Si te mira un tuerto y es Junqueras
«Junqueras asiste a la radicalización del mensaje, ‘indepes’ mucho más ‘indepes’ que ellos y sin posible arreglo»
Dispara con un ojo y acierta siempre. Habla despacio y jamás confunde. Nunca se afeita y parece lampiño. No adelgaza y parece más esbelto. Oriol Junqueras resuelve todas las ecuaciones acostado, llegó a dormirse mientras hablaba, enardeciendo a las masas con su propia arenga, y Luis María Anson rogó no morirse sin aspirar antes a semejante hazaña. Entre silencios largos, y tragos de vino cortos, Junqueras tiembla y no es para menos, porque la luz deseada entra por nuevas grietas pero cada vez es menos luz.
Siete partidos independentistas concurren a las elecciones del 12 de mayo, mientras Pedro Sánchez pasea hoy a Illa por la Feria de Abril de Barcelona, que es un mero quitapenas a esas cartas de dos folios, repletas de queísmos y acotaciones enfáticas, pobre la adjetivación y aburrido el tono, donde lloraron los no alfabetizados y creyeron el cuento los mayores ciegos. Siete indepes, digo, concurren a las urnas y a Junqueras no le salen las cuentas por los dedos: ERC, Junts, CUP, Aliança Catalana, Alhora, Convergents y Front Nacional de Catalunya. Como veterano en tales lides, Junqueras teme a los nuevos, que son Silvia Orriols (Aliança) y Clara Posantí (Alhora). La miseria de la novedad es la forma en que el personal olvida la pesadez clásica e histórica. Contar el procés, de nuevo y al revés, es imposible. Lo nuevo es lo bueno, como dice César Aira de la literatura hoy preferida por él.
Siete indepes, cada uno de su padre y de su madre, con escasas uniones y sin compartir un solo apellido, empequeñecen la tarta a la hora de partirla. El nacionalismo atomizado, parcelado, pequeñín como Aragonés, ya no vende la moto como antaño. El CIS catalán, hecho por la Generalitat, asegura que el secesionismo no revalida la mayoría absoluta (68 escaños). Sigma Dos asiente; con la sabrosa adenda, entre líneas, de que toda la culpa es de los huidos, de los fugados, de los cobardes, quienes dejaron el roto y echaron a correr con los calzones enredados en los tobillos. Orriols y Posantí no se andan con melonadas: son identitarias, son duras, son ultras como Le Pen, y Puigdemont les suena a títere de guante y el propio Junqueras a peluche de crío. Gimferrer coleccionaba peluches antes de cortarse el pelo, cuando maridaba con la pianista vampira.
Oriol se mira al espejo, dispara y se asusta él solo. Queda todo un poco gag de Martes y 13. Está hasta los dídimos de que Puigdemont les ponga como ejemplo, cuando alude a una mayoría simple pero sólida con sus célebres 33 escaños, la primera bota para no crecer es Puchi, que siempre los llama minoritarios para eso mismo, facturar una etiqueta social sin visos a subir en la propia producción. Junqueras se ríe mucho con la aversión de Silvia Orriols hacia Puigdemont: ella no quiere inmigrantes y quiere romper todos los papeles con Madrid; a partir de aquí Carlitos la llama «extraparlamentaria» y pide silencio hacia ella, y jamás ser nombrada. El gramático Puigdemont reparte las etiquetas, los pedigrís y todos están hasta los dídimos y la croqueta de semejante abuso. Fue Orriols quien le quitó Ripoll a Carlitos, queriendo cerrar las mezquitas, prohibir el uso del español y expulsar a los inmigrantes.
Junqueras asiste a la radicalización del mensaje, indepes mucho más indepes que ellos y sin posible arreglo. El lema ‘Salvemos Cataluña’, realmente, tiene dos direcciones: una contra las antiguallas del procés, la otra contra los españolos de siempre, la puta Ezpaña. ‘Salvemos Cataluña’ lo inventaron a medias Orriols y Ponsatí, con un ojo cerrado por la risa y la complicidad, el otro algo ebrio donde solo se veía lo blanco. La dirección de Salvador Vergés, con batuta de Jordi Turull, y amparo gráfico de Puigdemont, es un fiasco antes de empezar a sacar los metales (viento, trompas) de las cajas. Ponsatí fue de Junts, fue eurodiputada, fue vieja y ahora es joven, al revés que Puigdemont y él mismo, Oriol. Alhora, con apoyo de Graupera, tiene cosas que decir, porque Graupera fue filósofo de Princeton y trajo otro aire a la habitación con mucho humo de los «neoconvergentes». La mayor crítica al procés de Puigdemont y Junqueras es la de Graupera: son momios, ningún pacto con el PSOE ni Ezpaña.
Junqueras, cuando cierra los ojos muy fuerte, ve solo un ring de boxeo: neoconvergentes frente a republicanos. Si Orriols o Ponsantí tuvieran más representación en la Cámara sería el final del culebrón. Su personal empeño de que le lloviera a Salvador Illa por lo menudo el caso Koldo, no ha calado debido a la colonización última de Pedro Sánchez en todos los medios informativos galácticos con el melodrama a plazos. Solo tiene un sueño el bueno y culto de Oriol Junqueras: si les mira enrevesado, y tuerce mucho el cuello, y espesa la voz y la moja en abundantes gargajos, y comienza a gesticular con solo una mano, igual ven a Pujol. La idea no es mala pero le falta burguesía, más misa diaria, abolengo, casta, mucho paté para ser pujolista. Un día el Honorable, cuando a UGT la iban a echar de la sede de Urquinaona, pagó él los trastos con tal de que no se fuesen, para sorpresa atroz de Nicolás Redondo (así era el Yoda de las Guerras de las Galaxias Catalanas). Si un tuerto me mira y no es Pujol, igual puede ser Junqueras. Cabe, incluso, darle la vuelta al calcetín: si un tuerto me mira y es Junqueras, es republicano, no tiene un duro y no pertenece a la saga azul de los banqueros fules.