THE OBJECTIVE
Viento nuevo

El ruido de la resaca

«Puigdemont bebe sin prisa, come algo, las narices bien albardadas de fino pericón. Solo cabe la ley a la carta, punto final»

El ruido de la resaca

Ilustración de Alejandra Svriz.

Puigdemont ríe con mucho ruido, la boca pequeña, la copa pequeña, el abrigo viejo, la melena de músico. Son raptos o asaltos de la fiesta pasada, menuda juerga, sus socios gubernamentales con esas caras largas, las venas hinchadas, las miradas sin ojos, el silencio duro, la tensión eléctrica. Puigdemont bebe y ríe, hoy dormirá la siesta, luego otro poco de barra libre, la vida pasa en un plís, y a mi plín, como dijo tanto Carmina Ordóñez. Muchas cartas boca arriba hacen daño.

A Puigdemont le duele sobre todo lo que dice la Unión Europea, esas setecientas y pico injerencias de Putin en todos los países del club, donde están las suyas propias. Los mercenarios rusos que ambos planearon para Cataluña. La obsesión de Putin por comerse el gas francés de un bocado, desde Barna. Ese diálogo entre ellos que lleva el rótulo y marbete de alta traición, alta tensión, por el que ambos quedarán electrocutados, dentro y fuera de la Unión, porque Reynders está muy cansado de esta baraja vieja con naipe falso. 

La UE, nuestra UE de tantos cheques en blanco para salir del barro, quedó herida por las mellas de nuestro pequeñín Aragonés, Pere Aragonés, jugador de baloncesto político de medio metro. Querían un banco europeo, catalán, ni ellos lo saben, para sí mismos y meter ahí a gollete todo el dinerito fresco de Putin de la dacha sobre el carro de heno amarillo. La UE es el problema y no el baile cojo en el Congreso de los Diputados. El único problema es salvarle a él, Puigdemont de Waterloo, de ambos delitos por los que puede todavía vivir entre barrotes: Traición y Terrorismo.

Nuevas caras, por los televisores encendidos, echan picante al guiso. Hasta un rojo profesional como el catedrático Pérez-Royo, gemelo de Ferreras, dice que esas dos enmiendas que quiere Junts son inconstitucionales. El órdago, tumbar la ley de amnistía, fue una fiesta en la playa con tres hogueras encendidas: primero, frenar el acoso judicial, añadirle paréntesis a los autos judiciales; segundo, saber que Puigdemont no espera, que quiere un traje a medida, aborrece lo que pase con los maestros que dieron o no llaves para poner las urnas madrugadoras en los colegios, aquí el premio es para él y no espera; tercero, separarse de Esquerra, como siempre, marcar diferencias, porque la gran lucha de ERC es contra los famosos de Junts, contra los dueños del carísimo cortijo.

Oriol Junqueras lloraba sin lágrimas, hablaba muy despacio, parecía acordarse de la trena o cuando lo esposaron en la lechera, decía algo así como que esta ley es robusta para salvarle el alma a muchos, profesores, maestros, gente común, organizadores del tinglado en las horas jóvenes. Oriol pasó trena por quedarse, todos lo saben, todos lo sabemos, y ahí están todos los grupis que ven en Puigdemont al justo contrario, el vividor, el huido, el fugado, el rico del negocio y del pacto. Junqueras era un suspiro y un peluche enorme junto a los leones despeinados. Esto es una pena, decía, plañidera de su mismo entierro, perdido entre sus folios tachados de tanto guliguli y muchimuchi, diálogo en bazar chino, dialecto en locutorio paquistaní, ni cristo se entera del rollo.

Puigdemont bebe sin prisa, ríe a ratos, come algo, perfil marmóreo, las narices bien albardadas de fino pericón. Solo cabe la ley a la carta, punto final. Con las cartas y misivas que llegan de Madrid pueden hacer un atadito y meterlas en el baúl de su abuelita. Solo cabe domar a la cabra, a las bravas. «¿Y si lo votaron cuatro veces antes por qué ahora dicen que no?», pregunta algún botarate desde el burladero tabernario corriente, solo para Ferreras en La Sexta. Puigdemont se parte el eje. Vive algo muy bohemio: el ocaso y el entusiasmo, el fin de fiesta que anuncia ese principio que es siempre no dejarla, volver a empezar, la vida a ratos, la seriedad a ratos, los pactos a ratos. Su sillón es el mejor escaño en la lejanía kilométrica.

Solo queda un motivo para no dormir, o hacerlo sin soñar, a medias y con mal sabor. El aliento en la nuca de García-Castellón y Aguirre, está convencido que se han repartido la faena, uno la alta traición y el otro el terrorismo. Dos contra uno. Sabios, veteranos, temibles, audaces, trabajadores e inasequibles al desaliento. Nogueras se lo dice, por WhatsApp, en el lenguaje entero de los cisnes: «No te enfríes, chati». Puigdemont sabe que sale a la calle y deja tras de sí un rastro de canción duradera, de perfume legendario, de mando en plaza. Los selfis, allá en Waterloo, son lienzos.

El ruido entero de la resaca es una combinación de caras, gestos, voces, secretos y una escenografía donde los personajes son todos más pequeños que sus micrófonos. Cada entrevista en Madrid es a un enano y, al acabar las preguntas, resulta que mengua otro palmo. Encogidos como ropa pequeña al centrifugar mal el aparato. Nadie habla de lo que piensa: el ‘sí es sí’, el ‘no es no’, dejó las puertas de las cárceles abiertas; si ocurre lo mismo con los etarras nuestra democracia y monarquía parlamentaria concluyen. El ruido de la resaca es la travesura de querer llamar a Moncloa a primera hora y declamar el sabroso mantra: «No te enfríes, chati, sigue intentándolo». Tampoco quiere caras nuevas (europeas) en el acotado, aunque paguen gabela. Puigdemont peina en el espejo su sonrisa lenta y tan brillante de caimán. Estas fiestas son la hostia. La peonza seguirá bailando, no caerá, así postergarán los prepuestos hasta que él decida. Mucho ruido de silencio encenderá esa mecha.

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