THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

Cine y psicología: 'Anatomía de una caída' y el suicidio baobab

«Cuando una persona se suicida instintivamente tendemos a culpar a familiares y allegados. Pero el suicidio, en la gran mayoría de los casos proviene de una enfermedad mental, y nadie tiene la culpa de que una persona enfermara»

Cine y psicología: ‘Anatomía de una caída’ y el suicidio baobab

Escena de 'Anatomía de una caída'.

El misterio del suicidio


He visto muy tarde Anatomía de una caída, cuando ya la había visto todo el mundo. Pero como sigue en cines y en cartel, y la verdad es que es una película muy interesante, me permito hablar sobre la película meses después de que la hayan estrenado.

La película plantea una premisa que el propio espectador debe resolver. El matrimonio formado por Sandra y Daniel y su hijo Samuel viven en una cabaña en los Alpes. Cuando hablo de una cabaña me refiero a una casa bastante grande de tres pisos. Similar a la casa de Heidi que recordamos todos los que tenemos cierta edad. En principio, para un escritor ese chalet del pino aislado es un lugar idílico, el espacio que todos hemos soñado para retirarnos a escribir. Pero también es un lugar perdido en un rincón remoto, a una hora en coche del pueblo más cercano. Y un poco inhóspito, rodeado de nieve. No el entorno ideal para alguien que no ame profundamente la soledad. 

Samuel aparece muerto, tirado sobre la nieve, porque se ha caído desde el tercer piso. A nadie se le ocurre que pueda ser una caída accidental. (Eso me extrañó bastante de la película, debo decir). A Sandra le acusan de haberle asesinado arrojándole desde el tercer piso (también me extraña porque se dice que él mide un metro 85 y pesa 80 kilos, no es tan fácil que una mujer tan delgada pueda empujarle). El abogado de Sandra está convencido de que Samuel se suicidó. Y a partir de entonces le corresponde al espectador tomar partido y decidir qué es exactamente lo que pasó. Porque la película tiene un final abierto.

Digo que le corresponde al espectador porque la película se centra más en la relación de Sandra y Samuel que en darte una solución. Yo fui de las que acabo convencida de que Samuel se había suicidado, pero estoy segura de que muchas otras personas creerán que fue Sandra la que lo asesinó. En cualquier caso, la película te hace creer que, en la muerte de Samuel, Sandra tuvo algo que ver. Si lo empujó, porque lo empujó; y si Samuel se suicidó, porque de alguna manera ella lo empujó a hacerlo, aunque no lo hiciera de forma física. Pero ella fue responsable, de una forma o de otra.

Me parece que la película – que por otra parte es una película excepcionalmente buena, y que recomiendo absolutamente- comete dos errores garrafales. El primero es que cuando alguien decide suicidarse la decisión es enteramente suya, a no ser que haya sufrido un brote psicótico. Es descabellado culpar a otras personas, pero sobre todo es cruel. La segunda es pensar que alguien tiene que tener razones externas para suicidarse. Las razones de un suicidio nunca están fuera del suicida.

Tradicionalmente existen seis razones para el suicidio: depresión brote psicótico, impulsividad, drogas y alcohol, la presencia de una enfermedad terminal, o el haber cometido un error (una sobredosis de medicamentos accidental o un juego que terminó mal). Ninguna de esas razones tienen que ver con las circunstancias externas, todas son la consecuencia de una acción del suicida.

Pongamos, por ejemplo, el caso de Samuel. En la película nos explican que Samuel tenía deudas, que estaba atrapado en un bloqueo creativo, que se sentía culpable por un accidente que tuvo su hijo, y que estaba atravesando una crisis matrimonial con su mujer. Pero si éstas fueran razones universales que le llevaran a alguien a suicidarse no quedaríamos casi personas en la Tierra. Prácticamente nadie lleva una existencia idílica y todos vamos cargando con una mochila de problemas que debemos solventar.

Muchas personas nunca revelan lo que sienten o planean. La paradoja es que las personas que tienen más intención de suicidarse saben que deben guardar sus planes para sí mismas si quieren llevar a cabo el acto, porque si sus familiares o allegados lo sospecharan lógicamente intentarían impedirlo. Por lo tanto, las personas que más necesitan ayuda pueden ser las más difíciles de salvar.

El suicidio baobab

El doctor brasileño Adriano Machado Facioli (1) afirma en un artículo que los suicidas son como los baobabs: estos árboles son grandes y casi indestructibles una vez establecidos. Los baobabs se conocen como «árboles al revés» debido a sus formaciones de ramas parecidas a raíces. Debajo del árbol, sus raíces pueden extenderse casi hasta el kilómetro. Por eso es prácticamente imposible eliminar el árbol. Porque un baobab primero hace crecer sus raíces profundas durante muchos años y sólo extiende sus extremidades hacia el cielo cuando las raíces están firmemente arraigadas. 

