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Opinión

El masaje electoral del BCE y los precios rebeldes

«A algunos países miembros de la Unión Monetaria les viene bien la flexión de los intereses, y a otros no tan bien»

El masaje electoral del BCE y los precios rebeldes

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE). | Zhang Fan (Xinhua News)

El próximo 9 de junio hay elecciones al Parlamento Europeo, por si no se han enterado. Tres días antes, el jueves día 6, el Banco Central Europeo bajará los tipos de interés, aunque no parece que en el seno de la institución haya muchos convencidos de que ha llegado el momento de empezar a aflojar la política monetaria. Pienso que la decisión de bajar el precio del dinero es la contribución del BCE a la campaña institucional para animar la participación de una población que va perdiendo fe en el proyecto de construcción europea, y no es difícil adivinar por qué.

El BCE no las tiene todas consigo con la evolución de la inflación a corto plazo, ni de que abrir la mano antes de la estabilización sólida de los precios no produzca un efecto rebote que añada extemporáneamente dificultades a la parca recuperación de las principales economías de la región. El BCE extrema la cautela y parece oportuno que así sea, en el contexto político en el que se va a encontrar la Unión Europea, con un crecimiento de representantes de partidos que denuestan su propia existencia y sus ideales. 

Así que la bajada de tipos del 6 de junio es un gesto más político que económico, un masaje electoral para desentumecer la abstención que viene.

Seguro que a algunos países miembros de la Unión Monetaria les viene bien la flexión de los intereses y a otros no tan bien. El BCE ha optado por el mal menor, para volver, inmediatamente después del trance electoral, a un meticuloso seguimiento de las variables relacionadas con el precio del dinero antes de nuevas rebajas. El calendario post electoral le viene bien a la entidad monetaria, puesto que la constitución de las instituciones tarda un tiempo en el que la política dominará la escena y las presiones habituales al BCE tendrán sordina. 

España es uno de los países que no progresa adecuadamente en materia de precios. De hecho, desde el mes de diciembre de 2023 no han dejado de subir y lo han hecho de manera llamativa en los meses de febrero (0,4 por ciento), de marzo (0,8 por ciento) y de abril (0,7 por ciento). Cinco meses incrementando la inflación son muchos.

Una de las razones obvias es lo que el presidente del Gobierno denomina crecer como un cohete, sin mencionar lo poco sano que es un crecimiento apoyado en un gasto público desbocado. Efectivamente, el Estado y la Seguridad Social han aumentado en un año su endeudamiento el 6,9 por ciento y el 9,4 por ciento, respectivamente. Lo que junto a la subida de la deuda de las comunidades autónomas (2 por ciento anual) y de las corporaciones locales (0,5 por ciento anual) coloca la deuda pública en el 109 por ciento del PIB, o lo que es lo mismo, 3,5 puntos más elevada de lo que el Gobierno ha prometido a Bruselas apenas hace un mes. 

El efecto inflacionario de este gasto público, incluido el de las pensiones, el aumento salarial de los funcionarios, el empleo de los fondos europeos y los excesos de ingresos tributarios, lo calibrarán los expertos dentro de un tiempo. Sin embargo, el Gobierno se sitúa del lado de los que exigen una relajación monetaria contundente y sostenida este mismo año, sin mencionar su parte de responsabilidad en que los precios no bajen hasta el nivel razonable que todos los bancos centrales occidentales estiman en el 2 por ciento.

En la cuarta votación de este año, primera de ámbito nacional, es muy dudoso que alguien se acerque a las urnas por el guiño del BCE. Pero seguro que algún político se apunta el tanto. ¡Hagan juego!

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