Peonadas gubernamentales, colapso moral y el alcalde como príncipe
«Después de Savater, solo quedaba echar a Cebrián de ‘El País’»
1. Después de Savater, solo quedaba echar a Cebrián de ‘El País’. Al menos respetan los escalafones. Con Cebrián culminan su tarea: ya no queda nadie. Una de esas periodistas que tienen la triste misión de ser «desenfadadas» (suerte difícil en la que solo acertó a brillar Lindo) y que no logra despegar su siempre previsible «desenfado» del moralismo inquisitorial, despide a Cebrián con un ‘sic transit gloria mundi’. Alguien debería decirle que este latín es hoy de aplicación más bien a su periódico.
2. Siempre he dicho que ‘El País’ es el único periódico con el que he tenido una relación sentimental. Los demás me han gustado más o menos, pero sin aquella emoción que trascendía el periodismo. Me formé con ‘El País’ y en sus papeles vi por primera vez nombres decisivos en mi vida: Cioran, Leopardi, Pessoa… Esa relación se quebró un poquito cuando se fue Umbral, aunque para entonces yo no era tan umbraliano. Quedaban mis favoritos, Savater y Azúa, que ya no están tampoco. Ahora están en THE OBJECTIVE, como Caño y desde esta semana Cebrián. También estuvieron en ‘El País’ nuestro director Álvaro Nieto y el jefe de opinión Luis Prados. Y otros colaboradores como Elorza, Carreras o Esteruelas. En el modo crepuscular que me caracteriza, me regocija verme con ellos. Ellos, al fin y al cabo, y no lo que queda en el periódico, eran ‘El País’.
3. Otro de mis ídolos, que escribió para ‘El País’ y ahora lo hace también para THE OBJECTIVE, Luis Antonio de Villena, le dedicó un poema a lord Bolingbroke, dandy inglés del siglo XVIII que se paseaba «del brazo de una naranjera horrenda». Su propósito era que su belleza resaltara por comparación. ¿Será ese el propósito de Sánchez con Puente? Aunque a la vez (y me inspiro en una idea de David Mejía) puede que Sánchez, al haber colocado a Puente como cara visible de su gobierno, por delante de la suya propia, haya cometido su único acto de honestidad: mostrar la verdadera cara del sanchismo.
4. Mi querido Idafe (¡él sí que queda en ‘El País’! ¡’El País’ es él ahora!) le señaló a Puente en Twitter una bromita mía contra el ministro. Me pareció una simple muestra de servicialidad por su lado, y admiré el celo con que lleva a cabo sus peonadas gubernamentales. Pero ahora que sabemos que el ministro lleva un listado de los columnistas críticos, la «espontaneidad» de Idafe adquirió un tinte más tétrico. No era un acusica sin más, sino un funcionario del poder que estaba completando un expediente.
5. Divertidísimo artículo de Ramoneda (en ‘El País’, por supuesto) en que asegura que Sánchez no es un táctico, sino un estratega: las ocurrencias del presidente abren nuevos paradigmas políticos no solo en España, sino en el mundo entero… Es maravilloso cómo el veterano comentarista de pronto siente celos de una joven, Estefanía Molina: ¡no va a permitir que sea ella la que le suelte los más campanudos ditirambos al presidente!
6. El estratega Sánchez, vestido de forense, con los huesos de los muertos de la Guerra Civil. Colapso moral. Sin palabras.
7. El declive de Aznar comenzó con la boda de su hija en El Escorial. Desde fuera se veía clarísimo que aquello era un error, además de un horror. ¿Qué tiene el poder que les ofusca el sentido a quienes lo ostentan? Hay como un impulso inevitable de exhibición, que anula todo lo demás. Ahora Almeida se casa y Telemadrid retransmite la boda, como si el alcalde fuera un príncipe. ¿Cómo es que no se dan cuenta del ridículo?