Javier Milei: el ruido y el insulto son rentables
Milei se negó a retractarse de sus palabras con el argumento de que es Sánchez quien debería hacerlo
Javier Milei, en plena batahola de la crisis con Pedro Sánchez –»Te tengo en match point, Pedrito»-, se permitió el miércoles por la noche asistir a un mitin en el vetusto estadio Luna Park bonaerense, para presentar su último libro libertario y cantar en público una canción. De joven, el presidente argentino (Buenos Aires, 1970), economista de formación y devoción, fundó un grupo de rock, que interpretaba temas de los Rolling Stones.
Hoy se siente popular desde que llegó a la Casa Rosada en diciembre pasado y con capacidad de sacar la economía del marasmo infinito y encontrar la luz después del túnel. Muchos de sus compatriotas lo creen a pesar de que por ahora no hay atisbos de poner fin a la recesión. Son más palabras que hechos concretos. En 50 años, asegura, si se hacen las cosas bien el PIB argentino habrá alcanzado al de Estados Unidos, un país con el que se identifica, especialmente con las teorías de los republicanos de Donald Trump.
Disfruta dando entrevistas tras el escándalo de Vista Alegre, cuando a la esposa de Sánchez la calificó de corrupta por su presunta implicación en un tráfico de influencias y a él de calaña, cobarde y arrogante, y de otras lindezas. Todo eso provocó una declaración institucional del Gobierno español, considerada por más de un analista como excesiva, que luego condujo a la retirada permanente de la embajadora de España en un país donde residen medio millón de españoles y están presentes las principales empresas nacionales.
España es el segundo inversor extranjero en Argentina después de Estados Unidos, lo que en cifras absolutas significa aproximadamente 15.000 millones de dólares. Milei se negó a retractarse de sus palabras con el argumento de que es Sánchez quien debería hacerlo. Porque no le felicitó tras su triunfo electoral, envió a la toma de posesión acompañando al Rey a un funcionario de segundo nivel y dio pábulo a apelativos como fascista, negacionista y drogadicto. Óscar Puente, vocero en la plena literalidad del término antes que ministro de Transportes, fue quien insinuó que el mandatario argentino ingería estupefacientes. Más tarde se disculpó.
La oposición argentina ha criticado las maneras del actual mandatario, aun cuando su zafiedad en el verbo y su vehemencia en sus juicios es algo que ya tiene acostumbrados a sus connacionales. En realidad, la crisis causada por hablar mal de Begoña Gómez, que el ministro español de Exteriores la califica de un ataque al Estado, es todo un despropósito y hasta, si se quiere, una farsa a la que ha influido la pantalla de las elecciones europeas del próximo 9 de junio. Sin los comicios en puertas habría podido ser reconducida. Es tramposo, por tanto, dirimir quién tiene razón en este rifirrafe. Los dos dirigentes sacan provecho del mismo.
A Sánchez le ha venido muy bien para así explotar el peligro de la extrema derecha y hacer ver a los españoles que la alternativa al PSOE es el fango de la ultraderecha y en concreto Vox metiendo en el mismo saco al PP. Y a Milei, para tapar las dificultades que tiene en sacar adelante esa ley ómnibus, la llamada Ley de Bases, con la que pretende adelgazar el Estado reduciendo el gasto público en 20.000 millones de dólares, recortando el tamaño del funcionariado y tratando de poner freno a la inflación anual de casi 290%. Ha habido algún que otro brote verde. Así, el coste de la vida ha bajado un poco a nivel mensual, pero la economía sigue cayendo a más del 3% anual.
El duelo entre Milei y Sánchez parece más bien un juego de espejos, una pugna entre dos dirigentes de elevado narcisismo que anteponen sus intereses a los de la nación. Es legítimo preguntarse por qué el actual presidente argentino, cuyo movimiento no tiene apenas fuerza en el Parlamento, fue capaz de llegar a la Casa Rosada, la sede oficial del Gobierno. En las elecciones del pasado noviembre, Milei obtuvo un respaldo popular de más del 55,5%, el mayor en la historia de las elecciones presidenciales del país, diez puntos más que su rival, el kirchnerista Sergio Massa, lo que equivale a 14 millones de votantes. Al PSOE de Sánchez lo votaron 7,8 millones de ciudadanos en las últimas generales de julio del año pasado. La popularidad de Milei no sólo no ha decrecido, sino que ha subido.
