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Opinión

El trampantojo presupuestario y la esperanza en Europa

«Sánchez dispone de seis meses de barullo electoral en la UE para llevar a cabo sus propósitos más heterodoxos»

El trampantojo presupuestario y la esperanza en Europa

Ilustración de Alejandra Svriz.

El Gobierno ya está en modo trabajo y comienzan a oírse los martillazos y las sierras. Hay que montar el artificio y probar las palancas que abren y cierran las trampillas, hay que situar los espejos que crean los efectos engañosos y que todo ello tenga una apariencia de seriedad y competencia. Son los tinglados de Harry Houdini, las tramoyas de David Copperfield, los artificios de Fu Manchú. Son los Presupuestos Generales del Estado (PGE), de los que Carlos Solchaga dijo un día, entre bromas y veras, que tienen «más trampas que una película de chinos».  

A ello se pone el Gobierno a marchas forzadas porque aquellos números que se habían preparado durante la primavera y el verano no contaban con las promesas de última hora, fraguadas en la inmediatez del debate de investidura. Ahora hay que dar cabida a todo ello para poder aparentar, al menos, que se piensa cumplir lo firmado que conocemos y lo pactado que desconocemos. Ardua tarea de ajuste y mucha imaginación para dibujar el trampantojo. Pero los presupuestos lo aguantan todo.

Lo más difícil serán los últimos retoques, cuando haya que forzar las cifras para que el déficit se ajuste al 3% y que el descenso de la ratio de deuda se coloque en el 110 por ciento del PIB que el Gobierno ya comprometió con Bruselas cuando envió la Actualización del Programa de Estabilidad 2023-2026. Hay que hacer un proyecto de Ley de PGE que honre la palabra dada Bruselas. Luego, la ejecución será otra cosa. 

Mientras se monta el tinglado presupuestario, el presidente del Gobierno y presidente del Consejo Europeo debe, casi nada, buscar una fórmula que permita conciliar las enormes diferencias entre las dos primeras economías de la Unión, Alemania y Francia, para la restitución del Pacto de Estabilidad en toda su extensión y, por tanto, dando fin a las facilidades fiscales (en mi opinión, bastante temerarias) que permitieron descabalar el déficit y la deuda.

«Muchos creen que este año se ha limitado a exprimir a ricos, bancos y eléctricas, pero nadie ha escapado a la maniobra de no deflactación de las tarifas de los impuestos»

El Informe de Estabilidad Financiera del BCE que presentó Luis de Guindos el pasado miércoles explica la dificultad para conseguir ese acuerdo entre Macron y Scholz. Hay cuatro economías del cogollo europeo que son las más vulnerables ante una posible crisis de deuda, Italia, Francia, Bélgica y España. Ya no se habla de países periféricos, estamos ante el núcleo duro de la Unión Monetaria. Y eso inspira un temor legítimo.

Lo que sí tendrá que descubrir el Gobierno en los PGE-24 son sus siniestros (en sentido posicional) planes para subir la recaudación que le permita acercarse un poco al objetivo de déficit. Muchos creen que este año se ha limitado a exprimir a ricos, bancos y eléctricas, pero nadie ha escapado a la maniobra de no deflactación de las tarifas de los impuestos. Lo que ocurrirá el año próximo es que la inflación ya no será el gran aliado tributario de Hacienda y tiene que sumar más impuestos, además de subir los que ya padecemos. 

2024 es crucial para  los proyectos de Pedro Sánchez tanto en el frente exterior como en el interior. No se puede engañar a todos durante mucho tiempo. Y no son pocos los que creen que el freno a sus veleidades políticas y económicas vendrá de Europa. Sánchez dispone de seis meses de barullo electoral en las instituciones europeas para llevar a cabo sus propósitos más heterodoxos. Una nueva Comisión, sin su valedora Von der Leyen, puede pararle los pies, lo que en España es imposible, dada la crisis institucional que él mismo ha provocado.

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