THE OBJECTIVE
El zapador

La secta de Twitter Historia

Un grupo de historiadores, en su afán por controlar el discurso, está dañando severamente su propia credibilidad

La secta de Twitter Historia

Ilustración de Javier Rubio Donzé.

Consuelo Sanz de Bremond, investigadora sobre la vestimenta medieval y coautora del fascinante libro El olor en la Edad Media, ha puesto en cuestión un texto que está leyendo. O, mejor dicho, no lo ha puesto en cuestión: simplemente ha comentado que no le está gustando. El libro se titula El sexo en tiempos del románico y su autora es Isabel Mellén, creadora junto a la periodista Naiara L. de Munain del podcast «Divulvadoras de la Historia». 

El gesto, aparentemente inocente de Consuelo, ha desencadenado una de esas tormentas en Twitter que, como siempre, están lideradas por el círculo de historiadores militantes que conforman lo que podríamos llamar la «secta de Twitter Historia». Y es que, al toque de corneta, han salido en defensa de Mellén con la misma ferocidad con la que atacan a cualquiera que ose criticar a los miembros de su círculo.

La investigadora en cuestión simplemente compartió una opinión personal sobre un libro que, como muchos otros, cae en imaginativas interpretaciones desde un enfoque ideológico muy posmoderno. Pero esto, claro, fue suficiente para que el grupo de historiadores de siempre se abalanzara sobre ella. Hablamos de historiadores de izquierdas siempre dispuestos a sentar cátedra en sus hilos kilométricos donde la ortodoxia autoproclamada es la única vara de medir la validez de cualquier opinión. Según ellos, Consuelo no tiene ni idea y debería callarse, porque Mellén es historiadora del arte, filósofa y, según estos paladines, intocable.

Lo que resulta exasperante de estas polémicas no es solo el radicalismo con el que se atacan las opiniones divergentes, sino la dinámica misma de estas discusiones. Una vez que alguien fuera del círculo cuestiona algo que uno de sus miembros ha dicho, los demás miembros de la secta entran en tropel a defenderlo con uñas y dientes, estableciendo una especie de tribunal de fe donde solo ellos dictan qué es válido y qué no. Da igual de lo que se hable y no importa si lo que ha expresado uno de sus miembros sea erróneo. Tampoco importa que quienes critican, como Consuelo, tengan conocimientos sólidos y experiencia en el campo. Para la secta de Twitter Historia, cualquier disidencia es anatema. Solo los miembros de la secta tienen amplios conocimientos y divulgan desde el rigor más absoluto: el resto no divulga, vulgariza.

Estas dinámicas no son nuevas. Otros investigadores, divulgadores e historiadores han sufrido la misma persecución por atreverse a cuestionar los dogmas de este grupo. Más aún si no están alineados con determinadas coordenadas progresistas. Pensemos, por ejemplo, en Isaac Moreno Gallo, ingeniero e historiador de reconocido prestigio por sus estudios sobre la ingeniería romana en España. Su rigor y conocimiento le han ganado el máximo respeto entre expertos, pero también le han hecho blanco de ataques por parte de este mismo círculo. ¿La razón? Sus teorías chocan con las de estos historiadores de Twitter, y eso basta para que lo etiqueten de «negacionista» o de cualquier otro epíteto que les permita deslegitimar su trabajo sin necesidad de debatirlo con seriedad.

El caso del libro de Isabel Mellén es particularmente revelador de estas dinámicas. El sexo en tiempos del románico ha sido publicitado como una obra innovadora que ofrece desde la «perspectiva de género» una relectura sobre la sexualidad en la Edad Media. Sin embargo, tras un análisis más detenido, el texto presenta errores históricos flagrantes y un enfoque que parece priorizar la ideología del presente sobre la solidez académica. Mellén afirma, por ejemplo, que hasta el siglo XIII la homosexualidad estaba tolerada y no era considerada pecado por la Iglesia, lo cual es simplemente falso. Desde el siglo XI, y mucho antes, ya encontramos condenas explícitas de la sodomía en textos eclesiásticos, muchos de ellos ligados a la reforma gregoriana. El III Concilio de Letrán, en 1179, no deja lugar a dudas: los clérigos culpables de sodomía serían destituidos, y los laicos, excomulgados. Esta condena se enmarca en una tradición que, desde San Agustín hasta los decretos de los papas medievales, señala la sodomía como un pecado grave.

