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Viento nuevo

Pedro Saura: la sonrisa del fracaso

«A cuatro años vista, cuando ya seamos ricos, dejaremos de ser profetas»

Pedro Saura: la sonrisa del fracaso

Pedro Saura. | Europa Press

Pedro Saura sonríe, dice sus verdades, encoge sus hombros, agradece a quienes le pusieron ahí, el puto amo de Correos, según la dicción habitual de Óscar Puente. Pedro Saura, digo, explica cómo Correos lleva con pérdidas graves desde hace cuatro años, no da un puto duro, y él tiene ideas, cosas, muy bien, aventuras, pero el tiempo pasa. La situación, parece, es de “quiebra técnica”, según los sindicatos, y Saura recita cómo hay que recuperar el diálogo social, el mejor paquete es el que mandas y no llevas colgando, todos a Correos, hay plan de choque, saca el número, no es un ful

Los entes públicos ya son una sonrisa triste. Las muecas lentas, qué lamentables, invitan al suicidio. Saura habla con la picha por delante, a cuatro años vista, claro, mientras este tiempo detenido nadie se lo descontará del sueldo. Y así, a cuatro años vista, que igual son ocho, empieza el plan de eficiencia, la optimización de todos los recursos actuales, el levantamiento entero de la mayor ruina postal conocida. A cuatro años vista, cuando ya seamos ricos, dejaremos de ser profetas.

La mirada es larga: mejora de cuotas de mercado, eso es, y dos ramas generales, servicios postales a tope, y paquetería a tope, y no de la que llevas colgando. En el primero se ha perdido un tercio nato, entero, de su facturación; respecto al segundo, sí, el trozo de tarta es cada vez más pequeño y, según teóricos, prácticamente inverosímil. Lo curioso es que cuentan, sí, que respecto al segundo el mercado se ha duplicado. Saura, lleno de cuatro años o cuatrocientos, asegura que no hay problema, se revierte la tendencia y seguimos en el bolo, no te jode, rey

Todas las servilletas llevan el signo del vermú de grifo: la paquetería debe compensar la caída del servicio postal. Estupendo. Cojonudo. Aunque la fórmula es falsa: el personal es el trozo de la tarta donde intervendrán el cuchillo y el tenedor de trinchar el cochinillo en Arévalo o Malacatín. Ya se ventilan los números del absentismo laboral, ya se habla del cuento de siempre de mejorar la eficiencia, ya anuncian las ‘no prejubilaciones’, lo que quiere decir lo contrario, sí, la llegada encubierta de salidas imprevistas. Saura lo recita, por entero, frente a los sindicatos: “Hará falta endeudarse”. Endeudarse, sí, eso es, sin salir de la deuda, lo que tiene bemoles. El Gobierno, lo más gracioso, niega la mayor, e igual no hay Saura para cuatro años, ni sonrisas a largo plazo, ni Correos sin envíos de paquetes ni cartas muy largas. Nunca pensamos que esto llegaría: la vaca no da leche, a cuatro años vista, mientras el ganadero la besa con lengua y hasta la monta sin reservas. 

Cuentan por ahí que Saura es la hostia, un fontanero de Moncloa experto en revertir la situación crítica de empresas con el gomero puesto y el cura al lado. Los Paradores, en la anterior legislatura, revivieron así, y ahora andan por los garrafones de la tarde, donde los jubiletas arriman la cebolleta y las viejas se pintan como calaveras. No pasa nada, Moncloa avisa cómo hay que modernizar el chiringuito, dos mil o tres mil millones de euros, con los sindicatos a favor, y la sonrisa igual de quieta de Pedro Saura por los flashes diarios. Hablan, sí, de un crucigrama idéntico a Talgo o Telefónica, ya se hizo, la nación no puede perder Correos, es una identidad, hasta Ucrania salvó sus servicios postales, y así es posible mandar un queso allí en plena guerra. Algo tiene claro Saura, listo como una ardilla: aquí nada se hace sin los sindicatos, por si nos roban el queso, por si el envío no llega, aunque salga. 

¿Y cuál es la hoja de ruta? Yo sigo, aquello de Felipito Tacatún, cómico de los sesenta, hoy tan popular, en boca de Sánchez el primero. Felipito Tacatún, realmente Joe Rigoli, experto en simplezas, ducho en despistes, al final de sus bolos adoptaba mueca de retrasado mental o beodo, y añadía: “¡Yo sigo!”. Pedro Saura sigue. Pedro Sánchez sigue. ¿Y cómo sigue Correos? No hay más recurso que recurrir a un “pool” de bancos habituales para otro préstamo multimillonario. Se hablan de ciento veinticinco millones de ala. Y ahí solo están gastos ordinarios, ejercicio habitual, cosa doméstica, sin alterarse ni vocerío. Pago de nóminas, operaciones corrientes, operativa diaria.

La vida sigue, Saura sigue, Sánchez sigue, y se mantienen los platillos en el aire, que son los únicos que cuentan en el circo, no lo rotos por el suelo, en el ejercicio circense, según Manolo Vicent. Todos envidiamos, realmente, a Pedro Saura: la vaca no da leche pero no pasa nada, alfombra roja para ella y su cuidador, mucho placebo, mucha manta, el mejor pienso. España –está claro- es peor sin Correos. Todos viajaremos a las estafetas del viento a meternos suspiros para dentro. Todos haremos cola para volver a casa sin haber enviado nada. Todos sacaremos en la máquina el número del retorno, el de volver atrás, y no el de la prisa y el acelerón. Correos será una consulta psiquiátrica. Correos funcionará, a cuatro años vista, otra vez con Pedro Saura a los mandos de un barco sin mar debajo. Debemos congratularnos: el paquete no enviado será idéntico al que no retorna. Correos será lo que nunca fue: un estado de ánimo, y no de tiempo y hostias. Lo único que no para es el reloj de Pedro Saura, sin cobrar una sola hora ni un mes, en la pizarra del problema sin solución, esa sonrisa de viento donde la nada acaba y la mucha risa, para los empresarios serios, empieza. Un campeón. 

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