Milei llegó a la presidencia como el candidato menos malo, fruto de la desesperación y el hartazgo de sus compatriotas frente a la lista de ineptos, corruptos y militares crueles que han gobernado el país del Cono Sur. Tiene razón cuando afirma que ha recibido la peor herencia de la historia posible este peculiar personaje de pelo alborotado, patillas a lo Tom Jones y chupa de cuero y que clonó a su mastín Conan en otros cuatro canes. Un individuo que ha hecho principalmente su carrera política en los medios de comunicación, pese a que desconfía y odia a más de un periodista. Ha trabajado en bancos, en think tanks y en universidades, pero donde se mueve como pez en el agua es cuando escribe columnas, tiene programas de radio y televisión o participa como tertuliano en coloquios. Su fama la labró allí.
Allí se descontrola. Insulta y lanza palabras gruesas. Insultos y tacos que ha continuado profiriendo como presidente de la República sin importarle el respeto que exige el cargo. A Sánchez le ha manchado de improperios, también a Puente, a Yolanda Díaz y a la ministra de Ciencia, Diana Morant tras acusarle de negacionismo. A los políticos y a los parlamentarios argentinos les ha tildado de ratas de basura y al presidente de Colombia de terrorista. Más suerte ha tenido el Papa Francisco, a quien, antes de ganar la presidencia, lo tachó de imbécil y comunista y de estar en manos del Maligno. Sin embargo, ya como presidente, en su visita en febrero a Roma le pidió disculpa y se fundió con él en un emocionado abrazo. Se declara creyente y antiabortista, tolerante con la homosexualidad y no partidario del matrimonio. Se le conocen dos novias y está soltero y sin hijos, al igual que su hermana Karina. Son uña y carne. Ella tiene gran predicamento sobre él. Tiene un cargo orgánico en el Ejecutivo: secretaria de la Presidencia. Milei se define anarcocapitalista, aunque en realidad a veces es difícil entender su línea teórica. Sus enemigos son China, Brasil y Rusia.
Es un apasionado del republicanismo de Trump, con el que se ha visto ya una vez. Ha viajado cuatro veces a Estados Unidos antes y después de llegar a la Casa Rosada. Varias agencias de inversión estadounidenses se pusieron en contacto con su hermana Karina antes de las elecciones para expresar el deseo de conocerlo. Ella, sin el más mínimo rubor, les respondió que su hermano estaría encantado, pero antes tendrían que ingresar un cheque de 10.000 dólares en su cuenta, algo que ninguna aceptó. En Estados Unidos sus teorías contra el marxismo cultural y el socialismo como un cáncer empiezan a verse con simpatía entre algunos empresarios, sobre todo después de la entrevista en televisión que le hizo el comunicador Tucker Carlson -se ha hablado de que Trump lo podría llevar en su ticket electoral- y que tuvo gran repercusión. Ha hecho buenas migas con el magnate Elon Musk, del que pretende invierta en Argentina en la explotación de sus minas de litio en competencia con Brasil. El dueño de Tesla y de X, con su fraseología poca diplomática, ha llegado a afirmar que escuchar a Milei es mejor que hacer sexo.
El ruido y el insulto hoy en día son rentables en la política. Es tal vez una moda, una estrategia, pero ya anteriormente la historia contemporánea ha mostrado casos bastante peores que el de Milei como Adolf Hitler o Slobodan Milosevic, entre otros. A su manera y con un tono de humor, Silvio Berlusconi mezclaba la barbaridad con el insulto, sobre todo a los jueces. En el presente siglo, el adalid de la procacidad y la vulgaridad es sin duda Trump, que tiene gran probabilidad de regresar a la Casa Blanca pese a las numerosas causas judiciales que enfrenta. Al magnate inmobiliario lo votaron 74 millones de estadounidenses en las elecciones de hace cuatro años, que no le bastaron para mantenerse en el puesto y derrotar a Joe Biden. Ahora sostiene que este pretende asesinarle y que cuantas más causas contra él haya más probabilidades de ganar en noviembre. Hay que preguntarse qué encontraron los votantes en 2020 para darle tanto respaldo. The New York Times, al poco de dejar la Casa Blanca, publicó en letra pequeña dos páginas enteras de insultos de él durante su presidencia.