La conciencia esponjosa y el corazón metálico de este PSOE
«El PSOE se dispone a destrozar la conciencia colectiva del respeto a la ley, su arraigo como expresión de la convivencia»
He repasado, los periodistas tenemos algo de masoquistas, los debates a los que dio lugar la inadecuadamente llamada «amnistía fiscal» del Gobierno de Mariano Rajoy, finalmente anulada por el Tribunal Constitucional por defecto de forma (era un real decreto), aunque el ponente de la sentencia, antiguo diputado del Partido Popular (han leído bien, del PP), se extendió en sus consideraciones jurídicas señalando que tal regularización fiscal suponía una «abdicación del Estado» de sus obligaciones y una «flagrante vulneración del principio de igualdad».
Los diputados del PSOE, especialmente Pedro Saura, entonces diputado del PSOE y hoy presidente del Grupo Correos y José Luis Ábalos, entonces diputado y hogaño tertuliano, fueron especialmente beligerantes contra la que ellos bautizaron como «amnistía fiscal». Saura no escatimó descalificaciones verbales y, además, preguntó a Cristóbal Montoro, directamente si «ha cobrado en b o ha recibido algún sobre» (ignoro si lo del sobre ha influido en la decisión de hacerle ahora mandamás de Correos). Ábalos, por su parte, en sus discursos apelaba la «penosa catadura moral» de los miembros de aquel Gobierno, añadiendo calificativos de desvergüenza, protección a fugitivos de Hacienda, etcétera.
«La quiebra de la igualdad que reclamaban los socialistas con la regularización fiscal ahora les parece completamente lógica y justa»
Se podría llegar a disculpar tantos improperios en el calor de los debates y en la repugnancia que para los socialistas representaba, entonces, aquella vulneración del principio de igualdad. Nada que ver con la conciencia esponjosa del PSOE de hoy, que admite el procedimiento de una ley de amnistía que, sin duda, vulnera gravemente el principio exigible de igualdad, al impedir a los jueces que decidan sobre conductas de extrema gravedad en materia de integridad y seguridad del Estado y al acoger a sus beneficios a quienes indiciariamente cometieron delitos de terrorismo, nada menos.
Comparando ambas circunstancias, es difícil separarse de la sensación de que las conductas de los presuntos defraudadores de impuestos para el PSOE eran mucho más graves que las conductas de los que consumaron la sedición de una parte del país y de quienes durante muchos días actuaron con extrema violencia contra personas (a menos que se invoque la naturaleza no humana de los policías) y bienes públicos y privados.
La quiebra de la igualdad que reclamaban los socialistas con la regularización fiscal ahora les parece completamente lógica y justa, olvidando aquello que enseñaba Gregorio Peces Barba sobre la aplicación de las leyes. «Con normas generales y abstractas y con destinatarios genéricos, que son los hombres, se garantiza la igualdad, que es patrimonio de nuestra Constitución de 1978», nos dejó dicho. ¡Qué lejos y qué olvidado quien fuera primer presidente socialista de las Cortes!
Es desalentador comprobar con qué celo y saña sigue el Gobierno y el Partido Socialista todo lo que huele a dinero que se sustrae a su control y cuánta permeabilidad muestra en la catalogación de unos comportamientos que hicieron trizas las leyes. Con su amnistía, el PSOE se dispone impertérrito a destrozar la conciencia colectiva del respeto a la ley, su arraigo cultural y social como expresión del modelo de convivencia entre españoles. Con una salvedad, las leyes fiscales, a las que atribuye una intangibilidad suprema y a sus infractores, además de la pena, les somete al oprobio y la vergüenza pública por su insolidaridad.