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Opinión

Miguel Ángel Rodríguez: el conflictivo alter ego de Díaz Ayuso

«MAR es el hombre fuerte de Ayuso, su Rasputín madrileño, quien perfila la estrategia de la dirigente del PP»

Miguel Ángel Rodríguez: el conflictivo alter ego de Díaz Ayuso

Ilustración de Alejandra Svriz

No resulta sencillo ser la mano derecha de un gobernante, su director de comunicación o su jefe de gabinete. En Estados Unidos es considerado este último como el número dos del presidente. Bien lo saben alguno de los ministros del actual Gobierno de Pedro Sánchez cuando ejercían ese cargo en la Comisión Europea. Quien manda exige y exprime al subordinado hasta el punto que éste se ve forzado a mejorar, con el consiguiente riesgo de perjudicar, la orden de su superior. No es exactamente el caso de Miguel Ángel Rodríguez, (Valladolid, 1964), conocido como MAR por el acrónimo, actual director de gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuya vehemencia está pasando factura a él y a la postre a ella.

Y lo suyo no es igual que lo que les ocurre a otros estrechos colaboradores, porque él es mucho más que eso. Es el hombre fuerte de la lideresa regional, su alter ego, su gurú, su Rasputín madrileño, quien está a la sombra, quien supervisa cada palabra de los discursos, quien perfila la estrategia de la dirigente del PP y quien compadrea o azota a los chicos de la prensa, según sus caprichos y afinidades, confundiendo a veces amistad con trabajo. Ayuso lo contrató como jefe de campaña en sus primeras elecciones ganadas por los pelos en 2019 –llevaba más de 20 años fuera de la política– y meses después lo metió directamente en su Ejecutivo como director de gabinete, cargo en el que por el momento sigue. Con MAR arrasó en 2021 humillando al podemita Pablo Iglesias, que se retiró del ejercicio político activo, y volvió a repetir mayoría absoluta en mayo del año pasado.

MAR, comunicador, periodista, novelista, tertuliano, además de secretario de Estado y portavoz en la primera legislatura de José María Aznar, no está siendo demasiado sutil en la estrategia de defender a su jefa frente a la campaña emprendida por algunos medios contra actividades empresariales de su pareja, presuntamente responsable de haber cometido dos delitos de fraude fiscal y falsedad en documento mercantil antes de que ambos se conocieran y decidieran convivir en un amplio piso sito en el madrileño barrio de Chamberí, cuya propiedad es de él según consta en escritura. La cantidad supuestamente defraudada en dos ejercicios fiscales, durante el periodo de la pandemia del coronavirus, ascendería a 350.000 euros.

En pleno vendaval del llamado caso Koldo, la trama de mordidas por la compra de mascarillas que habría salpicado a varios dirigentes socialistas, entre ellos la presidenta del Congreso, ha emergido el caso Ayuso, que los más malévolos sugieren no es casual pues sirve a Sánchez como pararrayos para frenar el escándalo de corrupción en su partido. Es un caso donde se está violando el derecho de defensa, sacrosanto y vital principio en un Estado democrático, el derecho a preservar la confidencialidad en una inspección de la Hacienda Pública con cualquier contribuyente.

De modo irresponsable están participando todas la partes, desde la izquierda hasta la derecha. Desde el Fiscal General del Estado, la Fiscal Jefa Provincial de Madrid, la vicepresidenta María Jesús Montero, Moncloa y también, naturalmente, la cúpula del PP, y la órbita de Ayuso con su director de gabinete a la cabeza. El Colegio de Abogados madrileño ha calificado de muy grave, y va a presentar una denuncia, la filtración de varios correos electrónicos entre el abogado del investigado y Hacienda donde se revela una voluntad de llegar a un acuerdo para el pago de la multa y evitar el banquillo.

La noticia la anunció antes que nadie Montero y pocas horas después elDiario.es, un medio digital cercano a la órbita socialista. La presidenta Ayuso reaccionó indignada, habló de una cacería salvaje contra un particular y apuntó a Moncloa y a Sánchez en concreto como promotores de la filtración y al deseo de acabar con ella. Se refirió a los poderes del Estado en tal saña olvidando que en esos poderes de algún modo está también ella como responsable de la institución que dirige. No estuvo en un principio muy hábil con su exposición. Hablaba frente a un grupo de reporteros en Castelldefels y a su izquierda, detrás, se observaba el rostro nervioso de MAR.

Y a partir de allí comenzó la catarata de despropósitos de uno y otro lado, a cual más grosero. Rodríguez decidió enviar a una serie de medios el intercambio de mensajes donde parecía que era el fiscal quien manifestaba la voluntad de llegar a un acuerdo y no al revés. Además, insinuaba que la filtración venía «de arriba». Irritada por la violación, la Fiscal Jefa Provincial de Madrid decidió sumarse a la violación y distribuyó a la prensa un comunicado con todo lujo de detalles indicando fechas y conversaciones entre el fiscal y el abogado de la pareja de Ayuso. Algunos sostienen que esa decisión la tomó personalmente el Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz, cuya figura está cada vez más cuestionada por su implicación en la ley de amnistía. Todo en flagrante violación del principio de defensa al revelarse datos privados, según destaca el Colegio de Abogados de Madrid.

