Las mareas y los atracos
«No se puede estar en la trinchera ideológica, en la cerrazón del asno con orejeras, 24/7, sin descanso ni ventilación»
Una marea negra de microplásticos azota las costas gallegas, llega a las asturianas y el norte entero peninsular tiembla y mira al mar sin apenas parpadeo. Conocemos ya el dato: un europeo al uso zampa a la semana el equivalente a una tarjeta de crédito de microplásticos. Pronto la tarjeta de crédito será tableta de turrón, duro y blando: la cerveza tiene microplásticos, las ensaladas tienen microplásticos, un sinfín de productos de consumo diario coleccionan esos bichitos. Rueda, en Galicia, no activa el nivel de alerta dos, la Fiscalía abre diligencias y los «pellets» flotan como conguitos, cacahuetes de chocolate, por la arena enferma.
Otra marea igual de oscura es la que enfrenta a todas las comunidades autónomas en el uso de mascarillas en hospitales y farmacias. El rollo sigue. No se puede estar en la trinchera ideológica, en la cerrazón del asno con orejeras, 24/7, sin descanso ni ventilación. Un tío que va un hospital es porque le ha dado un chungo, del tipo que sea, y lo que no puede es salir con otro chungo mayor por culpa de cualquier contagio. Es completamente racional lo que pide el Ministerio de Sanidad, mascarilla para todos en sitios peligrosos y, cuando salgas, haces lo que te pete. El problema no eres tú, dijimos ayer, sino el vehículo en el que te puedes convertir para llevar esos regalos morenos a otros. Los mismos voluntarios que en Galicia quitan uno a uno microplásticos con coladores, son los que se colocan el trapito cuando entran en un centro médico, porque creen en eso que llamamos bien común y no obedece a ninguna sigla política. Los faunos esperan el baño de Rueda en Galicia como el de Fraga en Palomares, el bañador a la altura de las tetillas y por debajo de la barbilla, diciendo que no hay nada tóxico y el agua está buenísima. Los lobos, si, esperan el desfile de figurones por los hospitales sin cubrebocas, con el test a la salida, para decir que es todo un ful de Estambul. «Tripledemia», hablan los bioquímicos de la cosa: tres lepras juntas.
Las mareas junto al mar y dentro de las batas blancas producen otro oleaje sobre los tejados. Del oleaje en los tejados hablaron los poetas civiles mejores: Neruda, Alberti, Hernández, Vallejo, Maiakovski (todos rojos, todos obreros). El oleaje sobre el Congreso de los Diputados es lo que ya anticipamos en esta tribuna semanas atrás: Junts votará no a los reales decretos este miércoles. Son medidas sociales, medidas anticrisis, medidas populares, y ellos sacan el cuchillo porque quieren esa pasta larga para casa. Todo tiene que pasar por ellos, vino a decir Puigdemont y Nogueras, Santos Cerdán empalidece en la rueda de prensa pública, y la peor marea blanca es lo que piensa y no dice. Son rehenes de sus socios y la legislatura pinta mal, no les van a dejar tranquilos, el pacto es ya doma, manda Waterloo, y el cambio por nada, como sostienen los catalanes, acaba en no, mucho no, no a todo, piqueta y derribo. Paga y aprobamos. Peligra, según ellos, la amnistía, pero eso es lo de menos. El envite es la exhibición, pública e impúdica, del poder. Este atraco diario.
Las mareas norteñas y los atracos capitalinos traen esta violencia inaugural del año en curso, el mayor pico de la gripe A será el día 20, y cualquier epidemia de la misma, nos lo dicen a doble espacio y con negrita, supone cuatro mil muertes de ancianos. En una «tripledemia» es fácil echar la cuenta. El oleaje de las urnas es similar al de los tejados, porque ellas son el techo de la democracia viva y ciudadana: hace falta gente que recoja chapapote de la playa sin hacer ruido, callados y dispuestos a la paz social, esperanzados en el progreso compartido y sin querer romper el cesto. ¿Y si los desastres ecológicos y las pandemias fueran lo mismo?, se preguntan los más listos. El planeta no puede más, el organismo se rebela, el cuerpo produce ocasionalmente enfermedades sin causa real, así el planeta que no cuidas es siempre el que te mata. Los telediarios nerviosos reproducen jóvenes y mayores, acompañados por hijos y amigos, en la brega contra el monstruo gigante: recogen microplásticos con la paciencia del colador y sin la menor prisa, acuden a una cita sin llamada previa. La solidaridad es el mejor antidepresivo disponible, la solidaridad es puro bienestar emocional, la solidaridad es una luz de vela bajo la galerna que dura y dura y dura.
«Polarizados», cuentan, fue la palabra del año, no sé si a partir del libro estupendo de Naomi Klein en Capitán Swing editorial. Los polos negros se derriten y aquí recogemos la mierda a sorbos. La política es otra escombrera, donde los despojos son atracos: prometer hasta meter y, una vez bien metida, olvidar cualquier sombra de promesa. Las mareas y los atracos seguirán legislatura arriba, cuesta arriba, porque la pendiente es mayúscula. Solo nos salva el silencio, repetimos, de quienes recogen granitos en playas desiertas, de quienes cuidan a los enfermos con batas blancas y sin preguntas, ese silencio pequeño y limpio por el que comienza la dignidad personal. Voceras, 24/7, levantan mucho dolor de cabeza, mucha aspirina y orfidal para aguantar el paleto karaoke. La democracia española es una playa donde el brillo del chapapote comienza a hacerse patente. La cuenta por los dedos es tan básica que ofende. Las competencias con las que se invade a Cataluña (imaginarias) son la excusa de los piratas para seguir en el abordaje. La playa no deja de preguntarse: si yo estoy así, tan herida, cómo estará el pobre mar que escupe toda esta mierda.