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«Estilo de vida americano»

«El estilo de vida estadounidense ha supuesto la muerte de Europa, la vulgaridad general y la caída en picado de la cultura»

«Estilo de vida americano»

Barbacoa al estilo americano. | Freepik

El american way of life (estilo de vida americano, mejor habría que decir estadounidense) ha supuesto la muerte de Europa, la banalización y vulgaridad generales y la caída en picado de las formas más altas de nuestra cultura continental. Ese estilo de vida empezó tras la 1ª Guerra Mundial, muy asociado a la modernidad. Lo norteamericano era, ante todo, moderno, una de las raíces de su éxito. Bailes como el charlestón y la música de jazz, tocado y cantado por negros y muy bien, era en efecto moderno, pero era todavía algo que se quedaba, básicamente, entre la gente con dinero, porque la influencia yanqui hacia 1920 era estilística y muchos norteamericanos selectos buscaban todavía el encuentro con la vieja Europa, desde Scott Fitzgerald a Ezra Pound, pasando por Peggy Guggenheim o Natalie Barney que vivía en París y escribía en francés. En efecto, el ejército norteamericano, que llegó en 1917 para ayudar a la derrota de los Imperios Centrales, se marchó en 1919 y lo que quedó es esa moda moderna, a la que acabo de aludir. En España se pone en boga una suerte de cuplé-charlestón, que dice en parte de su ligera letra y música (hoy políticamente incorrectas supongo): «Mama cómprame un negro, / cómprame un negro en el bazar, / que baile charlestón y que toque en jazz-band, / mama, cómprame un negro, / cómprame un negro para gozar». Eso era muy moderno y no se discriminaba a los negros USA, aunque pudiera parecerlo. Baste la pincelada.

Lo que va a quedar muy nítido es que este primer asalto de los gustos estadounidenses a Europa, quedará muy lejanos de lo que sucedió (y sucede) desde 1945, al acabar la 2ª Guerra Mundial. Los soldados yanquis que llegaron en 1917 se marcharon, los soldados que llegaron en 1944 no se terminaron nunca de ir. El «estilo de vida americano», a partir de ese momento, ya no era la modernidad acelerada y elegante del jazz, era llanamente el gusto de la clase media del Medio Oeste, vulgar y, en general, de escasa altura intelectual. Hamburguesas, coca-cola, hacer con bastante ruido barbacoas en los jardines, mascar chicle, vestirse con zapatillas y ropa de deporte (el beisbol delante) y muchas barras y estrellas de su bandera, incluso como decoración. Esto lo viví de cerca, apenas adolescente, cuando el ejército que llegó a las bases que Franco brindó a Eisenhower, entre otras cosas para buscar su aquiescencia, se instaló en chalets que habían pertenecido a familias de otro modo de vida y otra cultura. Mis abuelos maternos tenían, desde 1931, un chalet en Chamartín que conservaron, pero algunos otros antiguos vecinos alquilaron a los yanquis -muchos sargentos o tenientes, ricos por el cambio y el nivel de vida- que pagaban muy bien, pero que vivían de muy otro modo. El jaleo bebedor, las fiestas de barbacoa y globos y las chicas con pantalones ceñidos hasta el tobillo y moviendo en la cintura el aro del hula-hoop, que acá se convirtió en hula-hula, causaron múltiples disputas entre los españoles antiguos y estos modernos gringos. Tenía que intervenir la policía militar norteamericana (algo no muy digno), pero el tema debió llegar a tanto, que los gringos se terminaron yendo a vivir cerca de las bases. El caso es que, si a abuelos y papás burgueses Yanquilandia les molestaba, a los niños -ay- nos gustaba sin más análisis: muchos batidos de fresa en las neveras enormes, platos de cartón para comer, con el hoyito marcado para el bistec o el huevo, chicle sin cesar o ese hula-hula (sólo chicas) que si hoy es un instrumento de gimnasio, entonces era pura diversión color de rosa. Y películas de pobres indios y valientes soldados ganadores. Nada de eso -reflexionen, miren a su alrededor- ha cesado. Al contrario, es tan universal, en toda Europa, que ni se ve gringo. Acaso algunos se pregunten ahora de nuevo, ante el desatado imperialismo de Trump y su estilo de llevar el rodeo (los cowboys dominando toros entre gritos) a la política internacional. Europa murió en 1945 y su mortuoria agonía persevera. Y es extraño -más allá de una coincidencia no real- que Europa haya caído a la vez que el Tercer Reich alemán. 

Ni siquiera nos hemos percatado que (al contrario que a los británicos) a los yanquis no les importa mostrar su vulgaridad, porque la juzgan suya y moderna. Inglaterra, el país más clasista de Europa, ha ocultado durante siglos su extensa y baja clase media pobre, una ingente masa incluso de miseria y acento cockney, mientras exhibían ante el mundo el orbe Oxbridge, el refinamiento de Retorno a Brideshead, la novela de Waugh, con el esplendor de la minoritaria upper class (clase alta) sin referencia a la ancha clase trabajadora, working class, y por supuesto con aquella reina, tan británica, que terminó pareciendo un noble objeto turístico. Gran Bretaña ocultó que, en el reinado de la todopoderosa Victoria, había emigración inglesa, incluso a Argentina. Pero los ingleses iban para abajo, mientras que sus primos USA comenzaban su imperialismo, y consideraban muy americana (yanqui) su tosquedad. El estilo de vida norteamericano nos ha deshecho, y quizá haya tenido que llegar Trump como elefante en la cristalería, para que empecemos a ver cuánto hemos perdido al casi enterrar Europa.

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