Al igual que el baobab, cuando se produce un suicidio, las ideas suicidas están muy arraigadas y llevan años creciendo. En el caso de Samuel, si se suicidó, el desencadenante no es que no pueda escribir o que tenga celos profesionales y sexuales de su mujer o que se sienta culpable por lo de su hijo. El desencadenante probablemente sea su baja autoestima, su intolerancia a la frustración y su agresividad introyectada, y todo eso empezó a forjarse en la infancia. La película no nos habla de qué vida tuvo Samuel antes de conocer a Sandra, pero ya podemos prever que no tuvo una infancia fácil.

En consecuencia, el suicidio suele ser difícil de prevenir. ¿Cómo se puede prevenir algo que se ha convertido en parte de la identidad y la construcción de un individuo? Muchos individuos suicidas han planeado su propia muerte durante años, muchos llevan fantaseando sobre el método que se utilizarían prácticamente desde la adolescencia. Los suicidios largamente gestados, pensados ​​y planificados numerosas veces, a menudo durante años, crecen como un baobab, adquiriendo y construyendo tamaño junto con la identidad de la persona. Estas intenciones tan arraigadas son las más difíciles de prevenir. Provienen de una larga rutina diaria que los alimenta durante años.

La impotencia y la culpa

Para los que se quedan atrás, para los familiares y amigos, lo que quedan son las cenizas, los sentimientos de impotencia y culpa.

Porque socialmente – y esto lo expresa muy bien Anatomía de una caída- tendemos a culpar a los familiares y a las personas cercanas al suicida de su fallecimiento. Y esas personas también se culpan a sí mismas. ¿Como no pude darme cuenta? ¿Qué hice yo para llevarlo a ese extremo? No pudieron darse cuenta porque en muchos casos alguien podría tener una vida aparentemente perfecta que en realidad sirve para camuflar un dolor profundo. Y no hicieron nada para llevarle al extremo.

Eso es exactamente lo que pasa con Samuel. De puertas para afuera, y antes de que Samuel se suicidara, la estructura familiar formada por Samuel, Sandra y Daniel parece aparentemente idílica. Por eso Sandra no puede prever lo que está a punto de suceder. 

A lo largo de los años he escuchado a muchas mujeres decir «¿cómo es posible que no lo supiera?» Se refieren a que su marido o su pareja tenía un secreto. Tenía un amante o varias amantes, era adicto a la pornografía, o al juego, a la cocaína o incluso tenía otra familia esperándole en otro país. Secretos que se revelan una vez que tu pareja lo admite o una vez que juntas las piezas de un rompecabezas que nunca pudiste resolver del todo. Pero incluso entonces, a menudo no estás segura de qué hacer a continuación.

«Quizás se sorprenda usted cuando lea esto, pero hay muchas personas deprimidas que no son conscientes de que están deprimidas»

Pero ¿y si el secreto fuera el hecho de que estaban pensando en suicidarse, que la idea de acabar con su propia vida se hacía cada vez más persistente en sus cabeza? ¿Qué pasaría si tu pareja llevara una carga horrible que nunca te hubiera enseñado? ¿Qué pasaría si su vida pareciera perfecta desde fuera y nadie sospechara que su benevolencia, su generosidad o su altruismo actuaban como camuflaje para turbulencias, angustias, dolores y frustraciones ocultas? ¿Qué pasaría si se suicidara antes de poder darte la oportunidad de ayudar? ¿Si ni siquiera te había dado la posibilidad de escucharle? ¿Qué pasaría si ni siquiera supiera o entendiera que la presión que sintió podría en última instancia llevarlo a quitarse la vida? ¿Qué pasaría si ya no estuviera ahí para ayudarte a comprender?

Quizás se sorprenda usted cuando lea esto, pero hay muchas personas deprimidas que no son conscientes de que están deprimidas. La idea popular sobre la depresión es que la identificamos con la tristeza. Para nosotros, la persona deprimida es alguien que se pasa el día llorando, que apenas puede salir de la cama. No pensamos que el depresivo es un señor simpático que de puertas para afuera es encantador y está siempre sonriendo. Pero eso sucede. Le llaman la depresión sonriente.

