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Viento nuevo

La inmigración fría y desafiante

«El día que la inmigración supere a la población nativa de cualquier lugar los someterán»

La inmigración fría y desafiante

Una embarcación llena de inmigrantes en alta mar. | Europa Press

La happycracia es completa, el «buenrollismo» es epidemia, los iconos amarillos de sonrisas son ya cojines para el sofá en muchas casas, todo conspira alrededor como un perfume lento a idiotas y retrasados por doquier. En los campus no leen libros enteros, trozos de libros, y los cursis hablan de «lectura literaria». Las mentes-saltamontes, de estímulo en estímulo, desconocen la memoria y atención como asideros elementales. De vez en cuando, a saltos, llega otro sermón de fiesta con globitos de colores y tartita con velas para todos. ¿El último? La inmigración. Produce sonrojo en el individuo viajado, leído, serio. Un bochorno letal. ¿Todo el mundo es gilipollas o renta no ver el mal?

El profeta dijo que conquistarían Occidente con el sacrificio de los vientres de sus mujeres. Lo están consiguiendo. Houellebecq, entre latas de cerveza calientes y parques fríos, lo contó en alguna novela Sumisión con una tesis de parvulario: el día que la inmigración supere a la población nativa de cualquier lugar, los someterán y harán con ellos lo que les salga del bolo. Europa es una señora mayor sin remedio, con natalidad por los suelos y viejecitos adorables a tiempo completo. España tendrá la mitad de población actual, todas las pirámides de natalidad invertidas, y Nigeria, según los observatorios franceses más intelectuales, llegará a los 800 millones de gigantes. Las oenegés divertidas, tan cuquis, siguen haciendo de taxistas en el mar rodeado de tiburones. España recibe 50.000 inmigrantes anuales: 7.000 Madrid, la dorada Cataluña pasa de 700.000 (2004) a casi dos millones (2023). No pasa nada, nada de nada: todos están aquí para darnos un beso y limpiarle el culo con toallita perfumada a los abuelitos. Lo mejor que se puede hacer con un problema es meterlo en una habitación, no abrir la puerta más y salir a emborracharnos con metralla de importación, como manda el canto del Mío Cid.

El nombre más inscrito en Barcelona, y pronto en Madrid, y mucho ya en todas las provincias, es Mohamed. Lagarde pregunta desde Bruselas por el teléfono rojo: «¿No os dais cuenta, coño, que sois la puerta de África para toda Europa?». No pasa nada, nada de nada, todos vienen a regalarnos una piruleta antes de los sueños felices y un vasito de leche bien caliente al amanecer tardío. Hay que seguir con el rollo que da subvenciones: multiculturalismo, fronteras abiertas, no existe ningún ser humano ilegal, ninguno. Los penalistas (el televisivo Albertini) se llevan las manos a la cabeza mientras aparta el melenón rockero: «¡Pero si no hay formas de saber si toda esta vasca tiene o no antecedentes en su lugar de partida!». No pasa nada, nada de nada, ya tenemos la solución al librito de Sergio del Molino La España vacía, sobre el que tanto se jiñó Fernando Castro Flórez, y también Santiago Lorenzo a su manera («El problema no es la España vacía sino la llena»). La tesis de Castro Flórez era sugerente: «Todos los pueblerinos son contemporáneos: manejan wifis, ven tus series, leen tus mismas letras y aquí no hay nadie mirando para la reja con ojos de vaca». 

«’Una nación es tal mientras conserve sus fronteras’. Las puertas abiertas de esta fiesta serán la mejor bomba sin retorno»

Los siete mil tíos que meten en Alcalá de Henares vienen todos a jugar al tenis y querer ser Nadal para volver a por el auténtico oro saudí en jet (no Falcon) y con alfombra roja (alta y dura como un edredón). Siete mil tíos, sin un puto euro, en régimen abierto, sin posibilidades de nada, en la mirada larga del cálculo, en las manos veloces y los pies inquietos, en la ropa deportiva y los playeros de no dormirse un solo segundo en los laureles. ¿Qué va a hacer ese menda, sin ingresos, sin vía de conseguirlos, a su bola en un país extranjero donde cierta riqueza ajena brilla entre parpadeo y parpadeo? ¿Qué va a hacer? No pasa nada, todos echaran el currículum en blanco con Wyoming, y saldrán en la tele como las mejores luminarias de las nuevas tertulias para garrulos obesos, idiotizados, lelos, alérgicos a la cultura del esfuerzo y cada vez más ajenos a la letra difícil. Uno recomendaría como vacuna los libros del catedrático y amigo Marino Pérez: La vida real en tiempos de la felicidad: Crítica a la psicología e ideología positiva (Alianza); El individuo flotante: La muchedumbre solitaria en los tiempos de las redes sociales (Deusto). La infantilización social impide cualquier clase de horizonte despejado y limpio. Lo dijo Tolstoi como una única poética literaria, y a mí me lo recordó Álvaro Nieto: «En cuanto al estilo, mejor limpio que brillante». Tiempos sombríos entre calderilla y chatarra, pero sonríe, majo, bro.

Al parecer, desconozco el paño, las oenegés señalan y vetan a los disidentes, en un marcaje diario entre periodistas y otras ovejas del redil, blancas o negras. Al parecer, la calle está harta, una cosa es lo que ven con sus ojos a la orilla del portal y otra el relato oficial de políticos y medios. El viejo populismo (igual izquierdas o derechas) siempre tuvo la misma máxima: «Haz lo que digo pero no lo que hago». ¿Recuerdas, Pablete? Había que vivir en Vallecas, como un obrero ejemplar, pero cuando te vieron el chalé con piscina en forma de riñón, ya se pinchó el globo. Todos los militares mundiales lo apuntan al unísono: «Una nación es tal mientras conserve sus fronteras». Las puertas abiertas de esta fiesta serán la mejor bomba sin retorno. No se puede evacuar a 800 millones de nigerianos a ninguna parte. La inmigración en caliente (heridos, enfermos) sonríe al tener su aliada en la fría y desafiante (verlo todo sin mirar nada). Qué miedo.           

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