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Viento nuevo

«Negrocio» y economía sumergida

«La OCDE dice en su estudio, negro sobre blanco, que seis de cada 10 trabajadores curran a la sombra»

«Negrocio» y economía sumergida

Ilustración de Alejandra Svriz.

Fue el cómico Luis Pedrahíta, en sus diccionarios de ingenio, quien inventó el término. «Negrocio»: «Masculino, del latín, niger y negotium; dícese del intercambio de bienes, dineros y favores a espaldas del fisco. Acción lucrativa cuyos beneficios se guardan en Suiza, o debajo de un colchón. Ejemplo práctico: el concejal estaba untado en negro./ ¿Hacía de Baltasar?/ No, tenía varios negrocios». La OCDE lo cantó hace días con su voz rubia y a sorbos: «El 60 % de la mano de obra en el mundo es informal». Mientras discutimos el salario mínimo y las horas laborales, otra corriente clásica discurre por debajo de la superficie, oculta y brillante, inteligente e inasible, sabia y procaz. 

La OCDE pide reforzar el escudo social y combatir la economía sumergida: el «negrocio», que por fuera es blanco como un guante («negocio») y por dentro oscuro y crujiente como crocanti («negrocio»). La OCDE pinta ecuaciones abstractas, y viene a contar que hay que separar los ambientes submarinos y abisales de cualquier ideología, la picaresca ocurre así en todas partes y el deber de las políticas es atajarla. El 60% de todo lo que se mueve: ojito, telita, muchos jurdós ahí. Esto ya no es la señora con rulos que quiere pagar en efectivo, sin factura, el arreglo del grifo.

La OCDE dice en su estudio de reciente publicación, negro sobre blanco y a doble espacio, que seis de cada 10 trabajadores curran a la sombra. No pagan ni al lechero. Y todo se lo meten en el bolso junto, apenas doblado, con una sonrisa de vuelta y otra de ida, como el mejor boomerang de la supervivencia. La mayoría de los pícaros, sí, continua la OCDE, laboran en economías en desarrollo y emergentes. Añade, incluso, prospectivas, a la manera de Rousseau en El contrato social: los hijos estarían predestinados a seguir los mismos pasos. Un «negrocio» familiar.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha currado: 166 páginas de libro sobre nuevos quinquis. El título suena a poemario publicado por Visor: Romper los círculos viciosos del empleo informal y el trabajo mal pagado. Ese infinitivo con el que comienza el viaje yo creo que obedece a gramática parda y está mal usado, pero la OCDE sabrá. El librito viaja por 38 países, por la mayoría de naciones industrializadas, este nuevo catecismo busca adeptos, emplea mucho el término «trabajo informal» para quien vive en negro, lo cual es irónico, y ahí se han portado estos muchachotes.

El cuento final es casi de Esopo, con moraleja y estrambote, con ganas de chupito y no café: el lío es que el trabajador precario, sí, que lo paga todo, al ver lo que hacen por ahí los chicos malos, tiene la tentación de no pagar y poder vivir mejor, pero pronto vienen el coco y el lobo juntos, entonces utiliza frases cegadoras a este respecto: «Los pagados tienen más posibilidades de caer en la pobreza, y de tener dificultades relacionadas con la salud y la vejez tanto ellos como los miembros de sus hogares». Imagínate, amigo, los «no pagados».

La OCDE saca la bola de pitonisa con pañuelo de colores calado hasta las cejas y tilda de «extremadamente infrecuente» que un trabajador cambie de bando: el que va por lo serio, sigue hasta el final, y el que nada por el lodo, rara vez quiere o se plantea aguas limpias y rumorosas. Hay un estacionamiento, una tendencia, un spleen de París, sí, que hace que sigamos ahí, cada cual en lo suyo, sin plantearse grandes cosas y tirando por el carro cuesta arriba. Cuando se producen las «inesperadas transiciones», sí, lo de pasar de sucio a limpio o viceversa, tampoco se ve inmediatamente una mejora en las condiciones del trabajador, por lo que todo ello redunda en lo pretérito, seguir igual. Lo bonito es el ranking: el 45% tiene estudios primarios, equiparables al 7% de los que gozan de un «empleo regulado». Dicho déficit les impide ascender, mayores retribuciones, etc.

Ninguno adopta nuevas tecnologías, la producción se resiente, el «empleo informal» constituye así el peor círculo vicioso de los que describiera Dante Alghieri en el Infierno. Lo llaman: «Un círculo vicioso intrageneracional de informalidad». Dan ganas de recitarlo en la noche. España inventó la novela picaresca para el mundo entero: El buscón, El lazarillo, La celestina, la lozana andaluza, La garduña de Sevilla. Los trabajadores irregulares replican la voz de sus padres, según la OCDE. La asistencia a la escuela es menor porque los padres dedican menos esfuerzos (dinero, tiempo) a que así sea. Las nuevas «matemáticas afectivas» de inmediata incorporación a la bachata tampoco arreglarán el baile de los obreros con billetes sin declarar. La transición de la escuela al trabajo es eterna para nuestros golfillos.

Las recetas son dos: ampliar la protección social para nuestros trabajadores informales (combinación de regímenes contributivos y no contributivos) y desarrollar políticas para el desarrollo de las competencias. Bajar siempre el costo elevado para la formalización con refuerzo de cumplimiento de aplicación de las obligaciones fiscales. Cuando hablan de «competencias» se induce a «oportunidades»: más oportunidades a nivel de formación y necesidades. Algunos trabajadores jamás podrán dejar los empleos informales mal remunerados. Aquí es donde entraría la renta mínima: el salario mínimo para aquel que, sin pagar un duro durante toda su vida, tenga para comer lentejas (igual de negras) de viejo. Genial.

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