THE OBJECTIVE
Hastío y estío

Sánchez, el hombre de las nieves

«En España los monjes tibetanos hacen ofrendas y cantan al ‘Dalai Presidente’ como buenos ministros de este Ejecutivo»

Sánchez, el hombre de las nieves

Imagen de Pedro Sánchez esquiando en Cerler. | Agencias

Todos somos criaturas terrestres, también en estas frías fiestas Navidades, pero en España sólo hay un hombre de las nieves. Pedro Sánchez y su mujer Begoña han decidido celebrarlas yendo a esquiar a Cerler, localidad que pertenece a Benasque y que es el pueblo más alto del Pirineo oscense. Qué mejor lugar para el «más grande». Si uno conoce tantos datos sobre ese lugar es porque es la zona donde nació y creció la madre de un servidor. Montañas maternas, y, por tanto, acogedoras, hasta para el «Yeti» Sánchez. Un presidente del Gobierno acostumbrado a adueñarse de todos los lugares por lo que pasa, ya sea la Fiscalía General del Estado, la federación socialista madrileña, o los medios de comunicación, por poner unos pocos ejemplos. 

El «esquiador» Sánchez demuestra su destreza sobre las pistas de nieve políticas de este país. Es fácil resbalarse en ellas. Su base es poco o nada sólida y desliza de manera peligrosa. Pero el Yeti es mucho Yeti. Un ser mitológico que sale por la televisión, pero nunca por las calles. Uno de sus posibles sucesores como líder socialista, Óscar Puente, le dijo a Alsina qué si su amado Presidente no ha vuelto a la Comunidad Valenciana desde que le lanzaran esa «cariñosa» pala, era para evitar la crispación. Pero un servidor cree que es para agrandar su figura mitológica, irreal. Un ser que sólo existe en nuestra imaginación, concretamente en el departamento de las pesadillas. 

Me imagino al matrimonio Sánchez-Gómez estos días en tierras oscenses. Sentados en dos sillones de la casa donde se alojan mientras beben un vino del Somontano, que es el de la zona. Están tranquilos y a gusto. Miran por la ventana y las montañas nevadas blanquean la realidad que saben que les espera. De la chimenea vuelan unas pequeñas brasas amarillas y rojas cuando cierran los ojos y ven como han dejado España. Otras veces piensan que ese fuego viene de la boca del dragón Puigdemont, defensor de una Cataluña amnistiada, donde no habrá paz para los que no cumplen sus promesas. Para ellos solo está existiendo ese momento. Lo que ocurre fuera de esa casa «encantadora» no importa. Lo importante es su felicidad, aunque sea a costa de la nuestra. Disfrutar del presente y después Dios dirá, para que ambos puedan hacer una defensa furibunda de que somos un Estado aconfesional. Los jueces son dioses de ultraderecha que utilizan su poder contra el gobierno del pueblo que ha logrado acabar con él. 

La leyenda del Yeti se sitúa en las montañas del Himalaya, en la región del Tibet. En España los monjes tibetanos hacen ofrendas y cantan al «Dalai Presidente» como buenos ministros de este Ejecutivo. Si no visten con túnicas naranjas fue por culpa de Albert Rivera. No quiso pactar con el diablo y se convirtió en un ángel caído. Prefirieron la coleta e irse a vestir a la calle Ortega y Gasset de Madrid, como cualquier ministra de Trabajo comunista haría. Está de moda no tener principios. 

La oscuridad llega a ese refugio acogedor. Apenas entra luz por la ventana. Se hace de noche, como en este Gobierno infame. No se atisba claridad en ninguno de ambos horizontes. Pedro y Begoña se acercan a dicha ventana para ver ese paisaje igualmente bello, lúgubre, opaco, apocalíptico. Miran como quien ve llegar el fin del mundo, y como este se les acerca de manera lenta, pero constante. Rezan, o lo que hagan ellos, para que llegue una nevada tan enorme que les incomunique con el exterior. El futuro es un monstruo que los devorará. Por suerte les queda la última botella de Somontano que Sánchez descorcha de manera torpe, fiel a sí mismo hasta las últimas circunstancias. Beben hasta hacer de su estabilidad lo más parecido a estar en Madrid o en la pista de nieve. Al otro lado de la ventana creen ver al dalái lama. La cara y el cuerpo de Pedro Sánchez vuelven a llenarse de pelo. La justicia, con su ceguera certera, los mira y apunta de manera cristalina. Ambos se palpan y se pellizcan, y la realidad se impone al cuento chino y a la leyenda. El día siguiente amaneció con sus súplicas no atendidas. El sol ha salido para quedarse y dejarlos a la intemperie. Lo único crepuscular es el sanchismo.  

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