La delgada línea roja de Telefónica
«Sánchez se ofrece como salvapatrias para lanzarse al abordaje de cualquier empresa en nombre del interés general»
The sky is the limit. Hasta el infinito y más allá. El que fuera presidente de Telefónica, Juan Villalonga, lanzaba su perorata en modo Buzz Lightyear poco después de culminar brillantemente la privatización de la compañía a finales de 1997. De aquella Telefónica catapultada al estrellato y que se comía el mundo son hijos los dos máximos responsables ejecutivos que ahora están al frente de la operadora, su actual titular José María Álvarez-Pallete y el llamado consejero delegado Ángel Vilá. Ambos tendrán que cambiar de manera radical el chip si quieren convivir con la SEPI como principal accionista de la multinacional, lo que equivale a perder el timón efectivo de la gestión corporativa para convertirse en mayordomos distinguidos al servicio de las instrucciones políticas que en cada momento ordene el Gobierno.
La renacionalización de Telefónica no ha hecho más que empezar dentro de eso que los americanos llaman creeping up, un proceso paulatino de acercamiento a la presa como el que emplean los reptiles más agresivos de la fauna. Pero al margen del futuro escenario societario y la eventual reestructuración del capital que garantice el control de la empresa por parte del Estado lo que está claro es que la entrada del holding público culmina el plan intervencionista diseñado por Moncloa; esto es, por Pedro Sánchez, para hacerse right now, desde ya, con el usufructo efectivo de la heredera del antiguo monopolio de las telecomunicaciones. Como señalan con la mano en boca algunos arrepentidos de la casa, «nos hemos hecho de miel y ahora nos comen las moscas».
Álvarez-Pallete llegó a Telefónica el año 1999 de la mano de su entonces amigo y preceptor, Fernando Abril-Martorell, para llevar las finanzas de una compañía que alcanzó por aquellos tiempos sus cumbres bursátiles con valoraciones equivalentes de más de 25 euros por acción. El valor fue perdiendo vigor hasta estancarse desde hace ya tiempo en el umbral de los cuatro euros, una paupérrima cotización impulsada estos días gracias a que el Consejo de Ministros ha telegrafiado el plan de compras de la SEPI para que lo sepan todos los inversores, propiciando un rally alcista en los mercados como no podía ser de otra manera. El acuerdo adoptado en vísperas de Navidades obligará al Estado a sacudirse la mosca por encima de lo que tenía previsto si es que quiere alcanzar ese umbral estratégico del 10% en el futuro núcleo duro de Telefónica.
La irrupción de la STC árabe es solo una coartada
El diseño de la operación va a exigir en todo caso un gran esfuerzo de imaginación e ingeniería financiera si es que Hacienda no quiere tirar alegremente de talonario a riesgo de quebrantar un poco más los objetivos de control del gasto público. De menos los hizo Dios, sobre todo teniendo en cuenta que el relato que justifica la irrupción de la SEPI apela al santo sanctorum del «interés general» que viene a ser lo mismo que se decía del «imperativo del guion» en las rancias películas de los primeros tiempos del destape. Al Gobierno se le ve el plumero a la larga pero lo que no se atisba ni por asomo es el modo y manera en que se las va a apañar el antiguo INI para sacarse de la manga los 2.000 millones largos de euros que cuesta la broma.
«En Telefónica hay quien se teme lo peor: ‘Si te haces de miel… te comen las moscas’»
Los asesores financieros y los intermediarios bursátiles deben estar frotándose las manos pero lo cierto es que con su actual posición de caja y su capacidad de endeudamiento el comprador en ciernes no tiene ni para pagar la mitad de la participación a que aspira. No se olvide que la primera intención oficial apuntaba a la toma de un 5% con el fin de compensar el equivalente del 4,9% notificado a la vuelta del verano por la Saudi Telecom Company (STC). La empresa controlada por el fondo soberano del príncipe Bin Salman cuenta con otro 5% en derivados y Pedro Sánchez ha decidido lanzarse de perdidos al río, será por dinero, duplicando la apuesta hasta ese 10% que permitirá al Gobierno sentar a un representante como mínimo en el consejo de administración de la operadora.