MAR, entre cuyas virtudes no está la diplomacia, decidió entonces enfrentarse a medios simpatizantes con Moncloa. A lo mejor rememoró los viejos tiempos de la guerra de los derechos televisivos del fútbol cuando Aznar se enfrentó al Grupo Prisa y a su dueño, el fallecido Jesús Polanco y él amenazó con llevar a la cárcel al también desaparecido Antonio Asensio, dueño de Antena 3, si pactaba con Canal Plus. Comenzó con la directora adjunta del primer filtrador, elDiario.es, y le avisó: «Os vamos a triturar y os vamos a cerrar». Como pensó que eso no bastaba anunció el miércoles que 24 horas antes dos periodistas de ese medio, encapuchados, habían intentado entrar en el piso de Ayuso y su pareja para luego desdecirse y afirmar que no era cierto y se había tratado de un bulo suyo. Y como guinda denunció que dos reporteros de El País estuvieron merodeando por el interior del inmueble recabando información de los vecinos y distribuyó sus datos y foto, lo cual precipitó una protesta de la federación española de asociaciones de prensa.

Ayuso había manifestado en tono castizo el primer día: «Me quieren hacer un traje constantemente (…) y que ahora van a por el novio». Más tarde subrayó que se trataba de un asunto que concernía a un particular sin vinculación con el Gobierno de Madrid y poco más, dijo, podía añadir. Sin embargo, el caso ha embarrado todavía más el panorama y se ha convertido en un problema ético para ella. Cuanto más trata de defenderse frente a las arremetidas oportunistas de Sánchez o de fieles escuderos suyos como el ministro Óscar Puente, más sube la temperatura y más se tapan las pillerías del caso Koldo, que, al parecer, salpica también a la esposa de Sánchez. La petición de dimisión de Ayuso se ha convertido en una letanía que repite a cada instante el presidente del Gobierno e imitan sus acólitos.

No resulta claro si la lideresa regional tiene controlada la situación de su infortunado asunto más allá de que termine eventualmente con una ruptura de su relación. ¿Es ella o sigue siendo su director de gabinete quien dirige la estrategia para frenar el daño? MAR es un individuo de talento, vehemente y soberbio al que le pierden las formas. Aznar se lo quitó de encima como portavoz a los dos años de estar en Moncloa, harto de las críticas que causaba su estilo sectario y desabrido entre algunos ministros y la prensa y que al final dañaban la imagen del Ejecutivo. Fue él quien lo descubrió cuando era redactor de El Norte de Castilla, lo hizo su portavoz cuando llegó a presidir la Junta de Castilla y León y se lo llevó a Madrid al ganar las elecciones en 1996.

MAR abandonó en 1998 la política y se pasó a la empresa privada lo cual le sirvió para engrosar su patrimonio gracias a sus actividades en el mundo de la comunicación. En las tertulias no controlaba su lengua lo cual le valió más de un disgusto. Al Gran Wyoming lo llamó cocainómano después de que se mofara de él tras ser detenido por cuadruplicar la tasa de alcohol al volante en una calle madrileña en 2013 y de Artur Mas confesó que ojalá fuera fusilado. Peor le fue con el anestesista y coordinador de la medicina del dolor en el hospital Severo Ochoa de Madrid, el fallecido Luis Montes. Le llamó nazi por sedar a enfermos terminales lo que le costó una multa de 30.000 euros.

Sin duda, Ayuso debe estar muy agradecida a la labor de Rodríguez. Vive por y para su jefa. Fue él su verdadero creador cuando ésta era una desconocida. Su influencia es enorme. Le ha dado la patina de liderazgo populista del que ella carecía cuando fue designada candidata a la presidencia de la Comunidad madrileña. Ayuso adquirió gran protagonismo en su primera reelección por mayoría absoluta derrotando a Iglesias con el lema ‘Comunismo o Libertad’ y Madrid no se cierra al oponerse al severo confinamiento ordenado por Moncloa. Su lenguaje es bastante simple, pero cala y tiene gran éxito en diversos sectores de la población madrileña, entre otros los gremios de la restauración y el taxi. Su gran enemigo es Pedro Sánchez, a quien a veces tilda de comunista y traidor por plegarse a las exigencias del independentismo catalán o insulta con epítetos gruesos. Y para él ella es su pesadilla, su bestia parda, su gran tormento, su látigo femenino. No la soporta y avisa con burla a Alberto Núñez Feijóo que terminara como su antecesor, Pablo Casado, a manos de ella. De ahí, que tan pronto ha visto la abertura de una grieta en la conducta de Ayuso –ya lo intentó con el asunto de las comisiones de su hermano por la compra de mascarillas, un caso que ha quedado archivado–, ha dado instrucciones para abrir fuego a discreción. El dilema para la lideresa regional es defender el amor o el cargo. Y para MAR, soñar que puede mantener las dos cosas y acabar con el actual inquilino de La Moncloa.

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