La depresión sonriente

El término «depresión sonriente» se utiliza para designar a una persona que vive con depresión en su fuero interno pero que se muestra perfectamente feliz o contenta hacia el exterior. Su vida pública es normal o incluso muchos la calificarían de ideal, porque se esfuerzan conscientemente en proyectar una buena imagen hacia el exterior. A veces se autoengañan y creen que su obligación es ser felices. Piensan aquello de ¿con todo lo que yo tengo como me atrevo a quejarme? 

Los depresivos sonrientes viven en una sociedad en la que ser feliz es un imperativo y consideran que no se pueden permitir mostrar su descontento. En muchos casos, sobre todo si se trata de hombres, piensan que mostrarse triste es un signo de debilidad y lo sobrecompensan bebiendo mucho o siendo particularmente «colegas» con sus amigos. Se sienten culpables por sentirse mal y eso les lleva a esforzarse particularmente por aparentar que están bien. 

Acaban llegando no al psicólogo, sino al médico de cabecera, cuando presentan un cuadro de estrés. Les duele la cabeza o tienen problemas gastrointestinales, o dolores articulares de etiología desconocida. Y cuando el médico de cabecera les dice que va a enviarles al psicólogo, porque sospecha que lo que hay detrás de todo esos síntomas es una depresión, ellos le dicen al psicólogo «pero si yo no estoy deprimido». Casi siempre se trata de hombres y hombres aparentemente muy triunfadores.

Incluso personas informadas y cultas, que leen mucho y que ya habían oído hablar de la depresión larvada y de la depresión sonriente, le dicen al doctor «pero no puedo estar deprimido. Vale, sé que tengo pensamientos que ni yo mismo entiendo. Pero no podía deprimirme. Yo no ¡Con la vida maravillosa que yo tengo! Me daría vergüenza siquiera considerar ese diagnóstico». En otros casos, simplemente un día la olla a presión estalla y se suicidan antes de llegar al médico.

La persona que no admite ante sí misma que está deprimida ha creado un mecanismo de defensa: la negación. Es tu mente, lo que los psicólogos llaman el «self», (la noción que una persona construye sobre sí misma, su validez, su capacidad y el grado de bienestar y satisfacción que experimenta) está tratando de proteger a esa persona y le protege mediante la negación. Si esa negación va acompañada de una rígida compartimentación de los sentimientos dolorosos asociados con esa realidad, entonces el camuflaje puede consolidarse y solidificarse en una máscara psicológica. Aparentar que tienes la vida más exitosa y feliz posible puede en principio ser tu protección, pero acaba por convertirse finalmente en tu prisión. En la película Daniel ha construido esa máscara con tanto cuidado que en un principio ni Sandra puede imaginar que su marido se haya suicidado. Ni su hijo Daniel puede sospecharlo siquiera.

No hay culpas, solo causas

Tendemos a pensar que los familiares o los allegados al suicida han tenido algo que ver con su muerte. En la película esto se ve claramente. Para todos es más fácil creer que la mala es Sandra. Que ha empujado a Daniel al vacío, sea de forma literal o metafórica. Pero Sandra no tiene nada que ver en la muerte de su marido. Ella no tiene la culpa de ser más exitosa que él. Ella no tiene la culpa de haber lidiado con el accidente de su hijo a partir de estrategias que quizá no fueran las más inteligentes, porque no supo no pudo hacerlo de otra manera. Ella no es la responsable de la vida de su marido, de la misma forma que su marido no es el responsable de la suya.

La película muestra claramente lo que es el estigma, la vergüenza, la culpabilización y el aislamiento que sufren las personas que sobreviven a la muerte por suicidio de un ser querido. El suicidio puede provocar aislamiento y confusión en la familia del suicida, una secuelas que pueden durar años o incluso generaciones. Además, si los familiares se culpan unos a otros (pensando tal vez que determinadas acciones o la falta de acción pueden haber contribuido a los acontecimientos) eso puede socavar en gran medida la capacidad de una familia para brindarse apoyo mutuo. Eso se ve claramente en la película, cuando el suicidio de Daniel separa a una madre y a un hijo.

El suicidio puede aislar a los supervivientes, como sucede en el caso de Sandra. Todavía existe un poderoso estigma asociado a la enfermedad mental (un factor en la mayoría de los suicidios), y de hecho muchas religiones condenan específicamente el suicidio como pecado. Culpamos al suicida, culpamos a su familia, cuando en realidad nadie tiene la culpa. La enfermedad mental es una enfermedad como pueda ser la diabetes. No culparíamos a los familiares de un diabético que hubiera tenido un ataque al corazon. No nos obsesionaríamos por preguntar si había azúcar en casa. No tiene sentido que culpemos a nadie o nos obsesionemos con las razones cuando la enfermedad no era una diabetes sino una depresión. 

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