El Gobierno ha convertido al inversor estatal de Arabia Saudí en la liebre de una carrera que está por ver cómo termina pero que, de entrada, permite al líder socialista blanquear la injerencia del Estado en la empresa y empezar a revertir el programa de privatizaciones llevado a cabo por José María Aznar con el Partido Popular a finales del pasado siglo. La irrupción de STC, promovida antes de las elecciones del 23 de julio ante el temor a un cambio de ciclo político en España, ha servido ahora de coartada política para que Sánchez se ofrezca como salvapatrias de las llamadas empresas estratégicas al tiempo que la incontinencia verbal de María Jesús Montero traicionaba el subconsciente del jefe con un alegato peregrino para defender el asalto a Telefónica.
La vicepresidenta y ministra de Hacienda, en su calidad de responsable directa de la SEPI, ha aducido como principal argumento el ejemplo de otros Estados miembros de la Unión; Francia, Alemania e Italia principalmente, que mantienen posiciones estatales de control en sus principales unidades productivas y dentro de los más importantes sectores de la actividad económica. Bajo este criterio político de actuación sería razonable lanzarse al abordaje de otras muchas compañías del Ibex, incluyendo las eléctricas, petroleras, e incluso la propia banca en la que el Gobierno ya tiene presencia destacada a través de la participación del 17% que ostenta el FROB en CaixaBank.
El «centenariazo» de abril, momento clave
Como en el caso del Tiburón de Steven Speiberg se puede decir que Telefónica ha sido la primera en recibir el mordisco del ave fénix socialista tras renacer de sus cenizas y después, no se olvide, de haber perdido las elecciones generales. Sánchez no va a reparar esta vez en gastos para llevar adelante su programa de mando y control sobre todos y cada uno de los centros neurálgicos de poder. Además de las instituciones, también las grandes corporaciones empresariales forman parte del más transparente, obsceno y descarado objeto de deseo. La ansiedad del jefe del Ejecutivo por saltar a lomos de la operadora ha sido tal que la dirección de la compañía ni siquiera ha tenido tiempo para negociar una transición ordenada que facilitase la adecuación de los objetivos estratégicos con STC siguiendo las directrices del Gobierno al que rinde culto desde hace tiempo Álvarez-Pallete.
El presidente de Telefónica no se ha enterado de la media la mitad y se ha quedado petrificado ante el anuncio de la SEPI. Sus enlaces con Moncloa, encarnados en la figura del sempiterno consejero de la operadora Javier de Paz, amigo personal de Zapatero, no han funcionado como se suponía y dentro de la compañía arrecian las suspicacias sobre los intereses cruzados que puedan aflorar a partir de ahora teniendo en cuenta también que las mayores deslealtades se manifiestan más cruelmente cuanto más cercanas. Si la compañía dispusiera realmente de un modelo de gobierno corporativo al estilo anglosajón la alta cúpula ejecutiva tendría la posibilidad de encontrar una salida airosa, y no menos golosa, a partir del cambio de control accionarial que subyace tras la llegada a bordo del nuevo pasajero estatal.
Telefónica está preparando ahora por todo lo alto los fastos del centenario y es previsible que a partir de ese momento los acontecimientos se precipiten de manera decisiva. La celebración se producirá en abril, un mes con especiales connotaciones por cuanto que coincide con los ocho años justos del ascenso de Álvarez-Pallete a la presidencia de la compañía por obra y gracia de César Alierta, en una decisión que sorprendió a propios y extraños dentro de la casa. Para entonces la SEPI estará a punto de culminar su entrada hasta la cocina de Telefónica siguiendo el trazado de la línea roja, otra más, que acaba de cruzar Pedro Sánchez. Al presidente de la operadora todavía le quedan unos metros para llegar a ella.