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La carrerita del Ser en un país de opereta

La ley en España (¡lo ha dicho el Tribunal Supremo!) ya está solo para los tontos y para los pobres.

La carrerita del Ser en un país de opereta

El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont interviene en un acto de bienvenida organizado por entidades independentistas en el paseo Lluís Companys, a 8 de agosto de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). | Europa Press

1. De un presidente de opereta solo podía resultar un país de opereta. O al revés, puesto que es ese país el que lo consiente.

2. Puigdemont es el nuevo Roldán; es decir, el nuevo Ser según Heidegger. Savater contaba en su ‘Diccionario filosófico’ (1995) que un amigo le resumió así una conferencia sobre el filósofo alemán: «Habló de Roldán, el inasible prófugo. Bueno, él prefería llamarle Ser pero supongo que se refería a Roldán, porque no hizo más que decir que se ocultaba, que desaparecía, que se le tenía culpablemente olvidado…».

3. La mañana del numerito de Puigdemont me la pasé leyendo ‘La Viena de Wittgenstein’. Trataba de ennoblecerme por defecto: es decir, evitándome la bajeza de estar pendiente del personaje. Solo después me asomé a las noticias, picoteé en los vídeos, me avergoncé. No quise insistir para no humillarme. Por fortuna, no participé en Twitter. Pero hubo un detalle (el detalle definitivo) que se me quedó sin yo ser consciente: ¡la carrerita! Me volvió cuando yo mismo di una porque se me cerraba un semáforo. Es esa carrerita patetiquilla del adulto, ese apresuramiento que nos menoscaba. Se vio a Puigdemont dar una carrerita, escoltado por los suyos, hacia el estrado de su minimitin. Es una imagen que arruina a un hombre, si a Puigdemont le quedaba aún algo que arruinar. El vodevil pretendiendo ser épica. Una aventura de Coronel Tapioca. La carrerita.

4. «Somos más». Cuando Sánchez dijo esto tras las elecciones del 23-J, estaba contando a Puigdemont. No se olvide. Que no se separen de él ahora ni los psocialistas ni los sincronizados (valga la redundancia): están pegados a Puigdemont. Algo que Estefanía Molina, la RoRo de Sánchez, se ha apresurado a negar.

5. El ya ‘president’ Illa parece un muñeco de tarta. El de la asquerosa tarta que ha conducido a su nombramiento, concretamente.

6. Illa: «La verdad está definida por lo que vota la gente». ¡El filósofo!

7. Ejemplo del nivel intelectual y moral de nuestras, así llamadas, élites culturales. Luis Arroyo, presidente del Ateneo de Madrid, dice a propósito de las cesiones fiscales a Cataluña: «Mientras haya un Gobierno progresista no hay que temer por la igualdad».

8. La genealogía es sórdida. Suso de Toro, que fue consejero áulico de Zapatero, dice: «No odiáis a Puigdemont, odiáis Cataluña». Zapatero, el gran inspirador y alentador actual de Sánchez en el PSOE, defiende la dictadura de Venezuela y su fraude electoral. Sánchez corroe el Estado de derecho en España, como hizo Chávez en Venezuela. ¿Hasta dónde llegará? ¿Hasta dónde ‘logrará’ llegar? Lo cierto es que ya ha llegado demasiado lejos. 

9. La ley en España (¡lo ha dicho el Tribunal Supremo!) ya está solo para los tontos y para los pobres. La lógica de la situación nos empuja a terminar siendo las dos cosas a la vez. 

10. La judicialización de la política se produce en el momento en que la política se delincuentiza. Los políticos solo pueden desjudicializar la política mediante la delincuentización (también) de la Justicia.

11. Asistimos al triunfo absoluto de la casta. Con el apoyo de los (así se autodenominaban) anticasta.

12. La competición más divertida de los Juegos Olímpicos no tuvo lugar en la pista, sino en los micrófonos. En la retransmisión del salto de longitud femenino, la comentarista dijo que el apellido de la atleta italiana Iapichino se pronunciaba Iapikino. Pero el comentarista seguía diciéndolo con ch: Iapichino. Saltaba la atleta y una decía Iapikino y el otro Iapichino. Iapikino. Iapichino. Era un duelo agónico. Se acabó cuando apareció el corredor zimbabuense Charamba y la comentarista lo pronunció con ch.

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