Pero es que el libro de Mellén, centrado en el románico español de los siglos XI y XIII escamotea datos muy importantes. En la Edad Media, y particularmente en el ámbito hispano, las prácticas homosexuales, denominadas sodomíticas, estuvieron condenadas de manera explícita por la Iglesia y la legislación civil desde tiempos muy tempranos. La monarquía visigoda, por ejemplo, ya en el año 650 promulgó leyes contra los masculorum concubitores (hombres que yacen con hombres), imponiendo penas tan severas como la castración genital, tal como se recoge en el Liber Iudiciorum: «No debe dejarse sin castigo un delito que siempre se ha considerado detestable y execrable por la depravación de las costumbres.

Por eso, los que buscan yacer con hombres y los que lo aceptaren por propia voluntad han de ser afectados por la sentencia de esta ley; o sea, que, tan pronto como el juez hubiere indagado que se ha cometido este delito, pro curará que los dos sean emasculados inmediatamente y, después de entregarlos al obispo del territorio donde se ha cometido el delito, serán sometidos por separado a una dura penitencia para que al menos expíen, aunque de mala gana, aquellos actos ilícitos que perpetraron por propia voluntad». Esta condena no solo se mantuvo, sino que fue reforzada en el contexto medieval cristiano. De hecho, podemos rastrear antecedentes incluso anteriores, como en el Concilio de Elvira celebrado en torno al año 306, en la Península ibérica, donde se condenaba a los stupratores puerorum (abusadores de menores).

Estas disposiciones continuaron vigentes a través de diferentes ordenamientos y leyes. El Fuero Juzgo, adoptado posteriormente en los reinos cristianos, reflejó y perpetuó estas normas visigóticas, con textos que recogían condenas explícitas contra los actos sodomíticos. Por ejemplo, en numerosos fueros locales, como los de Teruel, Cuenca o Plasencia, se estipulaba sin ambigüedad: «Cualquiera que fuera hallado en pecado sodomítico, quémenlo». La gravedad del castigo aumentó durante los siglos posteriores. El Fuero Real de Alfonso X, redactado en 1255, establece que los culpables de sodomía debían ser castrados y, posteriormente, colgados hasta morir, una disposición considerada especialmente dura incluso dentro del contexto europeo de la época. No era algo nuevo. Esta severidad legal consolidó una tradición de persecución respaldada tanto por la Iglesia como por las instituciones civiles.

La legislación hispánica, por tanto, fue particularmente contundente en su condena de las prácticas homosexuales. En Castilla y Aragón, los códigos civiles y eclesiásticos, profundamente entrelazados, establecían un marco legal conocido como «fuero mixto», que perseguía estos actos tanto desde la jurisdicción religiosa como la secular. En el caso de Aragón, por ejemplo, los Furs de Jaume I, redactados en 1251, determinaban que los sodomitas fueran quemados, reafirmando así la extrema penalización de estas prácticas. Estas disposiciones legales y religiosas contradicen por completo la afirmación de que la homosexualidad no era considerada pecado por la Iglesia hasta el siglo XIII. Las evidencias históricas demuestran una condena explícita y sostenida desde tiempos tardoantiguos, reforzada con el paso de los siglos mediante legislaciones y concilios que reflejaban la influencia del dogma cristiano.

Mellén también sugiere que la homosexualidad y la heterosexualidad no estaban claramente diferenciadas en la Edad Media, lo cual es, en el mejor de los casos, una exageración. Si bien las categorías modernas de orientación sexual no existían, la Iglesia sí distinguía entre actos sexuales considerados naturales (los destinados a la procreación dentro del matrimonio) y los contra natura, incluyendo los homosexuales. La confusión que Mellén introduce en su obra parece ignorar este marco conceptual ampliamente documentado en textos teológicos, jurídicos y literarios de la época.

