Galleguidad, vulgaridad y algo de picar
«El ministro Óscar Puente no se limita a ser un pedazo de carne orangutánica (¡no sabemos si comestible!)»
1. Las encuestas sobre las elecciones autonómicas de Galicia llevan hoy a la izquierda gallega y a la derecha gallega a un estado de suma galleguidad: no se sabe (¡ni ellas lo saben!) si suben o si bajan. Esta noche las urnas sentenciarán, antigallegamente.
2. Feijóo tampoco sabe si sube o si baja, pero sí sabe que si baja puede hacerlo a sangrientos sótanos sacrificiales. Ahora que lo pienso, los partidos políticos son como los personajes de ‘La sociedad de la nieve’: si el avión se estrella, están dispuestos a comer carne humana. Sobre todo la del capitán.
3. De la misma manera que un mono tecleando infinitamente acaba escribiendo el ‘Quijote’
(¡o ‘El manuscrito carmesí’!), Sánchez y yo teníamos que terminar cruzándonos en nuestras órbitas en algún momento. De repente nos vemos codo con codo defendiendo lo mismo, como colegas de toda la vida: la canción «Zorra» (¡que solo podría mejorar si se llamase «Guarrona», mi palabra favorita de los últimos meses!) y la maravillosa vulgaridad de Inés Hernand, tras su fascinante chisporroteo chabacano de los Goya, que fue entretenidísimo, a diferencia de los Goya. Ahora Sánchez y yo estamos solos defendiéndolas a ambas, mientras el puritanismo y el buen gusto nos cercan y acribillan. Pero yo por una buena causa moriré junto a usted, presidente. ¡Y que Idafe nos traiga algo de picar mientras tanto!
4. De «Zorra» ya he escrito, pero de Hernand aún no. Su ‘performance’ en directo es lo más importante que ha pasado en la televisión española desde la borrachera de Arrabal en el programa de Dragó y, unos años antes, la entrevista de Paloma Chamorro a Genesis P-Orridge y la actuación de este con su grupo Psychic TV. Con Hernand, pues, regresó por un rato el espíritu de los ochenta, con su irreverente franqueza fisiológica de eructos y meadas, que en una mujer me quedan divinas (en un hombre tendrán también su público). Fue en ese contexto en el que Hernand piropeó a Sánchez llamándolo «icono», como a todo el mundo. Podría haberle llamado Erik Satie. Todos somos iconos, al fin y al cabo, y en este sentido Hernand fue una gran igualadora. Ignacio Jáuregui recordaba también los eructos y pedos de Gurruchaga con el desaparecido Senillosa, político que salió en otra ocasión duchándose en la tele con el culo al aire. De Senillosa, además de esto, recuerdo que por su boca oí por primera vez el nombre de Chateaubriand, cuyas ‘Memorias de ultratumba’ son mi lectura cronogramada de 2024. ¡Todo encaja en este cambalache!
5. Contra Hernand se alzaron las voces del «buen gusto», encarnadas, por ejemplo, en tertulianas de argumentario de partido y en adocenados figurones de la convencionalidad televisiva. Eso es el «buen gusto», al cabo. Por ello los petardos (¡de hombros desnudos!) de Hernand estuvieron muy bien tirados.
6. El ministro Óscar Puente no se limita a ser un pedazo de carne orangutánica (¡no sabemos si comestible!), sino que encima piensa. Su idea de que la amnistía sirve para ahorrarle trabajo a la Justicia es brillante. Para seguir por ese camino, habría que despenalizar y/o amnistiar todos los delitos, y no solo aquellos que aúpan (y sobre los que se aúpa) el Gobierno.
7. El problema de Carmen Calvo, nueva presidenta del Consejo de Estado, no es que, como se exige para el cargo, no sea una «jurista de reconocido prestigio». Es que «de reconocido prestigio» no es ni jurista ni ninguna otra cosa.
8. Sánchez: «La única verdad de Feijóo es que todo en él es mentira». Los tiene cuadrados. Sánchez. (¡Idafe, dónde está lo de picar!)