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Opinión

Excalibur

«Vean la peli y comprobarán que Sánchez no es Merlín ni los ministros caballeros, y menos de la tabla redonda»

Excalibur

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante un acto del PSC, en el Palau de Congressos de Catalunya, a 18 de mayo de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). | Alberto Paredes, Europa Press

En 1981, el director británico John Boorman nos sumergió en las profundidades de la leyenda artúrica con su película Excalibur, una interpretación visualmente rica y místicamente cargada de las antiguas narrativas del rey Arturo y su espada mágica. La película no sólo se distingue en el género de la fantasía por el estilo visual y narrativo, sino que también se ha mantenido como una obra significativa que aborda las cuestiones del poder, la traición, el honor y el destino, el que oscurece a España con este gobierno regresivo, nada socialista, nada obrero y nada español. 

Antes de Excalibur, John Boorman era conocido por su habilidad para abordar géneros con una visión distintiva, ejemplo de ello es la película Deliverance  (1972). Con Excalibur, Boorman exploró el terreno de la epopeya medieval, un territorio repleto de simbolismo y mitología. Boorman originalmente había intentado adaptar El Señor de los Anillos de Tolkien, pero al no conseguir los derechos, se volcó en las historias del rey Arturo, basándose en «Le Morte d’Arthur» de Thomas Malory, un libro medieval de obligada lectura.

Excalibur narra la historia desde el ascenso hasta la caída del rey Arturo, desde la mágica concepción de Arturo, pasando por la búsqueda de la espada Excalibur, su coronación como rey, la formación de la Mesa Redonda, y finalmente su trágica desintegración. La película abarca un amplio espectro de relaciones y conflictos, incluyendo la complicada relación entre Arturo y Lancelot, y la influencia corrosiva de Morgana.

Una de las características más notables de Excalibur es su estilo visual. Boorman y el director de fotografía Alex Thomson crearon una estética que parece extraída directamente de un sueño. El uso de filtros verdes y azules a lo largo de la película enriquece la atmósfera y refuerza los temas de magia y misterio,  centrales en la leyenda artúrica. Los trajes de armadura, diseñados para reflejar tanto la majestuosidad como la brutalidad de la época medieval, juegan un papel crucial en la autenticidad visual de la película. Estos sirven como protección en las numerosas y bien coreografiadas escenas de batalla y también funcionan como una metáfora del carácter de los personajes que los visten.

Nigel Terry entrega una actuación memorable como el rey Arturo, capturando la transición del personaje de un joven ingenuo a un rey maduro y finalmente a un hombre quebrado por la traición y el dolor. Helen Mirren interpreta a Morgana con una mezcla de seducción y veneno, mientras que Nicol Williamson inyecta una mezcla de sabiduría y locura a su Merlín, un mago cuya influencia se siente en cada aspecto de la trama. No tiene el aspecto de seminarista torturado de Bolaños ni el aire flemático de García Ortiz.

Excalibur es rica en simbolismo. La espada misma, Excalibur, simboliza el derecho divino al poder, pero también es un recordatorio constante de la responsabilidad y los sacrificios que conlleva ese poder, algo que Sánchez reivindicó cuando por la cara se tomó cinco días libres. El ciclo de la espada, desde ser extraída de la piedra hasta su eventual retorno al lago, encapsula la ascensión y caída de Arturo, así como el concepto de renacimiento y renovación que es central en muchas mitologías.

Además, la película explora temas de lealtad, honor y traición, a nivel personal entre los personajes y en una óptica más amplia de la sociedad y la gobernanza. La desintegración de la Mesa Redonda refleja la fragilidad de los ideales utópicos frente a las realidades humanas de deseos y ambiciones.

En su lanzamiento, Excalibur recibió críticas mixtas, con algunos elogiando su ambición estilo visual, mientras que otros criticaron su tono desigual y su narrativa a veces fragmentada. Sin embargo, con el tiempo, la película ha ganado un estatus de culto, especialmente entre los aficionados a la fantasía y aquellos interesados en las adaptaciones de las leyendas artúricas. La película también ha influenciado a una generación de cineastas en el género de fantasía, mostrando que es posible fusionar la mitología con una narrativa compleja y una estética deslumbrante.

El legado de Excalibur se extiende más allá de su impacto visual y narrativo. La película también destaca por su banda sonora, que utiliza piezas clásicas como «Carmina Burana» de Carl Orff, que no solo amplifica la intensidad de las escenas clave, sino que ha sido referida y replicada en numerosos contextos cinematográficos y televisivos desde entonces.

Excalibur de John Boorman no es solo una película sobre el rey Arturo y su espada; es una exploración profunda de los temas eternos del poder, la traición y el sacrificio. A través de su estética y actuaciones, Boorman nos ofrece una ventana a un mundo donde la magia y la realidad se entrelazan, y donde las leyendas antiguas cobran vida nueva. Excalibur permanece como una interpretación audaz y evocadora, un destacado hito en el género de la fantasía cinematográfica, que demuestra al igual que el PSOE, que el poder bien vale la disolución de la patria.

Viene a colación escribir sobre Excalibur porque la película nos muestra una fake que, tras el consabido debate, en este caso a espadazos, se hará realidad. Se parece a la sanchezfera, primero niegan que se hará tal cosa y luego, pasado poco tiempo, la hacen y explican que se trata de un cambio de opinión. Ocurre que infinitos cambios de opinión en asuntos sustanciales señalan a un gobierno y a la dirección de un partido que han hecho de la mentira y de la manipulación herramientas políticas. En Excalibur, la fake se produce por culpa del amor, y no del poder. En nuestra nación la fake se produce por culpa del poder, y no del amor. Nos gobierna una pandilla de presuntos ladrones.

Vean la peli en Filmin y comprobarán que Sánchez no es Merlín ni los ministros caballeros, y menos de la tabla redonda.

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