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Opinión

Fitur: euforia, pero conciencia

«Encontrar el equilibrio entre el desarrollo y el establecimiento de medidas que contribuyan a la sostenibilidad»

Fitur: euforia, pero conciencia

El presidente del Comité Ejecutivo de Ifema Madrid, José Vicente de los Mozos, y el ministro de Turismo de Ecuador, Niels Olsen. | Europa Press

El pasado mes de enero se celebró en Madrid Fitur, la primera cita anual para los profesionales del turismo mundial y feria líder para los mercados receptivos y emisores de Iberoamérica. Fitur es un escaparate. Un foro único para promocionar las marcas, presentar nuevos productos y tendencias y llenarse el calendario de entrevistas, muchas de las cuales a duras penas se celebran al irrumpir presentaciones no programadas, comparecencias políticas no previstas que alteran toda la agenda que uno llevaba bien organizada. 

He de reconocer que en los 25 años que llevo de trayectoria profesional en el turismo, había asistido a pocas ferias como la del pasado mes de enero. Quedará en mi recuerdo como la feria de la alegría. Sí, sí, como lo leen, todo era optimismo, cifras de crecimiento respecto al 2019 inimaginables hace un par de años, planes de expansión anunciados a bombo y platillo, apertura de nuevos mercados, récords y más récords. 

Fitur es un gran escaparate de empresas privadas; agencias de viajes, tour operadores, compañías de transporte, proveedores de tecnología, etcétera, que aprovechan esta feria para presentar novedades y mantener encuentros con clientes de países lejanos que asisten a este gran encuentro anual.  

Para los destinos turísticos, Fitur es una herramienta promocional en la medida en que presentan proyectos y avances ante el público profesional. Y, también, es una gran herramienta política que permite a los gobernantes de los destinos hacer acto de presencia, mostrar con orgullo sus destinos, saludar con una sonrisa y dar buenas noticias, esas que tanto escasean… porque, señoras y señores, el turismo en mayor o menor medida, va muy bien.

Diría que tras la pandemia los discursos de los políticos han cambiado un poco su contenido. Más o menos todos son iguales, salvo en lo referente a las características de su destino, pero en sus propósitos todos se asemejan: reconocimiento de la importancia del turismo para su territorio, mención del empleo que genera, las infraestructuras que impulsa y, como novedad, el propósito -dicen- de no crecer en número de visitantes sino apostar por la calidad de éstos y por la sostenibilidad en su sentido más amplio. También junto a la tan invocada y necesaria colaboración público-privada se incorpora como actor necesario «la comunidad local», quien debe participar en la estrategia de gobernanza y gestión de los destinos. 

Creo que todos estaremos de acuerdo que así debe ser. El turismo es uno de los sectores más importantes de nuestra economía, pero ha de ser sostenible. Es un sector que como la mayoría genera algunas externalidades negativas: el turismo implica el «consumo» de espacios públicos, bienes culturales y naturales, necesidades específicas de transporte y suministros, incremento de servicios de limpieza, entre otras. Por ello, la sostenibilidad ya no es una opción sino una obligación si queremos preservar nuestro planeta.

Sin embargo, este año, pese a la euforia vivida en Fitur, he vuelto cargada de reflexiones y con alguna que otra incógnita sobre el futuro. ¿Cómo vamos a conciliar los intereses de un sector como el turismo, imprescindible en la economía española, y la adopción de medidas drásticas para frenar un consumo que parece no tener límites y que a mi entender puede ralentizar la tan anhelada sostenibilidad?

Es cierto que el turismo no es el único sector que genera algunos impactos negativos. Ahora estamos inmersos en una grave situación de sequía y falta de recursos hídricos de la que somos todos responsables. Nuestros gobernantes se ven obligados a aplicar restricciones, limitar algunos consumos, e invocamos la urgencia en el cambio de hábitos si no queremos que la catástrofe sea mayor. Pero, pensando y dándole vueltas al tema, me pregunto si estas medidas serán suficientes. Quizás hemos de pensar que todo tiene unos límites, que no basta con restricciones temporales o reacciones inmediatas cuando la amenaza ya es presente. Quizás, hemos de cambiar nuestra forma de vivir, y poner freno al consumo desaforado que se ha impuesto en nuestra sociedad. 

Es cierto que la palabra sostenibilidad ya es un vocablo fuertemente interiorizado. Una palabra que se integra con naturalidad en la mayoría de los relatos. También es cierto que las empresas están haciendo grandes esfuerzos para, además de generar una rentabilidad financiera, crear valor ambiental, social y económico a miedo y largo plazo. Sin embargo, pese a no ser una experta en sostenibilidad, me temo que las medidas adoptadas no serán suficientes para garantizar el bienestar de las comunidades y generaciones futuras. Seguramente la clave está en encontrar el equilibrio entre el necesario desarrollo económico y el establecimiento de medidas que contribuyan a la sostenibilidad, teniendo presente que su logro y efectividad requieren de sacrificios, restricciones y limitaciones al crecimiento y consumo. Y es esta una de las cuestiones que me preocupa y que creo que no tenemos resuelta. Un debate interesante pero que nos debe servir para construir un futuro mejor. Alegría y optimismo sí, pero con conciencia. 

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