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Viento nuevo

Emancipación juvenil y obra nueva

«España precisa un pacto generacional entre mayores y jóvenes, seguido de un pacto de vivienda»

Emancipación juvenil y obra nueva

Fachada de un edificio de viviendas en Barcelona. | Europa Press

El dato es ya oficial: ocho de cada diez jóvenes no pueden emanciparse. Ocho de cada diez jóvenes comprendidos entre 16 y 29 años tienen que vivir con sus padres. Ocho de cada diez jóvenes no pueden formar una familia, duermen la mayoría en la cama donde crecieron, se buscan la vida como pueden para mantener relaciones sexuales, al friso de la treintena funcionan como adolescentes en su ocio más inmediato (botellones, pandillas, gastos compartidos, propina familiar). El 16,3 % de los jóvenes acceden al lujo de la emancipación; la Unión Europea está en el 31,9% de la población.

El joven no emancipado es un lastre para su familia, su país y para sí mismo. Muchos medicados, a base de ansiolíticos y otros pacificadores, porque no entienden cómo trabajan y son pobres. En cifras previas a la crisis económica (2008) la tasa de emancipación era más baja (26%). No viven solos debido a tres factores: precariedad laboral (sueldos bajos), alza de precios (vida cara) y vivienda por las nubes (inasequible). Madrid y Barcelona quieren atajar el problema desde este último punto: se plantean construir 800.000 viviendas, a 3.000 euros de media el metro cuadrado. El boom de la construcción, vimos en días anteriores, se sustenta en obra pública (ferrocarriles y adláteres) y estas dos ciudades solo ven una fórmula: el ladrillo visible e inmediato. A 150.000 euros una vivienda de 50 metros, aproximadamente. 

La obra nueva es la fórmula que combatiría la emancipación juvenil. Un organismo escasamente político, el Consejo de la Juventud de España, activa de modo constante la alarma sobre la vivienda. No hay otra fórmula para sacar a los jóvenes de su nido familiar. La última reforma laboral (2022) redujo la temporalidad en 10 puntos referida al empleo (del 47,2% al 36,4%) a mediados del 2023. El paro juvenil se redujo durante los seis primeros meses del año pasado. El salario medio de los jóvenes es de 12.062 euros/anuales. Un dinero que, frente a la subida de precios y alquileres, hace que el poder adquisitivo baje un 3,3 % en un año. El Observatorio de Emancipación lo cuenta a doble espacio: «Un joven asalariado que gana 1.005,22 euros al mes no puede independizarse si no es compartiendo una casa. El alquiler de una casa ha pasado de 864 euros/mes a 944 euros/mes. Ese joven tendría que destinar el noventa por ciento del sueldo a pagar el techo, si no comparte». Terrible.

¿Y un joven en un piso compartido está emancipado? Sabemos a la perfección el funcionamiento de dichos acuerdos: comida entre todos, luz entre todos, agua entre todos, papel higiénico entre todos. Suena todo a justo eso, una comuna para pasar el temporal, un paraguas pequeño entre muchos, una patera o cayuco en busca de un viaje mejor, un flotador para muchos náufragos. ¿Y qué familia propia puede plantearse un joven en un piso compartido? Ninguna. Un tío de 30 años se encuentra entre cuatro paredes (una habitación) sin la privacidad imprescindible para desarrollar un proyecto digno de vida. Aporta la presidenta del Consejo de la Juventud de España, Andrea Henry, una ecuación mucho más fácil: «Un joven se emancipa aquí a los 30 años mientras que en la Unión Europea lo hace a los 26″. 

Los afectados no quieren parches, ni bonos ni alquiler que no llegan, ni ideas a realizar en no sé cuánto tiempo, ni fantasías ni prospectivas. El punto de partida es el ladrillo inmediato: un plan para la vivienda. Resuelta esta situación, todo puede ir rodado. El Consejo de la Juventud enreda todavía más las cosas con otro caldero de agua fría a la cara, el de la eterna hipoteca: «Una hipoteca correspondería al 65,9 %del salario mediano joven y para pagar la entrada habría que ahorrar 53.796 euros, que serían el equivalente a cuatro años y medio de trabajo». Las 800.000 viviendas que quieren construir Barcelona y Madrid desaguarían el barrizal. Pero luego, resulta inevitable considerarlo, nos metemos en un segundo laberinto: el demandante de vivienda siempre prefiere la obra nueva a la vieja. Unido a otra vieja pesadilla, en boca de los mejores constructores nacionales: «No puede haber obra nueva express porque no hay mano de obra cualificada para ella. El sector perdió un millón de ocupados, a comienzos del 2014, que no han vuelto». «La vivienda nueva —siguen los que saben— es luego un petardo en el mercado: no deja de encarecerse a cada minuto que está a la venta».

¿Serán esas nuevas 800.000 viviendas en Madrid y Barcelona solo para jóvenes? Muy difícil. La respuesta racional es la más breve: «Serán para quienes la paguen primero». Terminamos ya esta larga letanía de lluvia fina y sueños imposibles: España precisa un pacto generacional entre mayores y jóvenes, seguido de un pacto de vivienda en las mismas condiciones, si queremos salir del hoyo y, lo más importante, que no siga el éxodo ni la maleta veloz del emigrante, porque como nos dice la sabiduría popular: «El que marcha, no vuelve». ¿Y si topásemos la vivienda, en ese mismo debate de meses atrás acerca de los alimentos de primera necesidad? Eso es imposible –me contestan implicados en el ajo-: ¿O acaso quieres pedirle el DNI a un tío que quiere comprar un piso y decirle que es solo para menores de 30? No es viable. Sigue y seguirá la emancipación juvenil ligada a la vivienda que, tal vez, la obra nueva haga por fin posible.     

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