Mellén advierte que hemos intentado reinterpretar la sexualidad del periodo románico (siglos XI al XIII) desde nuestros tabúes y valores actuales, encorsetándola dentro de nuestra perspectiva heteropatriarcal contemporánea: «La consideración del románico sexual como algo obsceno o erótico incurre en un tipo de mirada patriarcal y heterosexual que deja al margen los sentimientos, modos de ser, anhelos y comportamientos de la infinita variedad de personas que crearon y contemplaron estas imágenes tanto en los siglos medievales como en los actuales». La autora interpreta los canecillos de temática sexual que incluyen escenas que parecen retratar prácticas orgiásticas y comportamientos licenciosos, como una muestra de la libertad que existía en esa época, especialmente entre la clase nobiliaria. Incluso sugiere que estos elementos artísticos podrían ser una forma de subversión por parte de los artistas medievales. Sin embargo, las investigaciones tradicionales señalan que la iconografía de los templos estaba estrechamente controlada por la Iglesia, incluso en templos patrocinados por la nobleza.

Lo más alarmante no es solo la persistencia de errores como estos, sino la manera en que la secta reacciona ante cualquier conato de herejía que se salga del dogma. No obstante, su único dogma parece ser: «No cuestiones a los nuestros». Los datos y los hechos, por más contundentes que sean, se vuelven irrelevantes ante la defensa ciega de sus integrantes. Esta postura resulta aún más paradójica si consideramos que algunas de las tesis de Mellén contradicen abiertamente las expuestas por uno de sus principales referentes, Mikel Herrán (Puto Mikel), autor del celebrado Sodomitas, vagas y maleantes: Historia de la España desviada de Atapuerca a Chueca. A pesar de estas flagrantes inconsistencias, la respuesta de la secta es siempre la misma: una defensa acrítica y furibunda, incluso a costa de cabalgar contradicciones evidentes. 

Este tipo de polémicas, además, no están exentas de hipocresía. Los mismos que acusan a otros de ignorancia o de no estar cualificados para opinar suelen ser los primeros en pontificar sobre temas que no dominan. Lo que realmente molesta no es la falta de rigor en algunas críticas, sino el hecho de que cuestionen el monopolio que este grupo pretende tener sobre el conocimiento histórico. La secta de Twitter Historia no busca el diálogo, sino la imposición de un ambiente hostil donde prime su propia ortodoxia, que a menudo está teñida de grandes sesgos ideológicos que, aunque legítimos, no pueden ni deben convertirse en la única perspectiva válida.

Lo que este episodio pone de manifiesto, una vez más, es la necesidad de recuperar el rigor y la apertura en el debate académico y divulgativo. No se trata de defender o atacar a Isabel Mellén, ni de desacreditar a Consuelo Sanz de Bremond, a Isaac Moreno Gallo o a cualquier otro investigador —yo mismo he sufrido este tipo de ataques personales en cientos de ocasiones—. Se trata de poder discutir ideas, señalar errores y proponer interpretaciones alternativas sin recurrir al ad hominem facilón. La historia, como cualquier disciplina, se enriquece con la diversidad de perspectivas, pero esta diversidad solo es posible si dejamos de tratar la discrepancia como un acto sacrílego.

La secta de Twitter Historia, en su afán por controlar el discurso, está dañando severamente su propia credibilidad. Al atacar a voces disidentes con esa superioridad moral e intelectual tan característica, no logran convencer, sino solo reforzar la percepción de que sus posiciones son dogmáticas y cerradas. El caso de Consuelo es solo el último ejemplo de una tendencia preocupante que no parece tener fin. Pero, tal vez, si más personas empiezan a señalar estas dinámicas y a exigir un debate más sano y constructivo, podamos finalmente dejar atrás estas prácticas sectarias y devolver a la historia el lugar que merece: un espacio de conocimiento, no de censura y cancelación.

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