Vivienda: el fracaso del intervencionismo
«¿Cómo es posible que, siendo el mercado tan eficiente, falle tanto con la vivienda? Precisamente, porque el de la vivienda es un mercado totalmente intervenido»
¿Alguna vez oyó el lector quejas sobre un «tensionamiento» en el mercado de los pantalones? Claro que no. El de los pantalones es un mercado realmente libre, donde hay muchísimos productores españoles, que compiten con tantísimos productos del exterior. Así, el consumidor encuentra todo tipo de calidades, modelos y precios. Cada uno busca y encuentra lo que quiere. Los consumidores están satisfechos, las empresas que ofrecen lo que los consumidores desean ganan dinero y las que no, se reajustan o salen del mercado.
En cambio, todos los días escuchamos noticias sobre el «tensionamiento» del mercado de la vivienda: subidas de los alquileres, construcción insuficiente de viviendas, estimaciones sobre el parque de viviendas vacías, dificultad creciente para acceder a una vivienda por parte de los jóvenes y demás.
Se repiten hasta la saciedad las probadamente inútiles propuestas de los socialistas de todos los partidos, en un rango que va desde la expropiación lisa y llana, hasta la construcción masiva de «vivienda pública» (una expropiación indirecta, por los impuestos que habría que cobrar para financiar esas obras), pasando por un control cada vez más estricto de los alquileres (otra forma de expropiación) o la prohibición de los «pisos turísticos» (idea que también desconoce el derecho de propiedad).
¿Cómo es posible que, siendo el mercado tan eficiente para satisfacer a todos en el caso de los pantalones, falle tanto con la vivienda? El fallo se produce, precisamente, porque el de la vivienda es un mercado totalmente intervenido.
El uso del suelo no es libre. En cada sitio se les dice a los propietarios qué pueden construir y qué no. Sobre eso, vienen las normas de construcción que, con diversas excusas, cambian regularmente y, además, son diferentes en distintas zonas de España. Como si los constructores no intentaran satisfacer a sus clientes, el Gobierno se entromete diciéndoles cómo deben construir. Un ejemplo lamentable es la norma que impide en Madrid construir viviendas de menos de 40 metros cuadrados, que además deben cumplir una serie de requisitos. Si alguien pensaba comprarse un monoambiente de 25 o 30 metros, para independizarse, ya no puede hacerlo por esa ridícula regulación.
Quien ya tiene una vivienda, pero quiere mudarse a otra, encuentra que, además de los costes de toda transacción inmobiliaria (comisiones, escrituras, mudanza, etc.), tiene que pagar el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales (con un tipo general que va desde el 6% en la Comunidad de Madrid, hasta el 8%, el 10% o incluso más en otras autonomías), el impuesto de plusvalía municipal y, si llegara a quedar un saldo favorable, también IRPF. Todos esos impuestos desalientan la compraventa y hacen que haya gente que tenga que quedarse en una vivienda donde preferiría ya no estar.
Obviamente, quien compre una vivienda nueva no se libra de pagar impuestos, ya que está gravada con un IVA del 10% (¿por qué no el tipo superreducido?). Mientras los políticos se llenan la boca hablando del «derecho a la vivienda», son el principal obstáculo para acceder a la misma en propiedad.
Esas regulaciones e impuestos encarecen el coste de construir y adquirir una vivienda. Por eso otros prefieren alquilar. Pero también en este caso, en lugar de dejar que inquilinos y propietarios se entiendan como adultos, el Gobierno los trata como a incapaces, determinando todo tipo de estipulaciones para los contratos de alquiler. Además, aparecen regulaciones sobre desahucios y persiste la sensación de indefensión frente a una eventual «okupación«. El resultado, obvio, es que muchos propietarios prefieren quitar su vivienda del mercado: es mejor perder un par de años de renta que aceptar la incertidumbre de un contrato que no se sabe cómo puede acabar. Lo increíble es que haya un Sindicato de Inquilinos que pretenda solucionar esto mediante una «huelga» (dejando de pagar el alquiler).
El problema, en resumen, es que la vivienda tiene la desgracia de que, como es más importante que los pantalones, el gobierno se entromete. Pero en lugar de resolver algo, solo consigue impedir que funcione un mercado que, por sí solo, podría dar solución a todos. Tal como ocurre con los pantalones, los muebles, los billetes de avión y tantas otras cosas. Y como ocurrirá con la vivienda, el día que los políticos dejen de ocuparse de ella.