Pablo Iglesias, el cielo se toma con una de bravas
«Es preferible que monte un bar y al menos genere pasta a que esté sentado en cualquier consejo de administración»
Fue el político más carismático de España desde Felipe González. Un profesor de universidad con coleta que congregaba multitudes. Supo nacer de la nada con una organización que montó, entre colegas y rolletes, para hacer temblar a los grandes partidos sistémicos. Le fueron otorgadas, él en parte se lo ganó por su buen hacer tertulianesco, horas y horas de televisión.
Aspiró a remodelar lo que ya había, quiso limpiar la corrupción, tocar los sillones, penetrar en la sociedad. Y fue un éxito, ya no tanto para el país, cuyos jóvenes bien podrían volver a montar otro 15-M, pero sí al menos para él. El profesor que nunca se iba a ir de Vallecas, criticador de los ricachones con chaletazo, se pudo comprar una casa a las afueras de Madrid. Galapagar hirió de muerte lo que surgió en Vistalegre.
Pablo Iglesias fue inteligente para su beneficio, supo aunar unas organizaciones extramuros de Madrid que insuflaron apoyo territorial a un Podemos que, en esencia, siempre fue un partido madrileño, en concreto, un partido de Malasaña. Por eso Iglesias, al igual que Errejón o Yolanda Díaz, jamás entenderán que un ‘rojeras’ de Dos Hermanas pueda ser comunista a la vez que va a los toros y se encomienda a la Virgen del Rocío. Se les rompe el esquema, bien lo sabe Teresa Rodríguez, otra portavoz de Adelante Andalucía, la que le espetó a Irene Montero aquello de «a mí la política no me cambió de barrio».
El brillo de Iglesias se acabó cuando entró en el gobierno de la nación abrazado a Pedro Sánchez. Por paradójico que parezca, Iglesias nunca fue un político llamado a hacer política, ese trabajo no le va, nunca le vino. Al profesor Iglesias le mola la gresca, el debate, el activismo, la comunicación, y ese papeleo de gestiones lentas como una tarde de agosto es para los pringados. Sí Podemos fue, lo dijo Pere Rusiñol, un invento para follar que se les fue de las manos, el coito se rompió para Pablo cuando llegó a la burocracia.
Follar estando en el poder no tuvo chispa para el líder supremo de Podemos, que acabó siendo engullido en aquellas elecciones de mayo de 2021 en las que la formación ‘pablista’ le pidió al pueblo madrileño que hablara, y habló. Mayoría absoluta para Isabel Díaz Ayuso. Sanó pronto la herida del adiós e Iglesias, rejuvenecido con corte de coleta volvió a los ruedos, por seguir usando la jerga taurina. Ruedos mediáticos con su Canal Red, una especie de cámara de eco en la que los de Podemos se dan la razón a sí mismos, dan lecciones de periodismo-se le adelantaron al ‘sexador’ de opiniones de El País– y le tienen más manía a Yolanda Díaz que a Santiago Abascal.
«Iglesias nunca fue un político llamado a hacer política, ese trabajo no le va. Al profesor Iglesias le mola la gresca, el debate, el activismo, la comunicación, y ese papeleo de gestiones lentas como una tarde de agosto es para los pringados»
Ha ido perdiendo a muchos amigos el líder madrileño en su caminata hacía la vicepresidencia del gobierno. Acabó enclaustrado en una camarilla de pelotas que le daban la razón constantemente, incluido su liderazgo oficioso cuando en teoría se había marchado de Podemos. El partido feminista tutelado por un exmasculino, escribió Esther Palomera. Había perdido brillo Iglesias en su bunkerización mediática, hasta que el profesor de Políticas ha vuelto a nuestras vidas con su nueva versión, el Pablo Iglesias empresario. El nuevo hostelero de Madrid acaba de abrir la Taberna Garibaldi y nos alegramos.
Es motivo de alegría el emprendimiento de nuestros conciudadanos, y es preferible que un exvicepresidente monte un bar y al menos genere pasta a que esté sentado en cualquier consejo de administración de nosequé empresa, cobrando por su cara bonita. Se acabaron los camaradas, ahora habrá clientes, aunque sigue Pablo Iglesias, nunca se cambia del todo, empeñado en su concepción de la vida y esa sobrepolitización casi enfermiza de lo que le rodea.
Ha decorado la carta de Garibaldi con juegos sonrojantes de palabras, copas como un «Gramsci Negroni», platos de «salmorejo partisano» o una sección vegana bajo el título «No me llame Ternera». Y se ha montado una excusa barata para expresar que los bares son «las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado», esperaos que ahora si estás mamándote un martes noche igual estás haciendo la revolución.
Pablo, suerte, aunque no dejes de dar la matraca ideológica, la turra de toda la vida de Dios, con las enchiladas «Viva Zapata», un «Fidel Mojito» o el futuro nombre pretendidamente gracioso que tengas en la carta. Hace ya tiempo que comprendiste, bien lo sabes, que el cielo no se toma por consenso ni siquiera por asalto, igual se toma con caña y una de bravas. Un cielo particular, cotidiano, alejado de la grandilocuencia de aquellos días en los que los bares no se cerraban. Ahora toca cumplir con el horario laboral, Yolanda te vigila.