'Friend Sharing' contra el eje económico del mal
A medida que China, Rusia e Irán estrechan su alianza contra las democracias liberales, crece la tendencia de fomentar el comercio con países cercanos y aliados
Ahí tenemos a Vladimir Putin y Xi Jinping. A partir un piñón. Se han encontrado en Harbin, muy al noreste de China, para que Vladimir no se sintiera demasiado lejos de casa. El motivo ha sido cultural, ojo: la inauguración de una exposición sobre las amorosas relaciones entre ambos países (si Mao levantara la cabeza…) Vladimir y Xi incluso se han abrazado.
Como gesto de ternura, el gesto puede competir con los más artificiales de la historia de la humanidad. La interpretación geopolítica es otra cuestión. China y Rusia se encuentran en momentos bastante parecidos. Sus respectivos pasados comunistas han devenido en totalitarismo oligárquico. Los gerifaltes chinos mantienen la ficción del comunismo, con su partido único y sus proclamas y demás fanfarrias, pero se dan al capitalismo más furibundo siempre que lo puedan controlar. Lo de Rusia y los oligarcas es ya hasta un tópico. No disimulan.
A ambos les une la alergia a las democracias liberales. Fundamentalmente por la manía de reclamar transparencia, separación de poderes, limitaciones al ejecutivo, etc. Así que no se cortan. The Spectator tituló la semana pasada su análisis del encuentro en Harbin con un contundente: “La alianza antioccidental de Putin y Xi se fortalece”. Ian Williams recordaba la afición del Partido Comunista Chino por los agravios cometidos por los “extranjeros rapaces”. Y Rusia tiene un buen historial al respecto, con un conflicto armado en 1969, no hace tanto. Sin embargo, matiza Williams, el Partido es también “un maestro en la amnesia selectiva, y en este momento las circunstancias requieren pregonar lo que Putin llamó el ‘nivel sin precedentes de asociación estratégica”.
No es mera retórica. Hay cifras muy concretas. El año pasado, el comercio bilateral alcanzó un récord de 240.100 millones de dólares, y Rusia se ha convertido en el principal proveedor de petróleo de China. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ya advirtió en una visita a Beijing el mes pasado que la exportación china de artículos de doble uso, como máquinas herramienta y microelectrónica, está ayudando a Rusia a sostener sus industrias de defensa, e insinuó que Washington actuaría contra las empresas chinas si el apoyo no cesaba.
Una amenaza más de muchas ya acumuladas. Ucrania es solo la penúltima excusa para tocar las narices norteamericanas. La semana pasada, sin ir más lejos, la Casa Blanca anunció que va a multiplicar por cuatro los aranceles a las importaciones de vehículos eléctricos procedentes de China, que pasan del 25% al 100%. Argumenta que están inundando los mercados globales con exportaciones artificialmente baratas. Ese capitalismo iliberal del que hablábamos no tiene problemas morales con el dumping: si el Partido (en China, lo de Comunista es redundante: no hay otro partido posible, recuerden) dice que está bien, no hay más que hablar.
Se trata, por lo menos hasta ahora, de golpes puntuales. Los chinos saben que la prosperidad económica de ese Occidente que tanto desprecian depende de la globalización. Estados Unidos y demás pardillos democráticos necesitan el enorme mercado chino. ¿O no tanto? Atentos a un concepto en el que se podría, y quizá debería, profundizar. Los analistas de inversión de la gestora Capital Group acaban de publicar un interesante informe sobre el friendsharing encabezado por una especie de eslogan: “En la necesidad se conoce la amistad”.
Su analista de inversión en renta variable Jeff Garcia define la tendencia como “una decisión política deliberada para fomentar el comercio con países vecinos y aliados en un momento en el que las tensiones geopolíticas están aumentando en todo el mundo”. Aunque no es un concepto nuevo, se aceleró con la pandemia, “cuando se rompieron las cadenas de suministro tradicionales y las compañías se vieron obligadas a buscar alternativas”. En los últimos años, la reconfiguración de las cadenas de suministro ha favorecido enormemente a países que normalmente no suenan tanto como grandes jugadores del tablero geopolítico. Sobre todos ellos destaca México, por su proximidad con la mayor economía del mundo.
El coche eléctrico es, precisamente, un buen ejemplo. Así lo cuentan en Capital Group: “Puede que a los inversores les sorprenda saber que el nuevo enclave de fabricación de vehículos eléctricos no está cerca de los centros de alta tecnología de Silicon Valley o Shenzhen, sino en una ciudad del norte de México llamada Santa Catarina, cerca de Monterrey”. Allí, bien lejos de los abrazos de Vladimir y Xi, Tesla va a construir una giga factoría que costará 5.000 millones de dólares.
La fábrica representa una gran victoria para la economía mexicana, que está creciendo con gran rapidez, dice García, “pero es solo la última de una serie de victorias comerciales que han catapultado a México por delante de China y Canadá como principal socio comercial de Estados Unidos. En 2023, y por primera vez en varias décadas, Estados Unidos compró más bienes a México que a ningún otro país del mundo.”
El actual México de Andrés Manuel López Obrador tiene sus cosas, de acuerdo. Omar Lugo lo analizó con detalle por aquí. Pero no hay comparación… Hace un par de meses, The Economist publicó una “evaluación de la amenaza económica que plantea el eje antioccidental”, y concluyó que “China, Rusia e Irán están forjando vínculos más estrechos”. Para que se imaginen por dónde van los títulos, el epígrafe que enmarca el análisis reza “Finanzas y economía | Petróleo y más allá”.
Adivinanza. ¿Qué tiene que ver una teocracia como Irán con un país comunista (ya saben, materialismo histórico e impepinablemente ateo) como China? Y a Putin, formado en el KGB soviético, le dan últimamente ciertos arrebatos místicos ortodoxos cuendo manda a sus chavales a morir a Ucrania… Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.