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Opinión

Indurain, Savater y las vidas paralelas

«En la política la trola no proviene del arrebato sino de la supervivencia más básica»

Indurain, Savater y las vidas paralelas

El ciclista Miguel Indurain. | Europa Press

En el deporte prevalecen los valores, dicen, y los principios, aseguran. Unos y otros, manoseados hasta la exageración, son el eslogan ideal; tarjeta de presentación «divina de la muerte del gobierno de turno, «estos son nuestros principios y nuestros valores», recalcan a la feligresía y alardean sin piedad, frente a cámaras y micrófonos, con instinto teocrático. Podrían mentirnos piadosamente y sonreiríamos con esa frase universal de Groucho Marx: «Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros». Y punto. En los combates dialécticos del fútbol el pillastre intenta colar la mentira entre desaforados ataques de pasión. La jugada confusa en el campo se ilumina en televisión, salvo las manos dentro del área, que exigen un tratado más que una reglamentación. En el resto, toda la razón y nada más que la razón la aclara Ramón de Campoamor: «Y es que en el mundo traidor / nada es verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira». Si la zancadilla es clara el devoto encuentra un atajo para sortearla: «¡Toca balón!», exclama poseído, aunque la pelota no aparezca ni en los títulos de crédito; «no es una agresión», pero el rival sangra a borbotones por la ceja, consecuencia de un codazo manifiesto. Y viceversa. La misma imagen sirve de argumento para asegurar una cosa y la contraria. «Fútbol es fútbol» (Vujadin Boskov).

En la política la trola no proviene del arrebato sino de la supervivencia más básica. Me decía un paisano de la ministra de Hacienda que en algunos partidos progresan mejor los mañosos que los estudiosos, los hachas, con el engrudo, la brocha y la cartelería, que universitarios con título o sin él. Seguro que exagera, porque la vicepresidente María Jesús Montero es médica. Además, en la política de la salerosa María Jesús Montero y sus «coleguis» no hay embustes sino cambios de opinión en el corto espacio de unos minutos musicales, tal y como exige la caprichosa deontología de la llamada «Oficina de Opinión Sincronizada». 

Claro que hay cambios y cambios de opinión. Los de Pedro Sánchez obedecen, quizá, a su deriva hacia la extrema izquierda de lo que queda de Podemos, a su ego tan particular o a cómitres que le llevan al huerto con cada chasquido del látigo. Los cambios de opinión en el caso de Fernando Savater son de otra índole. Dejó de gustarle el periódico que ayudó a fundar cuando el rotativo cambiaba de opinión según las directrices de su «sanchidad». Lo denunció, se rebeló y por la contundencia de sus opiniones le despidieron. No deja títere con cabeza. A Marhuenda se le atragantó Ussía y Savater colmó la paciencia de Bueno. Imposible convivencia. 

Avanza el filósofo y escritor donostiarra hacia otras ideas mientras en el terreno del deporte no se mueve un milímetro, como el bregado defensa central frente al delantero que intenta burrearle. Es un entusiasta de las carreras de caballos y le atrae el Grand National (Aintree, Liverpool) «por su imagen circense»; a mí, por el desfile de sombreros en el paddock y el asalto a The Chair, un obstáculo de 1,6 metros de altura precedido «de un foso de 70 centímetros de profundidad y una zona de aterrizaje situada en un plano superior a la zona de entrada» («Terránea»), donde en 1862 perdió la vida el jinete Joe Wynne. Un muerto en 184 ediciones. Nostalgia del Marqués de Portago y del Duque de Alburquerque. 

Savater disfruta en los hipódromos sin necesidad de apostar, no le gusta el fútbol y se alejó del ciclismo cuando se retiró Miguel Indurain, un héroe con valores y principios contrastados. Competía sin arrasar en las metas intermedias, ganaba y dejaba ganar. Renunciaba al triunfo de etapa porque valoraba el esfuerzo de rivales como Chiapucci. Los adversarios le admiraban y en el Giro le advertían de los peligros de la calzada: «Cuidado, ‘Miquelone’, a la salida de esa curva». Celebró el oro de Abraham Olano en el Mundial de Duitama. Era el líder de la selección y fue su mejor gregario. Abraham se escapó cerca del final, pinchó en el último kilómetro y Miguel contuvo los ataques de Pantani y la jauría. Se alegró de la victoria del compañero tanto como de su medalla plateada y dos años después, el 2 de enero de 1997, anunció su retirada. No le despidieron, se fue; a Fernando Savater le han echado y no se divisa en el horizonte una amnistía, es el momento, por afirmaciones tan categóricas como ésta: «El diario de referencia pasó a convertirse en un risible epítome de la prensa al servicio de la política», de su libro «Carne gobernada». Al ciclista le empujaron hacia la salida determinadas decisiones del equipo con su calendario y la subasta del récord de la hora, y se despidió cuando la oferta de la competencia le pareció inadecuada. Al salir, Miguel no dio un portazo; a Fernando le persiguen sus opiniones, como aquellos lebreles de Duitama.

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