha atrás al carro. Vuelven a los lápices de colores y a los libros de texto de papel, asunto curioso. Todas las piruetas con pantallitas quedaron en malos sueños o hipótesis de poetas. El tajo duro de albañil comienza con un lápiz encima de la oreja y unas hojas muy cuadriculadas llenas de problemas. Ayuda mucho un pitillo, porque no hay obrero cualificado que no fume, como fumaba Pla y decía que eso mismo, el cigarro y la pausa, le daba adjetivos y literatura casera entrañable. Los maestros no pueden ser policías. Nosotros no usábamos nuestros walkmans mientras aprendíamos y fumábamos a escondidas, sin el menor problema. Amelia Valcárcel reivindica en su ensayo célebre El derecho al mal por parte de las mujeres: fumar, beber, la velocidad en los automóviles, etc. El mal empodera y equipara, sí. Ella fue purgada por decirle a los papis progres que eso de que el niño homosexual pase por el taller y vuelva niña es una crueldad delictiva, aunque ellos tengan menos problemas entonces.
Pili Alegría, Pili profe, Pili ministril, también deportiva y de FP, no puede exigir a los maestros más de lo que dan, ni meter un policía en las aulas, como Mónica lo quiere en las terrazas de los sitios para que todos fumen hacia dentro. Ética y moral son eso que los mejores padres transmiten a sus vástagos en el dorado clima familiar de las sonrisas largas, los silencios espesos y las hostias como panes. Lo cuenta Savater en muchos libros, pero la función de la Universidad y la Educación solo es una, que el personal vuele y se gane la vida. Los maestros transmiten conocimientos y los padres siembran valores. No existe una buena persona sin unos buenos padres. Los americanos llevan hasta pistolones a las aulas y, salvo algún espontáneo algo mareado con sed de gatillo, no pasa nada y nadie protesta. Cigarrillo y teléfono móvil no son metales nocturnos, por decirlo bien.
Vemos estupendo que en las horas lectivas ningún muchacho o niño, entre seis y doce años, use teléfonos móviles, pero no por la vía de la prohibición. El aparatito se guarda, y se sigue después, igual que hacíamos nosotros con nuestra pobreza de casetes comprados en gasolineras con mujeres desnudas y pezones como rocas al aire. Prohibido prohibir. Las ministras militares se equivocan de campamento. Toque de retreta. Prohibida, sí, la caza y captura del niño digital. Marcha de retirada sobre las libertades personales.