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Viento nuevo

El timo de la construcción sin ladrillos

«El negocio de la construcción está claro: no son edificios de viviendas, sino vías de tren y autopistas, ahí está lo gordo»

El timo de la construcción sin ladrillos

Varios obreros trabajan en las obras de la Estación de Chamartín. | Europa Press

Vivimos entre el pasmo y la sorpresa, entre el interrogante y la duda, entre el esplendor y la derrota. Teóricos europeos de todo pelaje, tanto intelectuales como pensadores económicos, dijeron a España que debe quitarse de encima la obsesión histórica por el ladrillo y el turismo. Analistas de todo pelaje subrayan diariamente la pirámide invertida de natalidad, con más ancianos que jóvenes, y con nuestros mejores talentos titulados en el extranjero ganando más dinero. Arquitectos de toda condición dibujaron al carboncillo un país sobreconstruído, con un censo de pisos vacíos apabullante, donde muchos okupas vieron su gran oportunidad en segundas y terceras viviendas. Pues bien, ahora vuelve el ladrillo, y a lo grande.

Las administraciones licitan 25.310 millones de euros hasta noviembre. Los fondos europeos propician dos años completamente récord para la construcción. La patronal Seopan ya ha bautizado a la criatura: «bienio de oro». El año pasado fue un año récord, sí, y este sube dos puntos el negocio. 2022 licitó obras por valor de 30.074 millones, un 27,9% más que en el 2021. La gallina de los huevos de oro se llama: fondos Next Generation, así la UE financia el 12,3% de las obras. Este noviembre pasado: 3.043 millones de euros con cargo a los fondos euros, donde el 84% de los cuales obedecen a la Administración General del Estado (2.549 millones), a las comunidades (238 millones) y a las administraciones locales (211 millones). Unos ocho mil millones de euros llevan financiados desde 2021 a noviembre del 2023. En ese importe se excluye las rehabilitaciones, que van aparte. Los listos de la banda dicen que no es nada, nada de nada, porque en Italia son cincuenta mil millones. ¿Quién es el principal inversor? Adif (casi siete mil millones de euros). La construcción son trenes, vamos enterándonos, obra ferroviaria y aledaños, «aves» y otros rápidos.

De modo que la construcción de hoy, sí, no son edificios sino vías de tren. En tantos por ciento: estructuras ferroviarias (49%), terminales (11,2%) y carreteras (8,2%). Las obras se licitaron el año pasado y se contratan durante este periodo en curso. A eso lo llaman “ejercicio de transición” y, cara al 2025, la cosa bajará de golpe, porque se acabó el riego europeo. Dado que el compromiso europeo es de consolidación fiscal, los gurús de la construcción dicen que hay que producir híbridos, financiaciones públicas y privadas, con tal de mantener la inversión estatal al mismo tiempo que aumenta el gasto social. Otra bicoca, que ya quieren sin retraso, son los pagos en autopistas. Así en los 23 países de la UE hay que pagar en toda la red de autopistas (llamadas «vías de alta capacidad»). Bien, el negocio de la construcción está claro: no son ladrillos ni edificios de viviendas, sino vías de tren y autopistas, ahí está lo gordo, y con lo que sobra podemos hacer obra social, sí, para perroflautas o viejecitos que buscan ascensor. 

Unido a todo lo anterior la patronal de la construcción dice que hay un déficit de dos mil millones al año como producto del mantenimiento. El mantenimiento correcto del mogollón (vías de tren/autopistas) sería de 3.600 millones anuales, a repartir del siguiente modo: 1.500 millones la administración central, otros 1.500 millones  autonomías y 600 millones las diputaciones. Esto es el principio (garantizar el mantenimiento) y el final ya se supone: la construcción de estaciones de recarga para mantener la electromovilidad. El nuevo negocio de la construcción es un juego malabar entre lo que sacamos de la UE, lo que nos inventamos nosotros para no dejar de movernos y el éxodo de nuestras ciudades donde cada vez somos menos. En mitad del campo de amapolas blancas, una ironía: el tres por ciento de las licitaciones quedan desiertas porque los pliegos no se ajustan a los costes de materiales. En mitad de los rosales en flor, otra ironía: Barcelona, por ejemplo, llegó el año pasado a diez mil sanciones por pisos turísticos ilegales (la multa más alta de 420.000 euros) cuando ahora tiene visos de prosperar un macroproyecto de rastreadores, inspectores y letrados contra dicha picaresca. El ladrillo urbano, pequeño y secreto se camufla en el turismo estacional que ahorra euros conforme a la norma (hostales, hoteles, pensiones) y el ladrillo gordo son carreteras y vías de tren a mansalva. 

España dejó atrás los descampados de posguerra gracias a una fiebre inmobiliaria cuya burbuja le explotó en la nariz como el peor chicle. Recordamos los chistes de aquellos gurús mediáticos: «España es el país donde uno puede hacerse rico en el menor tiempo posible» (Solchaga), «A España no la va a conocer ni la madre que la parió» (Guerra), «Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones» (González). Ahora vuelve a la feria de barraca el pimpampum del ladrillo como principal producto tecnológico nacional, por encima del bit y el píxel. Nuestros ladrillos mostrencos fomentarán la trashumancia. Nuestros pisos de tapadillo harán florecer nuevas borracheras y festines intercontinentales. El plan, según los números no puede ir mejor, y por fuera tiene todo una temperatura de guiñol, de película de Esteso y Pajares, sí, realmente insoportable. Algunos seguimos interesados en esa otra España del principio, ajena a turismo y andamios, donde lo digital ofrece otros mercados, nuevas y modernas  alianzas, otras competencias. Esta construcción sin ladrillos suena al gran timo faltón y crediticio. 

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